11 ↺ Día de compras

1.4K 194 45
                                    

Claude estaba sentado en un rodete mientras mordía sin cesar sus uñas, frente a él estaban tres lobos hablando como si nada hubiera pasado. Parecía no interesarles nada, como si incluso Freud ya hubiera olvidado que, de no ser por él, nadie se hubiera llevado a Sarah.

No lo quería culpar porque era su trabajo, pero... a estas alturas era imposible no sentirse acorralado.

Se planteó la idea de huir, de buscar a Sarah por su cuenta e ignorar que tenía una relación rara con los dos Alfas del Clan Eckzahn. Quizá acabaría muerto antes de poder alejarse medio metro, pero tenía que intentarlo o se volvería loco.

—Claude.

Cuando alzó la mirada, se encontró con la azulada mirada del lobo y tragó saliva al sentirse culpable por alguna razón. No sabía por qué. No entendía estos extraños sentimientos que habitaban en su corazón. Eran confusos, caóticos, casi contradictorios a sus pensamientos y no era propio de él comerse la cabeza de esta forma. Pero que el Alfa lo mirara de una manera tan molesta y dudosa le hacían sentir culpa.

—No me molestes.

No necesitaba emociones, sólo su cerebro, su instinto de supervivencia y la constante preocupación que tenía por Sarah. Si un lobo estaba delante de él en espera de alguna acción suya, ya podía quedarse esperándola.

—¿Te pasa algo?

Esa pregunta fue sumamente estúpida viniendo de Caín. Se la esperaba de Mael, pero de Caín no, y por eso se giró y lo miró furioso, tan frustrado que el Alfa se comportó como un cachorro regañado y tomó su mano, después miró en dirección al Alfa y Freud, bueno, ellos estaban hablando de algo y no les prestaban atención. Claude aprovechó ese momento para jalar del lobo y llevárselo al cuarto.

—¡Déjame ir de aquí! No soporto estar ni un segundo más planeando ir de compras.

—Necesitas ser paciente, ahora mismo no podemos hacer absolutamente nada.

—Ustedes son los que no quieren y lo sabes muy bien. Están esperando algo, así que dime qué es.

—Eso debes hablarlo con el Alfa.

—Caín...

—Escucha, sé que estás desesperado por tu hermana, yo también lo estaría si se llevaran a Mili y me hicieran lo mismo que te hacemos a ti. Pero debes entenderlo, maldita sea... entiende que si damos un paso en falso vamos a joderlo.

—¿Por qué? ¿Qué es lo que intentan conseguir y ocultar todos ustedes? Y no me refiero al Clan, sino a todos los lobos, a las Manadas, a los demás Clanes. Incluso Freud parece estar tramando algo con Mael.

El lobo suspiró. Últimamente sólo lo veía hacer eso, suspirar. Estar igual de frustrado que él cada que lo atacaba con preguntas, pero no podía hacerle eso al Alfa, era como si Caín fuera una clase de término medio entre ambos.

De esta forma funcionan las cosas: Mael le decía a Caín. Caín le decía a Claude. Claude le decía a Caín y Caín le decía a Mael. Fácil, ¿no?

—¿Qué gano diciéndote?

—Que te castre.

—Perfecto, mira esto —Caín comenzó a buscar algo en una tableta que traía y se la dio sin mucha espera—. Las ampolletas que me diste son únicas, pero eso no es todo, tienen en una mínima cantidad ADN de un licántropo.

—¿Lobo?

—No. Tú sabes lo que pasó, ¿no es así? Eres inteligente y quiero creer que pusiste atención en tus clases de historia.

—Dejé de ver historia en sexto grado.

—Bien, te diré lo que hemos averiguado si esta noche vienes a verme y beber conmigo.

CÓDIGO OMEGADonde viven las historias. Descúbrelo ahora