Capítulo 23

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—¿Qué es lo que me estás queriendo decir?

Walburga volvió a suspirar y observó al menor. Lo estudio detenidamente y pudo reconocer que la forma de sus ojos eran iguales a los suyos, que su boca era casi una copia exacta de la suya. Era demasiado tarde para amar a Sirius, no importaba que compartieran sangre y rasgos, nunca podría amarlo. Ella solo era un pedacito del ser que un día fue Walburga, no estaba en ella la opción de comenzar a tomar cariño o verdadero amor por nadie.

—Resulta que Orión creyó que era una buena idea alquilar un vientre, sin mencionarme nada. Dijo algo acerca de no querer que me hiciera ilusiones si no funcionaba, y decidió llevarla a la casa cuando el bebé, tú, ya no corrías peligro.

»Lastimosamente, la explicación de tu padre llegó muy tarde. El dolor de mis bebés perdidos y de creer que mi amado me había engañado me envió a un estado de depresión y locura del que nunca pude recuperarme. —La culpa y el remordimiento se reflejaron con claridad en el rostro de la difunta Lady Black. —Cuando por fin logré quedar embarazada de Regulus, la familia creyó que mejoraría, que por fin me daría cuenta de  la fidelidad de Orión, sin embargo ya no había marcha atrás para mí, estaba tan concentrada en mi propio sufrimiento que termine por destruir todo lo que amé, a mi esposo, primos, sobrinas y a mis propios hijos.

Sirius solo pudo observar a Walburga en silencio, el shock se aferraba a él y lo mantenía medianamente controlado.

—No te voy a pedir perdón, porque yo ni siquiera soy la verdadera Walburga, y hacerlo no tendría sentido. Aún así quiero que sepas lo mucho que me arrepiento de mis acciones, lamento infinitamente el tremendo daño que te cause. —Walburga vió con verdadera tristeza el desastre lloroso en el que se había convertido Sirius y, al encontrarse incapaz de brindarle consuelo alguno, abandono su retrato.

—Marte, busca al señor Lupin y dile que Sirius lo necesita —ordenó Lady Black, desde el otro lado de la mansión, consciente de lo sensible que es el exconvicto.

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—Como saben, la magia no solo es agitar la varita y lanzar hechizos, también lo es hacer pociones —dijo Harry, abriéndose paso hacia la sala de pociones que Sirius y Remus construyeron.

El lugar era por si mismo, más amplio que el salón en Hogwarts, los integrantes de DORMIENS IN DRACONES observaron con admiración y asombro el espacio completamente iluminado y con buena ventilación. Hermione y los Ravenclaw soltaron chillidos emocionados y corrieron (no brincaron, por supuesto que no) a inspeccionar todo.

Las gavetas estaban repletas de ingredientes, todos envasados y etiquetados de manera correcta. Las mesas eran de plata, completamente esterilizada y con runas de protección talladas al rededor de las mismas.

—¿Para que son las batas, Harry? —preguntó Cho.

—¿Batas? —repitierón los hermanos Creevey. Cada uno agarro una bata y se la puso, junto a las mascarillas transparentes y los guantes que venían adjuntas.

—Parecemos científicos —gritó Dennis emocionado, girando sobre sus pies y observando como la bata de gran tamaño se adapta a su medida.

—Son por protección, como saben no soy ningún experto en pociones y no contamos con ningún profesional en el área, por lo que no está de más contar con protecciones adicionales en este salón. —Harry respondió con una sonrisa divertida, observando a los nacidos de muggles jugando con el equipo de protección e imitando a diferentes personajes de libros y películas.

—Es tan diferente al aula de pociones que resulta shockeante —comentó Cho con evidente asombro en la voz. Parándose a un lado de Harry para poder llamar su atención de manera casual.

Hijo de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora