21. pesadilla

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El mundo de la fama no está hecho para aquellos blandos de corazón. Porque el mundo es duro, y por un solo error su vida de ensueño sería fácilmente pisoteada. Como le pasó a Renjun.

Él siempre fue alguien muy sensible, alguien que, a los ojos de Jeno siempre sintió la necesidad de cuidar, ya que dentro de él aún había un niño inocente que no podía permitir que fuese corrompido. Pero lo fue, y sus consecuencias fueron tan dolorosas que poco menos le cuestan la vida.

Ahora mismo se encontraba pensando en aquello, en la injusticia que, por su culpa, le ha tocado vivir a las personas que más quería. Primero Jaemin, luego Renjun. Ambos en el hospital, y él, el culpable que los metió en esto, seguía ileso y libre.

Las lágrimas se desplazaban sin parar por su rostro. Ya había perdido la cuenta de cuánto había llorado en silencio, viendo a Renjun dormir profundamente en la camilla. Y se lamentaba. Porque pudo haberlo evitado, si tan solo lo hubiese mantenido cerca todo el tiempo, no lo habrían atacado de esta manera.

—Jeno... —oyó alguien llamarlo desde la puerta.

Sobresaltado, se puso de pie y se apresuró en enjugarse las lágrimas.

—¿Por qué viniste? Aún tienes que guardar reposo —lo regañó.

—Necesitaba saber cómo estaban, ambos... —Sus palabras se oían lentas y susurradas, lo que acentuó su tono de voz grave. Empujó las ruedas de su silla para acercarse a Jeno—. ¿Tú estás bien?

—Sí, fue Renjun el atacado, yo estoy bien —replicó, y volvió a sentarse. Evitaba el contacto visual porque sabía que aún tenía rastros de su llanto y no quería que lo viese en ese estado.

Jaemin se acercó a la camilla, y se asentó a un lado de Renjun. Dormía plácidamente. Tomó su mano y entrelazó sus dedos con cuidado de no pasar a llevar la intravenosa que tenía puesta en el dorso.

—El doctor dijo que estaría bien. Gracias al cielo la apuñalada no dañó más que las primeras capas de su piel. —Carraspeó su garganta al notar que su voz temblaba—. Perdió bastante sangre y debido a eso quedó inconsciente, pero apenas llegó detuvieron el sangrado, suturaron la herida y procedieron a hacerle una transfusión.

—¿Cuándo le darán el alta?

—Dentro de dos o tres días. Primero tiene que cicatrizar la herida para que pueda guardar reposo en casa.

Jaemin afirmó con la cabeza, y lo observó dormir por unos segundos.

—Gracias al cielo la ambulancia llegó a tiempo, si no... —suspiró, sintiendo el llanto ahogarle el pecho de nuevo.

—Estará bien —dijo Jaemin—. Estaremos bien.

—¿Estás convencido? ¿O estás tratando de convencerte de ello?

—Creo que por primera vez he sido obvio en mis intenciones —ironizó. Ambos rieron quedos por el comentario.

—En realidad, para mí siempre fuiste obvio —confesó. Jaemin esbozó una sonrisa amarga—. No eres bueno escondiéndole los sentimientos a nosotros los observadores, ¿sabías? —Se inclinó a él con su sonrisa tan característica sobre su rostro.

—Sí... creo que por eso me enamoré de ambos —susurró. No lo miró a los ojos, porque no fue capaz—. Ustedes fueron los únicos que lograron entenderme... —La lágrima que se le escapó lo tomó desprevenido, y para su mala suerte, Jeno lo descubrió.

—¿Por qué lloras? Si eso es algo bueno. —No la pensó dos veces y se sentó junto a él para darle un abrazo. El rostro de Jaemin fue cubierto por su pecho y aprovechó de soltar otro par de lágrimas en silencio mientras sentía sus caricias sobre su cabeza.

desvanecidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora