Spam-Mon-Ton

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Despertó como lo venía haciendo desde hacía tiempo: con dolor abdominal. ESE... MALDITO... CATRE. Definitivamente un buen colchón sería lo siguiente a comprar si llegaba a caer una venta. Lo cierto era que con aquel sueldo iba a seguir pasando hambre, pero mientras mantuviera un buen número de visitas podría llegar a fin de mes dándose uno que otro pequeño gusto.

Como su cafetera nueva.

Mientras le daba sorbitos a su bebida, comenzó a soñar despierto: ya no se encontraba en un triste y descuidado complejo habitacional en uno de los peores sitios de la ciudad, a su alrededor había lujos dignos de una mansión con muebles finos y cuadros de pinturas famosas con marcos de oro. Su plato se había transformado de tostadas con mermelada de marca económica a una montaña de wafles con huevo y tocino, un bol de frutas exóticas y una copa de vino incrustada en diamantes.

Por ahora tendría que conformarse con tomar café más o menos decente en vez de ese horrible soluble con sabor a agua de calcetín. Se alistó, salió de su departamento y bajó por toda la escalera del edificio ya que el elevador no funcionaba desde que llegó. Apenas había avanzado una cuadra dos grandes Werewire se atravesaron en su camino.

Spamton no parecía estar asustado.

Lo había estado la primera, la segunda y un poquito la tercera vez que intentaron asaltarlo, pero al ver que en cada ocasión no llevaba ningún centavo dejaron de intentarlo, hasta empezaron a sentir algo de simpatía por haber encontrado a un sombrío en peor situación que ellos.

—Hola, Stu. Hola, Louis.

Los Werewire regresaron el saludo, parecía que ellos también iban camino a "trabajar". No era que Spamton estuviese de acuerdo con esa forma de vida, pero ¿qué podía hacer alguien cómo él?

"Mientras no sea a mi..."

Llegó hasta la parada, esperó el bus de la línea económica y, cuando llegó, se encomendó para que el cacharro no lo dejara a medio camino y le pusieran falta por llegar tarde. Siempre hacía lo posible por mirar la ventanilla y ese día había varios asientos libres. Le gustaba ver el cambio del paisaje: cómo poco a poco esos edificios grises y tristes se iban quedando atrás, haciéndose pequeños a la distancia y cómo iban emergiendo aquellas lujosas residencias, los carteles de neón, los anuncios que te hacían creer que se podía tener una vida mejor.

Tocó el timbre y bajó en su parada. Todavía le tocaba caminar varias cuadras para llegar a Altervisión. Aquella era una zona comercial bastante concurrida y llena de grandes cadenas de tiendas y oficinas; por las calles se veía a bastante gente en uniforme como él yendo a trabajar, pero también desfilaban sombríos de trajes caros en sus autos último modelo o en atuendos deportivos paseando a sus mascotas con pedigrí.

Finalmente llegó hasta su oficina, a veces llegaba con tanta anticipación que era el primero en llegar. Encendió su equipo, puso todo en marcha y a sus copias a generar correos. Pasaron varios minutos y notó algo extraño: el contador de clicks no subía. Tal vez había llegado demasiado temprano y la mayor parte de los lumínicos todavía no revisaban sus correos. Pero conforme pasaban las horas los números subían muy lentamente, para medio día apenas había llegado a los trescientos clicks, muy por debajo de lo que venía logrando desde que entró. Finalizó su día con menos de mil; se llevó las manos a la cabeza, ¡aquello era terrible! Con números así apenas y tendría para pagar el alquiler y un poco de comida.

Deltarune: Hilo negroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora