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Kenna Mcoy

Juro que no iba a firmar.

Lo dudé muchas veces, sin embargo, al instante en que tomé el bolígrafo entre mis dedos un impulso fantasmal me llevó a trazar mi nombre en el documento que leí tres veces, tomando la gran decisión de formar parte de la vida del pelotero más reconocido y alabado del todo el país por nueve meses.

No oculto que mi humor está muy afectado por mi horario de sueño —y a eso sumándole que no he comido nada—, pero es raro que a pesar de todo lo que pasó, internamente me siento tranquila.

Quiero preguntarle si la amenaza es culpa de la noche que tuvo ayer. No me hizo falta escuchar la conversación de su grupo de amigos o compañeros para creer que iban de fiesta. Estoy segura.

De reojo puedo notar que está nervioso, y no lo critico, yo estuve igual, solo que yo si supe disimularlo.

A pesar de todo, esto me queda de experiencia para que más nunca en mi vida me queden ganas de tomar decisiones apresuradas y menos en la madrugada. No pienso con coherencia a altas horas de la mañana y menos sin comer.

Al llegar a mi departamento y abrir la puerta, observo a Leila, quien pasa como Pedro por su casa y se sienta en el sofá viendo con fijación al hombre que se ha quedado a mi lado esperando que le de permiso para entrar. Con una seña le indico que puede hacerlo y la ceja izquierda de mi amiga se eleva, preguntándome muchas cosas que sabe que no le responderé a través de su mirada.

Hace un momento estaba molesta, ahora parece asustada.

—Me ibas a dejar... —susurra cuando paso frente a ella y yo suspiro siguiendo mi camino hacia la cocina.

—Voy a preparar el desayuno.

Saco los ingredientes que voy a necesitar y me llevo todo para el desayunador. Prefiero prepararlo aquí que darle la espalda a los dos personajes que parecen estudiarse como si fueran animales salvajes.

El invitado no-invitado se recuesta de la pared y me da la impresión que quiere mantenerse lejos de Lion. Por un instante me fijo en sus ojos distraídos que parecen atraerme como un imán, llevándome a notar cada pequeña acción, cada pequeño movimiento muscular. Como se toma el puente de la nariz y su pecho se infla, como las venas de sus brazos sobresalen un poco, hasta como el nervio palpitante de su cuello lo incomoda tanto que tiene que meter una de sus manos en el bolsillo de su jean para resistir la idea de acariciarse.

—No quiero ser irrespetuoso, pero... ¿Ella va a ir con nosotros? —cuestiona con un tono de voz afectado sin mover su cabeza.

Asiento al mismo tiempo en que suspiro y vuelvo a controlar mi atención en el desayuno.

—No puedo dejarla sola.

—Lo ibas a hacer —suelta Leila con resentimiento.

No tiene sentido de que diga algo más sobre el tema.

—Paz, paz, paz... —repito ignorando que se ha levantado para sentarse frente a mí y darme presión con sus ojos achinados.

—Mcoy, sabes que...

El celular de Creek empieza a sonar de nuevo, interrumpiendo lo que iba a decir. Quise volver a posar mis ojos sobre él, sin embargo, ahora es él quien tiene la vista fija en mi al momento en que sale, atendiendo la llamada.

—¿Por qué hay tanta tensión entre ustedes? ¿Te estás...? Oh.

—Leila, por favor.

—Tengo muchas preguntas. Respóndemelas antes que venga y...

Tercera Base. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora