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Ipanema, Rio de Janeiro, Brasil.

Más tarde ese mismo día...

Jeremiah Creek.

La rabia, la desesperación y el dolor se palpan en el aire, casi volviéndose una cuarta persona entre los tres.

Las pastillas que me recetó el doctor no están sirviendo de nada. El corazón me late como loco, sin calma. Mi respiración está demasiado agitada y el humor de mis dos acompañantes no me ayudan en nada. Tampoco es que esperaba algo de su parte.

Las llaves resuenan entre mis manos y las luces amarillas a un lado de la puerta principal me fastidian. Introduzco el objeto metálico en la manija y el olor que sale de la casa me trae la paz que tanto necesito en este momento.

Las ruedas de las maletas sonando en la cerámica blanca, la brisa salada moviendo las cortinas de tela casi trasparente y el suspiro profundo de Leila deshace la presión que sentía en la mandíbula.

Esto es culpa de mi mente. Me estoy enfocando en un futuro que no existe.

La llamada de Jackson esta tarde me recordó el por qué estoy en Brasil con Mcoy y su amiga, me recordó que tengo cosas de las que ocuparme y prestarle atención, revolucionando todo lo que ocultaba hasta de mí mismo.

Pero lo peor no es eso, sino el caos que hay en las redes sociales y el mensaje de la mamá de Kenna. No tendría porque preocuparme por ninguna de esas dos, pero no es solo mi nombre el que aparece en las noticias de fans inventando cosas que nunca pasaron.

Antes de salir de Nueva York me prometí internamente de que voy a cuidar a estas mujeres y es lo que estoy haciendo, por eso he alquilado una casa hasta que Mcoy decida irse de nuevo a Estados Unidos. No importa si es en un mes, o un año, va a refugiarse aquí si así lo decide.

—Espero que tengan todo lo que necesitan, si no, no importa la hora, veremos qué podemos hacer para adquirirlo.

—Gracias, Jeremiah... —Suspiro cuando la voz apagada de Kenna hace eco en mi cabeza entre las cosas que me preocupan.

Leila se pierde por el pasillo en busca de lo que supongo es una habitación para ella y Kenna se mantiene en medio de la sala amueblada, observando todo con la tristeza cambiando el brillo de sus ojos por algo más oscuro.

Verla con el semblante tan deprimido me da cosquillas en el estómago. Y de las malas.

A pesar de que no quiera dejarla sola, le doy su espacio y me pierdo en el pasillo donde tengo que adivinar donde está la próxima habitación libre para no verme como un estúpido abriendo y cerrando.

Ya adentro, entrecierro la puerta detrás de mí, dejando que la luz amarilla de la sala pase e ilumine un poco más estas cuatro paredes que se mantienen ordenadas a la perfección. Todo está tan limpio que no provoca ni siquiera respirar para no desorganizar.

Dejo la maleta cerca de la puerta del baño y camino directo al balcón sin barandal que se extiende por la arena, haciendo que la cerámica desaparezca a medida que avanzo. La playa se aprecia a la lejanía, el mar se pierde entre el cielo oscuro, y las olas junto a los grillos son el instrumental de esta noche.

Cierro los ojos por unos cortos segundos y suspiro metiendo las manos dentro del bolsillo de mi pantalón.

Mientras visualmente exploro las palmeras y los arbustos que le dan privacidad a este lado de la casa, pienso en todo lo que no me permití pensar a detalle de camino aquí.

Pronto tengo que hacer algo con Morris. O me arriesgo a denunciarlo o... No lo sé, pero la decisión la tengo que tomar antes de volver a Nueva York. No puedo seguir permitiendo que se burle de mi esfuerzo como lo está haciendo ahora. Es patético, una tontería, muy irresponsable de su parte.

Tercera Base. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora