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Estoy furiosa.

No me cabe la paz en la cabeza.

Quiero cometer un delito, fundirme el cráneo, insultar a alguien, ¡no lo sé! ¡Quiero sacar esta rabia de una u otra forma! Me siento irrespetada, abusada, violada moralmente. Me siento fatal.

Yo sé quién es Lorelay T. De Mcoy, lo que no sabía era que estuviera tan al borde de tener un colapso emocional en cualquier momento. Esta situación me ha acercado más al precipicio que es de tenerla como mi mamá. Y, a mi parecer, esa muerte lenta viene en paquete con mi papá.

No me extraña porque sigo sin acordarme de mi infancia... Saber lo que me ha hecho bloquear casi todos mis recuerdos no es la lotería que me quiero ganar.

—¿Cuándo te contactó?

Su voz resuena en cada esquina del auto y lo siento lejos a pesar de que esté justo al lado mío. No he querido verlo. Siento vergüenza.

La noche parece menos intensa con las luces de la carretera a nuestro alrededor. Algunos autos pasan con rapidez por el lado contrario con sus luces a todo dar, los edificios, casas y comercios también iluminan las calles dándole un aspecto tenebroso al estar casi solas.

Tal vez soy yo, pero siento todo más negativo que de costumbre. Y no ayuda que ya estén a punto de ser las tres de la madrugada y yo esté llena de moretones, uno que otro raspón con sangre y una gran herida emocional que me costará llenar por mi cuenta.

—Papá... Me siento mal.

—Tienes una boca. Habla.

El tono déspota que utiliza, me recuerda a que, a pesar de las pocas esperanzas que he tenido estos últimos minutos, son una ilusión, la realidad es esta. Mis padres no son lo que yo quiero que sean y tengo que estar bien con eso.

Suspiro y luego de contar hasta tres, respondo.

—Hace un tiempo. Específicamente no sé —miento.

Obvio que lo sé.

—¿Qué te dijo? —el sonido de la palma de sus manos sobre el volante cuando gira me pone los pelos de punta.

Que yo recuerde, nunca había estado en un espacio cerrado solo con él, y ahora que lo estoy, me siento en peligro. No por papá, sino por mí. No quiero bajar la guardia.

—¿Sabías? —alzo las cejas cuando suspira, evadiendo mi pregunta. —Ah, hablo yo, pero cuando pido información importante te quedas callado.

—Yo soy tu papá.

—Exacto. Papá, no un dictador que me obliga a abrir o cerrar la boca cuando lo que tengo que decir es que... ¡No estamos en...! —no aguanto más y dejo salir las lágrimas.

El dolor emocional que siento no es normal. Nunca me había sentido así. No con tanta profundidad.

Se supone que, como hija, tengo que sentirme feliz y tranquila alrededor de mamá y papá... Sin embargo, es lo contrario, siempre ha sido lo contrario. Si estoy feliz, para ellos estoy triste y perdida. Si estoy molesta, para ellos estoy feliz y enamorada de la vida.

La dinámica entre ellos y yo se ha vuelto tan distante, que pensar en desaparecer de sus vidas se vuelve una necesidad que me quema las venas.

—Ya, Marie, ya. —dice, intentando calmar mi llanto—. Yo le di tu información. Yo contacté a Lorelay cuando supe de su existencia.

¿Por qué no me sorprende? ¿Será porque tengo miles de pensamientos atormentándome? ¿Lo sospechaba? No. Pero hablar de mi abuela ahora no es una buena opción. No me quiero lanzar por la ventana.

Tercera Base. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora