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Río de Janeiro, Brasil.

Aeropuerto Internacional de Rio.
13 horas después...
10:00pm

Extraño el sol.

—¡Creek, respóndeme!

—Qué quieres, Leila... —dice demostrando cansancio.

También extraño el silencio.

Mi amiga ha estado fastidiando al beisbolista en todo el vuelo. Fueron más de diez horas y a él le tocó la peor parte ya que su asiento y el de ella estaban juntos.

Cuando nos bajamos del avión hace cinco minutos, ya me sentía diferente, pero una parte de mí aun no quiere creerlo. Solo salí del país una vez y fue con mis padres hace once años, no duramos muchos días, en veinticuatro horas ya estábamos de regreso a Estados Unidos.

Ahora no estoy con ninguno de los dos y estoy segura que pasaré más de veinticuatro horas disfrutando las noches y el sol de Rio.

Me siento un poco cohibida al caminar porque siento que los brasileños me juzgan con la mirada, pero no son ellos, soy yo misma que malinterpreto mi felicidad queriendo que el miedo y el mal humor se vuelvan mis acompañantes favoritos en este largo viaje.

De camino a la cinta de equipaje, entro en ambiente cuando noto que no soy la única que intenta esconder su emoción por la nueva energía que llena este sitio. Hay personas a mi alrededor que viven con el peso de su nacionalidad y de sus propios problemas y situaciones, pero la magia de un país nuevo les hace cambiar de enfoque, casi creando una perfecta ilusión de realidad temporal.

Se siente la diferencia y yo tengo miedo de aceptarla por completo.

Miedo de aceptar que realmente no conozco nada.

Y no hay mejor ejemplo que las personas que me acompañan. Específicamente una.

Durante el viaje no hablamos mucho gracias a nuestra distancia, pero las palabras que compartimos en el avión —y en aquella sala vip— me hizo caer en cuenta que no sé quién es y que el análisis que le hice cuando pasó por la puerta de mi departamento es casi erróneo en su totalidad. Es demasiado reservado y habla solo lo necesario. Todo lo que llegué a pensar de su persona se está desapareciendo con rapidez y me siento irritada conmigo misma por eso.

—¿Por qué si eres el bateador estrella de los malditos Yankees, tomas un vuelo público? —cuestiona la asiática por quinta vez desde que bajamos. Ya me tiene los oídos tristes. —Respóndeme, vamos.

La mirada que comparte Jeremiah conmigo me lleva a ignorar la conversación. No es mi culpa que ella esté aquí... Un 50% quizás, pero lo demás se lo lleva la vida y sus cosas.

—Pensé que iba a hacer calor —Leila expresa su descontento cuando no obtiene respuesta, tratando de frotar su piel con la tela de mi vestido.

Su vestimenta es totalmente contraria a la mía. Shorts cortos, top y un suéter delgado largo que combina con sus zapatos deportivos blancos y una gorra del mismo color.

—Estamos a diecisiete grados Celsius —dice nuestro acompañante premium viendo su reloj con el ceño fruncido.

—¡¿Ah?!

—¡Leila, ya deja de gritar!

—Amargada. —Me saca la lengua y en mi defensa le muestro el dedo corazón. —Grosera.

—Kenna, ¿puedes venir un momento? Por favor.

Con delicadeza desenlazo el brazo de Lion del mío y me acerco a él cuando llegamos por nuestro equipaje y las personas a nuestro alrededor se vuelven estresantes.

Tercera Base. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora