Son las dos de la tarde y estoy muy nervioso. El sol me pega directamente en la cara y mis ojos no lo pueden soportar a pesar de los lentes oscuros que llevo. Creo que elegí un mal día para la camisa negra y la tela sobre mi cabeza que representa la cultura de este país. Estoy convencido de que el color negro se traga todo el calor.
Me paso una mano por la cara ya sintiendo como la pesadez del clima me debilita el cuerpo.
Dormí bien por culpa de las pastillas del corazón, sino fuera por ellas, estuviera con ojeras horribles y con un solo pensamiento en la cabeza: Kenna Mcoy.
Es imposible para mí que ella quiera distancia... Dios, no puede quererla después de lo que pasó hoy en la madrugada.
El ardor en mis labios no se va y quiero mantenerlos por más tiempo de tan solo pensar que en algún momento dejaré de sentirlo. No sé cuándo se vuelva a repetir lo que pasó en esa habitación. Si, me siento feliz, pero también incómodo al comprender que este día es más una despedida que una celebración.
Observando los autos que pasan por la carretera en dirección contraria a las pirámides, suspiro rendido ante el recuerdo del mensaje de mi abogado hace unos minutos referente al documento que le envié. No puedo seguir ignorando la realidad y eso me está doliendo más de lo que pensé. La despedida también viene de mi parte.
Ya no hay contrato entre Kenna y yo —se me había olvidado que había uno—, y, como si fuera otra cosa más sin importancia que añado a la lista, voy a perder todo lo que hasta ahora he conseguido con mi esfuerzo. Kenna, por su parte, sigue con su meta personal, el mismo conflicto con sus padres, en la búsqueda —encuentro— de su tía y dándole calidad de vida a Leila.
Parece que nada cambió cuando todo lo hizo.
—¿A qué hora se van a bajar esas mujeres de ahí? Estoy empezando a sudar demasiado y eso me estresa.
Volteo hacia Jackson que se recuesta de la puerta del copiloto del auto del hotel que nos trajo y vuelvo a suspirar. La tela blanca en su cabeza junto a los lentes —me copió el estilo— lo hace ver misterioso, guapo e irresistible. Me rio imaginando su cara si se lo digo.
Su vestimenta es más liviana que la mía. Pantalones caqui, botas casuales y una camisa azul fresca de rayas blancas.
Abro la boca, pero la cierro cuando las puertas traseras se abren.
—Aún tengo sueño —su voz me altera el corazón.
Me siento demasiado estúpido sintiendo esto. ¿Desde cuándo no me fijaba en alguien así? Creo que estoy oxidado en esa parte. Además, creo que nunca he experimentado esto.
—Si no te despertaba, íbamos a pasar el ultimo día en Egipto oliendo las sábanas de un hotel.
—Eso no sonó bonito.
—¿Sabes que no es bonito? El que me hayas rechazado la bolsita de frutos secos que con mucho amor te compré. Eso sí.
—¿Saben también lo que no es bonito? Que nos tengan aquí afuera llevando sol solo porque Kenna quería dormir cinco minutos más. Me estoy cocinando.
La mirada que Leila le da a Jackson deja de darme gracia al momento en que ella me mira a mí de la misma forma.
—Uno no puede nombrar a Kenna porque el león sale a la defensiva. ¿Te gusta tu amiga, Leila? —Edwinson susurra esto último y ella le pisa "disimuladamente" el pie haciéndolo reír. Se comportan como adolescentes.
Mi corazón intenta escaparse por la garganta cuando una mano fría es envuelta en mi codo, llevándome lejos de las dos personas que comienzan a soltarse cosas sin sentidos solo por venganza.

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Tercera Base. ©
RomansaCuando el deseo es muy fuerte, renunciar a todo lo que te aleja de él es la primera opción. Sin embargo, para Kenna y Jeremiah es un poco distinto, ya que ambos primero les gustaría resolver todo lo que les impide disfrutar de ellos mismos. El cami...