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Nueva York, EE.UU
Estadio de los Yankees.

Enero 2022


Kenna Mcoy

Voy a tener que internarme con una camisa de fuerza para obligarme a entender muchas cosas.

La vida me ha enseñado que lo único que soy capaz de controlar es cómo respondo a las circunstancias, y a pesar de que las enseñanzas han sido fuertes, inconscientemente aun me sigo obligando a querer controlar cada pequeña parte de las experiencias.

No sé qué parte de mí no quiere entender eso.

Lorelay T. Mcoy y Emett Mcoy son mis padres. Dos personas que hace más de veintidós años decidieron empezar una cadena de condominios por todo el país con sus propios ahorros, convirtiéndose en poco tiempo en la pareja más fuerte a nivel de negocios que tengan que ver con hoteles, moteles y otros condominios. Muchos extranjeros y nacionales prefieren alquilar un departamento en los edificios Crown, que alquilar habitaciones simples de hoteles que cobran mucho más.

No estoy muy familiarizada con sus movimientos, pero es impresionante como siguen ganando cuando han querido sabotearlos más de una vez.

Suspiro con profundidad, viendo la parte superior del estadio de los Yankees en donde el sol brilla entre las nubes, los pájaros cantan con la alegría que no tengo y la esperanza de alcanzar un punto de paz en mi vida se burla en mi cara. El césped del jardín central se oculta bajo una tela blanca y esa escena por alguna razón me deprime tanto que prefiero enfocarme en Emett y Lorelay, quienes conversan con el encargado del estadio temas no tan lejanos a los negocios.

Según mis padres, estoy aquí para "desarrollar mi interés" en lo que ellos practican con regularidad a pesar de que ya les haya dicho que prefiero dedicarme a otra cosa que cargar con el peso de su herencia.

Aunque los asientos de la tribuna no sean lo suficientemente cómodos para mí, me da vergüenza admitir que prefiero estar aquí pensando en mis cosas, que en la parte de abajo intentando negociar con ellos. No quiero ser malagradecida, pero el rechazo que llevo sintiendo hacia esa pareja desde hace cuatro días no se va y el impulso que nubla mis sentidos me anima a tomar decisiones apresuradas de las cuales estoy segura de que me arrepentiré más temprano que tarde.

—¡Kenna, ven!

Dejo de ver hacia un punto fijo y me levanto ante el llamado de mamá, quien me observa con los brazos cruzados diciendo algo que no entiendo. Apresurada, bajo las escaleras, y sonriendo sin ganas, saludo al señor Shepperd.

Las únicas personas que permanecen en las gradas somos nosotros y los del equipo de limpieza, quienes se encargan de quitar la nieve de los lugares importantes y arreglar detalles que dan mala impresión en las sillas y barandales.

—¿Le interesa el béisbol, señorita Mcoy? —Su pregunta no me desconcierta, pero tampoco la esperaba.

—No soy fan de ningún equipo, pero me gusta observar el deporte.

La facilidad con la que le respondo me quita un peso de los hombros que no sabía que tenía.

—¿Le gustaría venir para el próximo juego? Todo pago. —Alza las manos y ríe viendo a mis padres que le siguen en la "broma".

Me encojo de hombros formando otra sonrisa falsa en mis labios. Es cierto que poco me importa, pero si digo que no, todos pasaremos vergüenza aquí. Mis padres con su actitud irritante, yo tratando de ignorarlos y el señor Shepperd se puede sentir arrepentido por su pregunta.

Tercera Base. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora