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Princeton, Nueva Jersey, EE.UU.

El sonido de los grillos y el viaje de la brisa entre los árboles provoca que suelte una pequeña risa en el cuello de Jeremiah ante tanta serenidad que se respira con frescura. Las luces amarillas dispersas por todo el territorio, haciendo contraste con las flores anaranjadas bajo las ventanas, me acarician el corazón de manera tierna.

Por lo poco que veo a estas horas de la noche, noto que su casa es de dos pisos, con ventanas modernas, paredes amaderadas que le dan ese toque entre la elegancia y lo clásico, y un camino de piedras blancas hacia la entrada el cual hace sentir todo más familiar.

Porque, a decir verdad, parece un hogar muy familiar desde fuera.

Jeremiah abre la puerta, da un brinco agarrándome de los glúteos para que no me caiga de su espalda y yo vuelvo a reír viendo todo lo que mis ojos pueden captar cuando entramos. Que idiota me siento por volverme a reír por eso.

Las paredes son blancas, o, mejor dicho, de un color gris muy claro que hace resaltar el marco negro de las ventanas y el color marrón claro de las puertas. Un contraste clásico que me brinca en el pecho, si me preguntan. Estoy enamorada.

El sofá blanco en forma de L encima de la alfombra azul me quita el aliento por cómo se ve con el piso —que es del mismo color de las puertas—, la chimenea moderna y unos cuantos libros en la estantería que están de manera contraria del modo al que normalmente se pueden ver, rodeando el televisor.

—¿Estás bien? —cuestiona Creek en un tono burlón ante mi silencio. No se ha movido ni un centímetro desde que entramos.

Sé que él también piensa mucho las cosas. No lo mismo que yo, estoy segura, pero algo lo tiene atrapado.

—¿Dónde estamos? En tu casa, sí, pero...

—Nueva Jersey —me interrumpe y casi me caigo de su espalda.

—¿Qué? Jeremiah...

—¿Qué? —ríe, comenzando a caminar.

Aprieto las piernas para que se detenga y para mi sorpresa, lo hace.

—De donde estábamos hasta aquí son más de treinta minutos.

—Aja... —Carraspea. —Si me preguntas, yo tampoco supe como llegamos tan temprano. ¿Te hago un tour?

—¿Lo dudas? —Me acomodo y el vuelve a dar un brinquito para que lo haga mejor. —Comencemos por aquí, por favor. Y puedes bajarme, si quieres.

—No quiero. —Aprieta sus brazos a mi cuerpo y tengo que reprimir otra sonrisa. Le dije para ser decente, muchas ganas de alejarme de su cuerpo caliente no tengo. —Esta es mi oficina. No me gusta estar mucho tiempo aquí porque... No sé, me estreso.

Al pasar por la puerta de vidrio que está cerca de la entrada, un cuarto pequeño pintado de negro se abre para mí, mostrándome un escritorio con una computadora, una biblioteca con algunos libros, decoraciones, cajones cerrados y cuadros con la camisa respectiva de Jeremiah. No va más allá de lo básico. Es lo primero que te imaginas cuando te nombran la oficina de un beisbolista.

Pero, me gusta la lampara colgante... Ese dorado con el negro es maravilloso.

—Hay algunas habitaciones que están vacías porque no pienso quedarme aquí por mucho tiempo —dice al salir.

No hizo falta que me señalara las habitaciones, ya que cruzamos la cocina saltándonos un pasillo a la izquierda con dos puertas cerradas.

—¿A dónde vas?

—Lejos. A donde me lleve el viento. —Nos detenemos en medio del salón. —Allí está el comedor, alejado de la sala como me gusta, esta es la cocina donde me la paso la mayor parte del tiempo, pensando...

Tercera Base. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora