Suavemente

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Mal envolvió sus delgados dedos en torno a la taza, agradeciendo tener algo para calentar sus manos. Le dió un tentativo sorbo al té que Ben había preparado, sonriendo al notar que estaba tal y como a ella le gustaba.

El invierno había golpeado con fuerza a la capital de Auradon, todos los días parecía
descender aún más la temperatura o nevar, las clases y reuniones se habían suspendido por un tiempo indeterminado, hasta que las condiciones climáticas mejoraran estaban atrapado en el castillo. Lo cual no sonaba como algo muy difícil, pero con ocho niños corriendo por todos lados, presa del aburrimiento, era casi imposible tener paz y tranquilidad.

—Gracias —le lanzó un beso por encima de la taza humeante.

Ben maniobró con cuidado alrededor de los niños, quienes estaban dormidos en diferentes lugares de la habitación, esparcidos entre el suelo, los sillones y la cama, deseando mantener el ambiente calmado tanto tiempo como fuera posible.

Finalmente logró llegar al lado de Mal, dónde se presionó contra su costado y, sin perder el tiempo, le cubrió la cabeza con un gorro que estaba posado en la mesita de noche y la arropó con otro edredón.

—De nada —susurró, acercando su cara a la de ella.

A Mal se le aceleró el corazón, sintiéndose repentinamente abrumada por el calor natural de Ben, sus brillantes ojos de un marrón verdoso tan expresivos que por si solos bastaban para desarmarla, sus labios entreabiertos, sus mejillas, rosadas por el frío... Podría pasarse todo el día enumerando cada uno de los detalles que amaba de su esposo.

—Te amo ¿sabías? —se inclinó con cautela hacia él, cuidando de no aplastar a Myrcella en el proceso.

Ben chocó sus frentes y acercó sus labios tentativamente, como si fuera a besarla.

—Lo sé —sonrió con picardía—, aunque no me molestaría escucharlo de nuevo.

Llevó sus manos al cuello de él, donde entrelazó los dedos en su cabello, jalándolo suavemente, de la manera en que sabía que lo volvía loco

—Te amo —le susurró fervientemente—, te amo, te amo, te amo.

Su esposo se rió por lo bajo.

—Yo también te amo, mi reina —le dijo, sonriendo tan ampliamente que ella pudo ver sin problema los pequeños hoyuelos que se formaban en sus mejillas.

No soportó más la tensión, tenía que besarlo o moriría de combustión espontánea. Atrapó sus labios, dejando en evidencia lo desesperada que estaba y Ben, quien nunca deja escapar una oportunidad para torturarla, la alejo con delicadeza.

—Shh, suavemente, mi amor —le indicó—, no debes ser tan brusca.

Mal hizo un puchero, frustrada por la insistencia de su marido en ser delicado con ella. Aún después de tantos años, no se acostumbraba a las suaves muestras de cariño que los héroes tomaban como normal.

—Been —se quejó.

Él le puso un dedo en los labios, haciéndola callar.

—Tómatelo con calma.

De haber estado de pie, habría dado un fuerte pisotón para demostrar su descontento, pero como estaba acostado en su cama, no le quedaba más opción que fruncir el ceño.

—Eso es aburrido.

¿Sonaba como una mocosa caprichosa? Sí, ella era muy consciente de eso.

¿Le importaba? Por supuesto que no, estaba congelada y a punto de morir de aburrimiento, no pensaba conformarse con un besito de niños de primaria.

Ben apretó los labios, y ella lo conocía lo suficiente como para poder saber, sin lugar a dudas, que se estaba aguantando la risa.

Frunció aún más el ceño, molesta porque estuviera burlándose de ella.

—No te rías, estoy hablando enserio.

Él le acarició la mejilla con ternura.

—¿Te das cuenta de lo hermosa que te ves cuando estás enojada?

Un sonrojo traicionero tiñó su rostro en contra de su voluntad, pero por el bien de su orgullo hizo como si no lo notara.

—No estoy enojada —se defendió.

Ben sonrió aún más.

—Claro, mon amour, lo que tú digas.

—Y me parece bastante grosero que te burles de mí así.

El rey alzó las cejas, sorprendido.

—No me estoy burlando de ti —le aseguró.

—Eres un incitador —lo pinchó con cuidado en las costillas.

Él se sacudió, sensible como siempre a las cosquillas.

—Te acercas a mi como si fueras un dios griego —le recriminó, juntando sus labios tanto como era posible sin besarse— y después me niegas el placer de probar tu boca, pero sigues tentándome una y otra vez, como si quisieras que te rogara.

Ben puso los ojos en blanco.

—¿Cuándo te volviste tan dramática? —cuestionó.

Mal se encogió de hombros.

—Creo que me contagiaste.

Ambos se quedaron en silencio, mirándose a los ojos y preguntándose quién cedería primero.

El espacio entre ellos estaba lleno de tensión, como si el vacío que separaba sus cuerpos intentara succionarlos y les exigiera fundirse en un solo ser por el resto de sus vidas.

Al final fue Ben quien se rindió. Enredó sus dedos en el cabello de Mal y jaló de ella en un beso tan abrasador que la dejó mareada.

Solo se separaron cuando escucharon un "iugh" proveniente de donde estaban durmiendo sus hijos.

Al alejarse del otro, se encontraron con que Mattías los miraba, algo asqueado.

—Hay niños presentes, por si no se han dado cuenta —los regañó con voz adormilada.

Ambos se rieron, incapaces de enojarse con él por interrumpir su momento.

—Lo siento, dragoncito —se disculpó Mal—,  vuelve a dormir.

El príncipe volvió a recostarse en el mueble, aún refunfuñando por lo bajo.

—Que carácter —bromeó la reina.

—¿De quién lo habrá heredado?

Mal arrugó la nariz al verse señalada, pero su esposo la calmó con un suave beso.

—No te preocupes, tu carácter me vuelve loco.

La reina arqueó una ceja.

—¿En el buen o en el mal sentido? —quiso saber.

Ben le ofreció su mejor sonrisita inocente, aquella capaz de desarmarla en segundos.

—Tu carácter me vuelve loco —repitió a modo de respuesta.
 

Relatos de una familia real (Primera versión)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora