3. Como la Bella y la Bestia

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Albus despertó deseando que todo lo que había ocurrido en el barco rumbo a Paris hubiera sido un sueño; que Gellert Grindelwald no se había hecho pasar por otra persona para acercarse a él. Sin embargo, al abrir los ojos pudo comprobar que la cama en la que reposaba, no era la que había tenido en el barco, ni tampoco su propia cama en su dormitorio de Hogwarts. Estaba tumbado, cubierto por pesados y cálidos cobertores, en una fastuosa cama con dosel. Se incorporó para poder observar bien la habitación, muy espaciosa y adornada con esmero; cuyas paredes estaban hechas de gruesa piedra gris, con unas pequeñas ventanas perforadas en la misma. Dedujo que se encontraba en el interior de la fortaleza de Nurmengard.

-Por las barbas de Merlín, Gellert... ¿qué tienes en la maldita cabeza? - Masculló enfadado.

Puesto que estaba vestido, se puso en pie y fue directamente a la puerta; fue en ese momento cuando se percató de algo: no sólo no tenía su varita sino que llevaba una especie de brazaletes en las muñecas. Dedujo que inhibían su magia.

Probó a abrir la puerta de la habitación; como suponía, estaba abierta. Con su magia bloqueada, no tenía sentido que Gellert lo mantuviera encerrado.

Mientras bajaba las escaleras, se preguntaba cómo iba a justificar Gellert su presencia allí, pero lo cierto era que parecía que no parecía nadie allí. Pronto llegó al primer rellano después de la habitación donde se había despertado, y abrió la primera puerta que encontró; maravillado, se encontró con una gran sala llena de estanterías repletas de libros, en el centro de la misma había una chimenea donde un fuego ardía alegremente. A pesar de su indignación por haber sido secuestrado y llevado a Nurmengard en contra de su voluntad, no pudo evitar entrar y examinar las estanterías.

No tardó mucho en encontrar un libro que le interesó, que llevaba buscando mucho tiempo, pero que era prácticamente imposible de conseguir. Muy a su pesar, lo sacó de su lugar en la estantería y se sentó en uno de los cómodos sillones a leer.

- Sabía que adorarías mi biblioteca - dijo una voz suave a su espalda. Albus dejó el libro sobre el brazo del sillón y se puso en pie rápidamente, dándole la espalda. - Mi querido Albus...

Grindelwald se acercó más a él y le abrazó por detrás, apoyando la cabeza en su espalda; Dumbledore no reaccionó, se limitó a poner mala cara.

- La biblioteca es toda tuya - le susurró al oído, pero el profesor se mantenía en un hermético silencio. - Albus, ya sé que la forma de traerte aquí no ha sido la mejor, pero no se me ocurría otra forma de hacerlo. Y también he de decir que fue divertido y un tanto liberador hacerme pasar por otro en el barco, casi tanto con el tiempo que pasé con la apariencia de Percival Graves en New York. Claro que tus sobrinos, los dos, en realidad, frustraron mis planes y terminó mi vida fácil en América.

- Quizá no lo hubieran hecho si no te hubieras empeñado en intentar matar a Newt varias veces y en utilizar a Credence para tus fines - susurró Albus de mala gana, sin poder evitar contestar a las palabras del que, aunque no quería admitirlo, seguía siendo el único hombre al que podría amar.

- ¡Vaya! Ya estaba empezando a preguntarme si el hechizo aturdidor que utilicé para poder traerte aquí había tenido algún efecto extraño y también te había provocado algún tipo de mutismo - se burló Gellert, en tono jovial. - Vamos, querido, no te pongas así...

- ¿Y cómo quieres que me ponga, Gellert? - Replicó Albus, con voz calmada pero sin ocultar un rastro de furia. - Por si todo lo que hiciste en New York, París y Bhután no hubiera sido lo suficientemente horrible y desalmado; luego te centraste en hacernos la vida imposible a mí y a todos mis seres queridos, empezando por lo peor de todo, atacar casi mortalmente a Bunty, la esposa de mi hermano.

4. Animales Fantásticos: la fuerza del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora