22. Tienes que volver

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Albus Dumbledore se levantó, con los ojos y las mejillas inundados en lágrimas, tras alisar con la mano la tierra removida frente a la lápida de la tumba de su madre y su hermana. A pesar de que Theseus, Percival y Newt habían realizado una búsqueda exhaustiva por los alrededores de Nurmengard, no habían encontrado ni rastro de Vinda o de Gellert; todo apuntaba a que la fuerza de la explosión los había desintegrado, como pareció desde el primer momento.

El profesor no pudo más que rendirse a la evidencia. Gellert Grindelwald había muerto, se había sacrificado para salvarlos a todos y lo único que había quedado de él eran los fragmentos de aquella Varita que tanto tiempo había pasado buscando. No había estado seguro de si Aberforth estaría de acuerdo, pero decidió que enterraría la Varita en el cementerio del Valle de Godric, justo en la tumba de Ariana y de su madre. Sin embargo, para su sorpresa, el tabernero se mostró de acuerdo con su decisión. No sólo eso, había acudido junto con los demás miembros de su familia, Theseus y Lally incluidos, para apoyarle en aquel momento de dolor.

- Nunca me gustó ese hombre - murmuró Aberforth, con pena, abrazando a su hermano cuando se reunió con ellos, cabizbajo y en silencio. - Pero sé que le amabas, lo siento mucho, hermano.

Bunty y Lally también abrazaron al profesor, ambas habían trabado amistad con el búlgaro y no podían creer que hubiera muerto y menos de la manera. Lo peor era que Gellert Grindelwald había sido un héroe, pero no iba a poder tener el reconocimiento que merecía, ya que en el momento de su muerte seguía siendo un fugitivo.

***

Una figura lo había observado todo el "entierro" desde la valla que cerraba el cementerio. Estaba cubierta por una larga capa con capucha que ocultaba sus rasgos, pero no lo suficientemente para ocultar que era una mujer.

Tras observar como Albus Dumbledore enterraba aquella varita junto a las tumbas de su hermana y su madre, y todos los presentes se marchaba del cementerio, momentos después, la mujer encapuchada también se marchó. Vivía allí mismo, en la aldea, a pocas calles de distancia del cementerio; justo antes de entrar en su pequeña pero acogedora casa, miró a un lado y al otro, para cerciorarse de que nadie la había seguido. El secreto que ocultaba en su interior era lo suficientemente importante como para seguir aquellas precauciones.

Un hombre de mediana edad permanecía dentro del salón de la casa, sentado en un sillón con un libro en las manos y una manta sobre sus piernas. Quizá era la penumbra, ya que tenía las cortinas corridas para impedir que alguien pudiera verlo desde el exterior, pero parecía demacrado, como si estuviera convaleciente.

- ¿Cuánto tiempo más vas a estar escondido, muchacho? - Preguntó la mujer, despojándose de la capa que la había escondido de miradas indiscretas, descubriendo a una dama unos quince años mayor que el hombre. - Ese chico está destrozado porque cree que te ha perdido... si hubieras le hubieras visto...
- Puedo imaginarlo, tía - contestó el hombre, con voz ronca. Su tono era de pesadumbre y agotamiento. - Pero aún no estoy totalmente recuperado y, además... es lo mejor. Desde el mismo momento en que llegué a Godric's Hollow hace ya tantos años, destrocé la vida de Albus... si cree que estoy muerto, sé que lo pasará mal... al principio, pero luego será capaz de seguir adelante, con la vida que siempre debió tener.

El hombre alzó la mirada, mostrando los ojos grises azulados, como esquirlas de hielo, de Gellert Grindelwald. Parecía ser que el búlgaro había sobrevivido a la explosión que mató a Vinda Rosier en Nurmengard; gravemente herido, había concentrado las pocas reservas de magia que le quedaban para poder desaparecerse antes de que la fuerza de la onda expansiva se hubiera disipado y había acabado en casa de la única persona en la que podía confiar para que le ocultara mientras estaba convaleciente: su tía, la historiadora de la magía, Bathilda Bagshot.

4. Animales Fantásticos: la fuerza del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora