4. La trampa

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Gellert no estaba muy seguro de que su plan fuera a funcionar. Sabía que Albus era un hombre de palabra, pero aún así no las tenía todas consigo de si realmente regresaría o si cuando lo hiciera, sería acompañado de un grupo de aurores dispuestos a apresarlo. Empezaba a sentirse nervioso, Albus había dicho que volvería en un par de días y ya habían pasado cuatro sin que el profesor hubiera regresado.

- Es posible que le hayan retrasado con alguna reunión inesperada - se decía el búlgaro en voz alta, intentando quitarle importancia a la tardanza. - O puede ser que me esté haciendo esperar adrede. Lo veo muy capaz...

El mago paseaba incansablemente por la solitaria fortaleza, cada vez más inquieto y enfadado.

- ¡Ese maldito profesor de tres al cuarto me ha tomado el pelo! - Gritó en un momento dado, al final del cuarto día, a nadie en particular. - Seguro que está en ese roñoso Colegio suyo, riéndose de como me la jugó.
- Es asombroso comprobar como estallas en una rabieta cuando te parece que no te vas a salir con la tuya - sonó una voz placida y algo burlona, a su espalda. - Y eso que normalmente eres bastante calmado, Gellert.

Grindelwald se volvió hacia la inconfundible voz de Albus y le observó con enfado.

- Has vuelto...
- Te di mi palabra, Gellert - replicó Albus, quitándose la gabardina y el sombrero. Sacudió la nieve que se había acumulado en ellos en el mismo vestíbulo de la entrada a la fortaleza. - No sé como puedes vivir aquí arriba, hace un tiempo horrible...
- Tú vives en un pueblecito de Escocia donde también hay un tiempo de perros en invierno - comentó Gellert, cruzado de brazos. - Has tardado más de lo que dijiste - le acusó.
- Te recuerdo que también podría haber decidido no volver aquí o haberlo hecho con un grupo de aurores; no olvides que el jefe de los autores británicos es mi sobrino.
- Newt Scamander es tu sobrino - puntualizó Grindelwald, con terquedad. - No su hermano adoptivo.
- Como si lo fuera - afirmó Albus con tono firme y seco.

El profesor agitó su varita, que Gellert le había devuelto antes de que se marchara a Paris y conjuró un perchero para dejar su abrigo y su sombrero, a parte de hacer desaparecer la nieve que había dejado caer en el vestíbulo. Casi sin dirigir a su antiguo amante una palabra más, se fue hacia las escaleras para subir hacia la habitación en la que se había despertado.

- Albus... - Gellert fue detrás de él; no le extrañaba su actitud, aunque pensaba que iba a resultarle más fácil recuperar al profesor. - Vamos, sé que sigues molesto por como te traje aquí, pero....
- Estoy enfadado por como me has traído aquí - le corrigió, sin dejar de subir escaleras. - No molesto, enfadado. Y tampoco estoy muy seguro de cuáles son tus verdaderas intenciones.
- Debes estar cansado... - comentó el búlgaro, sin insistir más, ni tampoco preguntarle porque había retrasado su vuelta. - Te aseguro que mis intenciones son exactamente las que te dije: recuperar lo que te tuvimos...

El profesor subió las escaleras hasta la habitación y cerró la puerta con magia, hechizándola para impedir que se pudiera abrir. No podía quitarse de la cabeza las palabras de Vinda en París: que Gellert sólo pretendía distraerlo para volver a intentar alguno de sus planes, por eso había tardado más en regresar de lo que había dicho: se planteó no hacerlo.
Desde París había pensado escribir a sus sobrinos para advertirles, pero tanto Newt como Theseus se habían casado hacía relativamente poco tiempo, igual que su hermano Aberforth. Todos ellos merecían un poco de felicidad con sus respectivas parejas, así que decidió regresar a Nurmengard y descubrir él mismo que era lo que Grindelwald pretendía.

- Afff... Gellert... - masculló, dejándose caer sobre la cama. Al mirar hacía la mesilla, se encontró con un libro; era el mismo que hacia unos días había empezado a leer en la biblioteca.

4. Animales Fantásticos: la fuerza del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora