1. Visita a Hogsmeade

392 45 2
                                    

El pequeño pueblo de Hogsmeade estaba cubierto de nieve, acorde con la época que era, justamente pocos días antes de que empezaran las vacaciones de Navidad en Hogwarts. La aldea se había engalanado para la ocasión, para recibir a los alumnos y los profesores del Colegio en la última salida antes de las fiestas. Incluso el Cabeza de Puerco estaba decorado, aunque su dueño no estaba precisamente feliz por ello.

- Vamos, cariño - le decía su esposa, Bunty Dumbledore, dándole un beso en la mejilla. - ¿No puedes dejar de ser un gruñón ni siquiera por Navidad?

Aberforth emitió lo que parecía una maldición por lo bajo y puso aún más mala cara cuando escuchó una voz risueña a su espalda.

- No te esfuerces, Bunty - al volverse, el tabernero vio a su hijo Credence apoyado en la escalera con dos pequeños escarbatos sobre los hombros. - Papá seguirá siendo un gruñón por los siglos de los siglos.
- Cierra el pico, niño y, si no tienes nada más que hacer, ponte a atender las mesas... hoy estamos hasta arriba... - bramó Aberforth, mientras Bunty ponía los ojos en blanco.
- Pero, ¿no decías que aunque volvía a estar mucho más recuperado, era mejor que no hiciera esfuerzos, papá? - Objetó Credence, cruzado de brazos, con la misma voz risueña y cierto tono travieso, más típico de su tío Albus. - Creo que será mejor que me vuelva arriba...

El obscurial se escabulló escaleras arriba antes de que su padre pudiera decir nada más.

- ¡Será posible! - Exclamó Aberforth, mirando las escaleras, mientras Bunty se mordía el labio para contener una carcajada. - ¡Sólo lleva un par de meses fuera de la cama y ya se me sube a las barbas!

La puerta de la taberna se abrió y volvió a cerrarse con un ruido sordo, pero el tabernero no se percató en medio de su diatriba.

- Sinceramente, querido hermano, me reiré mucho el día que te vea con barba - dijo una voz socarrona detrás de ellos.

Albus estaba en el umbral de la puerta, sacudiendo de nieve su abrigo y su sombrero.

- ¡Profesor! ¡Eso lo podría haber hecho fuera! - Le regañó Bunty, mientras su esposo volvía a maldecir y se iba a atender a sus clientes.
- Ayh, Bunty, Bunty - dijo el profesor, resignado, yendo hacia su cuñada. - ¿Cuántas veces tengo que decirte que me llames Albus?
- Perdona - dijo la chica, sonriéndole. - Cuando te veo, me acuerdo de cuando nos enseñaste a vencer a un boggart y olvido que ahora eres mi cuñado.
- Eso es cierto - sonrió Albus, y abrazó a Bunty con cariño. - Ya sabes, si Aberforth se pone muy tonto...
- Tranquilo, Albus - contestó Bunty, con los ojos chispeantes. - Si tu hermano se pone muy tonto, ya me encargo yo de que se calle.

El tabernero parecía a punto de estallar, pero respiró unos segundos antes de mandarles a paseo a los dos.

- ¿Y tú no tienes nada mejor que hacer que venir a incordiar cuando más trabajo tengo, Albus? - Preguntó Aberforth, con acritud, mientras corría a la barra a por las consumiciones que le habían pedido.
- Ya te ayudo, cariño - dijo Bunty, suspirando y corriendo a ayudarle.
- Pues a decir verdad, mi querido hermano, no - contestó Albus, risueño y apoyado en la barra. - Quería ver como estabais, sobretodo Credence y recordarte que no nos veremos hasta el día de Navidad. Además tengo derecho a salir alguna vez del Colegio, ¿no?
- Ayh, sí, te irás de viaje en cuanto acaben las clases, ¿no, Albus? - Le preguntó Bunty, preparando unas copas en la barra. Preparó también una para su cuñado.
- Sí, el Ministro me ha pedido que vaya a Paris en misión diplomática - explicó Albus, torciendo el gesto. - En el Ministerio no estoy muy bien considerado, como ya sabéis, pero al menos empiezan a aprender a pedir las cosas por favor - se encogió de hombros con expresión de fastidio - además, el director Dippett me ha pedido que le traiga unos libros muy raros que encontró en una librería de París, pero que no se los pueden enviar...

4. Animales Fantásticos: la fuerza del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora