Capitulo 1

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Phoebe Somerville se enfrentó a todo el mundo en el entierro de su padre sin más apoyo que un caniche francés y un amante húngaro. Se sentó ante la tumba como una reina salida de una película de los años cincuenta, con el pequeño caniche blanco echado en su regazo y un par de gafas de sol de diamantes falsos protegiendo los ojos. Fue difícil para los asistentes decidir quién parecía más fuera de lugar: el caniche con su pelo perfectamente cortado luciendo un par de lazos color melocotón en sus orejas, el húngaro increíblemente guapo de Phoebe con su larga y brillante coleta o la propia Phoebe.

El cabello rubio ceniza de Phoebe, con mechas platino, caía sobre sus ojos como Marilyn Monroe en La tentación vive arriba. Sus labios húmedos, llenos, pintados en un tono delicioso de peonía rosa, estaban ligeramente abiertos mientras miraba el ataúd negro brillante de Bert Somerville. Llevaba un traje chaqueta de seda color marfil, discreto, pero el escandaloso bustier dorado que llevaba debajo era más apropiado para un concierto de rock que para un entierro. Y la falda, con un cinturón de cadenas doradas, cada una de las cuales estaba rematada por una hoja de parra, tenía una abertura lateral hasta la mitad de su bien proporcionado muslo.

Era la primera vez que Phoebe regresaba a Chicago desde que se había escapado cuando tenía dieciocho años, tan sólo algunos de los presentes conocían a la hija pródiga de Bert Somerville. Sin embargo, por las historias que habían oído, ninguno de ellos estaba sorprendido de que Bert la hubiera desheredado. ¿Qué padre querría pasar su patrimonio a una hija que había sido la amante de un hombre cuarenta años mayor que su propio padre, incluso aunque ese hombre hubiera sido el reputado pintor español, Arturo Flores? Y además, allí estaba la vergüenza de las pinturas. Para alguien como Bert Somerville, los cuadros de desnudos eran cuadros de desnudos, y no importaba que docenas de los desnudos abstractos que Flores había pintado de Phoebe, honraran ahora las paredes de museos en todo el mundo, eso no cambiaba su parecer.

Phoebe tenía cintura esbelta y piernas bien proporcionadas, pero sus pechos y caderas eran curvilíneos y femeninos, como en un tiempo casi olvidado cuando las mujeres parecían mujeres. Tenía cuerpo de chica mala, el tipo de cuerpo que, incluso a los treinta y tres años, podría ser exhibido con el ombligo al aire en la pared de un museo. Era el cuerpo danone de una rubia tonta, pero el cerebro de ese cuerpo era realmente inteligente, y Phoebe era el tipo de mujer que no debería ser juzgada por las apariencias.

Su cara no era más convencional que su cuerpo. Había algo demoledor en la estructura de sus rasgos, aunque era difícil de decir qué era exactamente, si su nariz recta, su boca firmemente delineada o su mandíbula fuerte. Quizá era el diminuto lunar negro y escandalosamente erótico que coronaba su pómulo. O tal vez eran sus ojos. Los que los habían visto antes de que se pusiera rápidamente sus gafas de sol de diamantes falsos habían tomado nota de la forma en que se rasgaban en sus bordes, de alguna manera casi demasiado exóticos, para encajar con el resto de su cara. Arturo Flores frecuentemente había exagerado esos ojos ámbar, algunas veces pintándolos más grandes que sus caderas, otras super poniéndolos a sus maravillosos pechos.

Durante todo el funeral, Phoebe se mantuvo calmada y serena. A pesar de la humedad que impregnaba el aire de julio que igual que las aguas que se deslizaban por el cercano río DuPage, atravesando varios de los suburbios occidentales de Chicago, no proporcionaba ningún alivio al calor. Un toldo verde oscuro daba sombra a la tumba y a las primeras filas destinadas a la gente más importante que estaban situadas en semicírculo alrededor del ataúd negro ébano, pero el toldo no era lo suficientemente grande para dar sombra a todo el mundo, y mucha de la gente engalanada estaba parada bajo el sol, donde habían comenzado a debilitarse, no sólo por la humedad sino también por el perfume abrumador de casi cien centros florales. Afortunadamente, la ceremonia había sido corta, y como no había ningún tipo de recepción posterior, pronto podrían dirigirse hacia sus frías piscinas y regocijarse en secreto del hecho de que le hubiera tocado a Bert Somerville en lugar de a

Tenias que ser TU |H.S|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora