Capitulo 3

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—No hay que darle más vueltas, Hielo —dijo Tully Archer, dirigiéndose a Harry Styles en susurros como si fueran espías aliados encontrándose en el Grunewald para intercambiar secretos militares—. Te guste o no te guste, la preciosa rubia está al mando.

—Bert ha debido pensar con el culo—Harry miró ceñudamente al camarero, que estaba a punto llegar con otra bandeja de champán y el hombre rápidamente dio la vuelta. Harry odiaba el champán. No sólo por el afeminado sabor, sino por la manera en que sentía las estúpidas copas en sus grandes manos llenas de cicatrices. Incluso más que al champán, odiaba la idea de que la rubia tonta del cuerpo de infarto poseyera su equipo de fútbol.

Los dos entrenadores estaban de pie en el espacioso mirador de la Sears Tower, que había sido cerrada al público esa tarde en beneficio del United Negro College Fund. Del suelo al techo había ventanas que reflejaban los centros florales de todo el recinto, mientras un quinteto de viento tocaba la Sinfonía de Chigado de Debussy. Los miembros de todo el equipo se mezclaban con figuras locales de la prensa, política y algunas estrellas de cine que estaban en la ciudad. Harry odiaba cualquier ocasión que requiriera esmoquin, pero cuando existía un motivo lo suficientemente importante, se obligaba a asistir.

Desde que había comenzado como quarterback en la Universidad de Crimson, Alabama, hacía tantos años, las luchas de Styles, dentro y fuera del campo, se habían convertido en algo legendario. Como argumento a su favor, él había sido un demonio sanguinario con aspecto de bárbaro. Había sido un quarterback que se entregaba, no un niño mimado, incluso con el defensa más feroz intentando amenazarle, porque en cualquier enfrentamiento que Harry Styles mantuviera, asumía que era el más fuerte y el más listo. De cualquier manera, tenía intención de ser el ganador.

Fuera del campo también era agresivo. Algunas veces había llegado a ser arrestado por alterar el orden público, destrucción de la propiedad, y, al principio de su carrera, poseer alguna sustancia ilegal.

La edad y la madurez lo habían hecho más sabio en algunas cosas pero no en otras, y se encontró observando a la congresista más joven de Illinois cuando se paró ante un grupo de personas de etiqueta detrás de Tully. Llevaba puesto uno de esos vestidos de noche que parecían simples pero que probablemente costaban más que un par de pendientes de diamantes. Su pelo castaño claro estaba retirado de su nuca por un lazo fino de terciopelo. Era bella y sofisticada. Y además atraía una considerable cantidad de atención y no pudo evitar darse cuenta de que él era una de las pocas personas de la reunión que ella no había saludado. En cambio, una atractiva morena con un ceñido vestido plateado se desvivía por él. Dándole la espalda a Tully, ella pestañeó directamente a Harry con unas pestañas tan llenas de rimel que le asombró que todavía las pudiera mover.

—Estás muy sólo, entrenador —se relamió los labios—.Te vi jugar contra los Cowboys antes de que te retiraras. Eras un auténtico salvaje ese día.

—Estoy bastante seguro de que soy salvaje todos los días, cariño.

—Eso es lo que he oído. —Él sintió que la mano femenina se deslizaba en el bolsillo de su chaqueta y supo que le estaba dejando su número de teléfono.

Intentó recordar si había vaciado sus bolsillos desde la última vez que se había puesto el esmoquin. Con una sonrisa húmeda que ofrecía todo y más, ella se marchó.

Tully estaba tan acostumbrado a que sus conversaciones con Harry fueran entorpecidas por mujeres rapaces que siguió la conversación como si no los hubieran interrumpido.

-Todo ese asunto me irrita. ¿Cómo permitió Bert que algo así pudiera ocurrir?

Lo qué Phoebe Somerville estaba haciendo con su equipo de fútbol indignaba tanto a Harry que no quería ni pensar en ello, sobre todo cuando no tenía nada alrededor que golpear. Se distrajo buscando con la mirada a la bella congresista y la divisó hablando con uno de los concejales de Chicago. Sus rasgos aristocráticos estaban totalmente controlados, sus gestos eran a la vez forzados y elegantes. Rezumaba clase de pies a cabeza, no era el tipo de mujer que pudiera imaginar con harina en la nariz o un bebé en los brazos. Se dio la vuelta para irse. En ese momento de su vida, una mujer enharinada, horneando galletas y sosteniendo bebés era exactamente lo que quería ver.

Tenias que ser TU |H.S|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora