Pooh se distrajo por un dálmata cuando cruzaban la Quinta Avenida justo a la altura del Metropolitan. Phoebe tiró con fuerza de la correa.
—Vamos, matadora. No tenemos tiempo de coquetear. Viktor nos espera.
—Afortunado Víktor —contestó el dueño del dálmata con una amplia sonrisa abordando a Phoebe y Pooh desde la acera.
Phoebe le echó una mirada a través de sus gafas de sol Annie Sullivan y vio que era un inofensivo yuppie. El recorrió con la mirada su vestido ceñido de color verde limón y sus ojos se detuvieron abruptamente en el escote entrecruzado del corpiño abierto. Se le abrió la boca.
—¿Oye? ¿No eres Madonna?
—No esta semana.
Phoebe cruzó. Una vez que alcanzó la acera opuesta, se quitó las gafas de sol para que nadie cometiera ese error otra vez. Señor... Madonna, qué barbaridad. Un día de estos, tenía que empezar a vestirse respetablemente. Pero su amiga Simone, que había diseñado ese vestido, iba a estar en la fiesta a la que la llevaba Viktor esa noche y Phoebe quería animarla.
Pooh y ella dejaron atrás la Quinta Avenida y alcanzaron las calles superiores a la dieciocho, mucho más tranquilas. Unos pendientes de aros demasiados grandes golpeaban sus orejas, los brazaletes de oro se agitaban en ambas muñecas, sus sandalias de tacón golpeaban ligeramente la acera y los hombres comenzaron a mirarla mientras pasaba. Sus curvilíneas caderas marcaban un ritmo que parecía tener lenguaje propio:
Hot cha cha
Hot cha cha
Hot hot
Cha cha cha cha
Era sábado por la noche y los neoyorquinos adinerados ya vestidos para cena y teatro comenzaban a emerger de las casas señoriales de ladrillo y piedra, tan a la moda, que limitaban las calles angostas. Se acercó a Madison Avenue y al edificio de granito gris que le subarrendaba, muy barato, un amigo de Viktor.
Tres días antes, cuándo regresó a la ciudad desde Montauk, se había encontrado docenas de mensajes en el contestador. La mayor parte de ellos de la oficina de los Stars y los ignoró. Ninguno era de Molly diciéndole que había cambiado de idea sobre ir directamente al colegio al terminar el campamento.
Frunció el ceño al recordar sus tensas llamadas telefónicas semanales. No importaba lo que dijera, no daba hecho una grieta en la hostilidad de su hermana.
—Buenas tardes, Señorita Somerville. Hola, Pooh.
—Hola, Tony. —Le dirigió al portero una sonrisa deslumbrante cuando entró en el edificio de apartamentos.
Él tragó saliva, luego rápidamente se bajó para palmear el pompón de Pooh.
—Dejé entrar a su invitado como me pidió.
—Gracias. Eres un príncipe —Cruzó el vestíbulo, taconeando sobre el suelo de mármol rosa y oprimió el botón del ascensor.
—No podía creer que fuera tan agradable —dijo el portero desde atrás de ella—. Es como cualquier otra persona.
—Por supuesto que es "como cualquier otra persona".
—Me hace sentir culpable por todas las cosas que solía llamarle.
Phoebe se erizó mientras seguía a Pooh al ascensor. Siempre le había gustado Tony, pero esto era algo que no podía ignorar.
—Deberías sentirte mal. Sólo porque un hombre sea gay no significa que no sea humano ni que no merezca el respeto de los demás.
Tony se alarmó.
—¿Es gay?
Las puertas correderas se cerraron.
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Tenias que ser TU |H.S|
FanfictionDOS CORAZONES QUE CHOCAN Windy City no está preparada para Phoebe Somerville -el bombón más moderno, escandaloso y curvilíneo de Nueva York que acaba de heredar el equipo de fútbol Chicago Stars-. Y Phoebe no está definitivamente preparada para el e...