Una vena palpitó en las sienes de Harry mientras gritaba.
—¡Fenster! ¡En la línea treinta y dos tienes que ir por la izquierda! ¡Si no habríamos dicho en la línea treinta y dos por la jodida derecha! —Tiró el portapapeles contra el suelo.
Alguien se paró a su lado, pero él observaba el atasco del juego tan fijamente que tardó varios minutos en levantar la vista. Cuando lo hizo, por un instante no reconoció al hombre y ya estaba a punto de decirle que saliera de su campo de entrenamiento cuando se dio cuenta de quien era.
—¿Ronald?
—Entrenador.
No parecía el mismo; parecía un gigoló sudamericano. Su pelo estaba engominado hacia atrás y llevaba gafas de sol, bermudas y camiseta y una de esas chaquetas de deportista europeo con el cuello subido y las mangas por los codos.
—Jesús, Ronald, ¿de que vas?
—Estoy en paro. No tengo porqué ponerme traje.
Harry miró el cigarrillo que llevaba en la mano.
—¿Desde cuándo fumas?
—Fumo de vez en cuando. Pero claro, nunca pensé que fuese una buena idea hacerlo cerca de los chicos. —Puso el cigarrillo en la comisura de su boca y señaló el campo con la cabeza—. Tienes un buen atasco en el campo.
—Mientras Fenster no distinga la derecha de la izquierda.
—Bucker parece bueno.
Harry estaba aún alucinado por los cambios que observaba en Ronald, no sólo lo diferente de su apariencia sino su inusual seguridad en sí mismo.
—Lo es.
—¿Eligió Phoebe al nuevo presidente? —preguntó Ronald.
—Joder, no.
—Eso creía.
Harry bufó con repulsión. Phoebe tenía la lista de candidatos desde el día en que había llegado hacía más de una semana, pero en vez de elegir, le había dicho que quería volver a contratar a Ronald. Él le recordó que tenían un acuerdo y le dijo que o elegía un presidente adecuado o se buscaba un nuevo entrenador. Cuando ella se dio cuenta de lo que él quería decir, dejo de discutir. Pero aún no había elegido presidente en el partido de pretemporada del último fin de semana y teniendo encima el partido de apertura de liga del domingo, aún no había entrevistado ni a uno sólo de los candidatos.
En vez de trabajar, ella se sentaba al escritorio en la vieja oficina de Ronald y leía revistas de modas. Decía que no usaba la oficina de Bert porque no le gustaba la decoración. Cuando alguien le daba incluso lo más sencillo para firmar, su nariz se arrugaba y decía que lo haría más tarde, pero nunca lo hacía. El lunes, cuando la abordó porque de alguna manera había evitado firmar los cheques de los sueldos de todo el mundo, ¡estaba pintándose sus malditas uñas! Entonces él se había enfadado, pero apenas había comenzado a gritar cuando el labio superior de Phoebe había comenzado a temblar y le había dicho que no le podía hablar así porque estaba con síndrome premenstrual.
En algún momento de la semana anterior Phoebe había adelantado como un relámpago a Valerie en habilidad para sacarle de quicio. Se suponía que los dueños de los equipos de la NFL ofrecían una combinación de respeto, temor y alarma en sus empleados. Incluso los entrenadores más veteranos se doblegaban con precaución alrededor de un hombre como Al Davis, el dueño de fuerte voluntad de los Raiders. Harry sabía que nunca podría volver a levantar cabeza si alguien sabía que el dueño de su equipo no soportaba gritos porque
estaba con ¡síndrome premenstrual!
Era, sin duda, la excusa más pobre, irrazonable y absurda que un ser humano había puesto en la vida.
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Tenias que ser TU |H.S|
FanficDOS CORAZONES QUE CHOCAN Windy City no está preparada para Phoebe Somerville -el bombón más moderno, escandaloso y curvilíneo de Nueva York que acaba de heredar el equipo de fútbol Chicago Stars-. Y Phoebe no está definitivamente preparada para el e...