Brian Hibbard revolvió los documentos que tenía en el regazo.
—Le pido disculpas por presentarme sin avisar tan poco tiempo después del funeral del Sr. Somerville, Señorita, pero el ama de llaves me reveló que planeaba volar a Manhattan mañana por la tarde. No había pensado que regresaría tan pronto.
El abogado era pequeño y rollizo, rondando los cincuenta, con la piel colorada y el pelo entrecano. Un traje gris perfectamente cortado no podía esconder la leve panza que se había formado a la altura de su ombligo. Phoebe se sentó frente a él en uno de los sillones orejeros situado cerca de la maciza chimenea de piedra que dominaba el salón. Ella siempre había odiado la oscuridad que reinaba en la habitación revestida de paneles y presidida con aves disecadas, cabezas de animales y un cenicero cruelmente hecho con la
pezuña de una jirafa.
Cuando ella cruzó las piernas, la cadenita de oro que rodeaba su tobillo brilló con la tenue luz. Hibbard la vio, pero fingió que no lo había hecho.
—No hay ninguna razón para que lo posponga más, Mr. Hibbard. Molly regresa al campamento mañana por la tarde y mi vuelo sale algunas horas después.
—Eso va a ser complicado, me temo. La voluntad de su padre es un poco enrevesada.
Su padre la había mantenido adecuadamente enterada de los detalles de su testamento, incluso antes de los seis meses finales de su vida, cuando ya le habían diagnosticado un cáncer pancreático. Sabía que había establecido un fondo fiduciario para Molly y que Reed heredaría sus amados Stars.
—¿Eres consciente de que tu padre tuvo algunos contratiempos financieros en los últimos años?
—No sé los detalles. No hablamos con demasiada frecuencia.
Habían estado completamente enemistados durante casi diez años, desde que ella tenía dieciocho hasta que había regresado a los Estados Unidos después de la muerte de Arturo. Después, se habían encontrado ocasionalmente cuando él iba a Manhattan por negocios, pero ella ya no era una niña tímida, demasiado gorda, que se dejaba intimidar y sus encuentros habían sido algo airados.
Aunque su padre mantenía amantes y se había casado con showgirls, la pobreza de su infancia le había hecho desear ardientemente respetabilidad y su estilo de vida le mortificaba. Él era violentamente homofóbico y tampoco le gustaba el arte. Odiaba las historias que constantemente aparecían sobre ella en las revista y decía que su amistad con "mariquitas y mariposones" le hacía parecer tonto delante de sus socios. Una y otra vez le ordenó regresar a Chicago y ocupar un puesto como ama de llaves no remunerada. Si el amor hubiera sido el motivo de su oferta, ella habría hecho lo que él quería, pero Bert sólo había querido controlarla, igual que había controlado a todos a su alrededor.
Él había permanecido inamovible e inflexible hasta el final, usando su enfermedad terminal como coacción para recordarle la desilusión que ella había supuesto para él. Ni siquiera había dejado que fuera a Chicago a verle cuando se estaba muriendo, diciendo que no quería ninguna maldita vigilia. En su última conversación telefónica, le había dicho que era su único fracaso.
Cuando parpadeó para eliminar una fría oleada de lágrimas de sus ojos, se dio cuenta de que Brian Hibbard todavía estaba hablando.
—... así es que el patrimonio de su padre no es tan grande como era durante los años ochenta. Dispuso que esta casa fuera vendida, y que los ingresos reviertan en el fideicomiso de su hermana. El condominio no debe ser puesto en venta durante al menos un año, sin embargo, su hermana y usted pueden hacer uso de él hasta entonces.
—¿El condominio? No sé nada sobre eso.
—No está demasiado lejos del complejo de los Stars. Es... esto... para uso privado.
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Tenias que ser TU |H.S|
FanfictionDOS CORAZONES QUE CHOCAN Windy City no está preparada para Phoebe Somerville -el bombón más moderno, escandaloso y curvilíneo de Nueva York que acaba de heredar el equipo de fútbol Chicago Stars-. Y Phoebe no está definitivamente preparada para el e...