Capitulo 21

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Harry atravesó el dormitorio, sin ser consciente de su desnudez. Mientras,

ella yacía en la cama y contemplaba las muchas cicatrices de su cuerpo,

pensando en todos los golpes que habría sufrido durante años. Él tomó un

albornoz blanco del armario y se lo puso en silencio.

—Phoebe, tenemos que hablar.

Nunca lo había visto tan serio y recordó lo qué había ocurrido la primera

vez que habían hecho el amor en aquella habitación del hotel de Portland.

Él se acercó a la cama y se sentó en el borde cerniéndose sobre ella.

—Me temo que perdimos el control. No usé nada.

Ella lo contempló sin expresión en la cara.

—No sé lo que sucedió. Nunca he sido tan descuidado, ni siquiera cuando

era joven.

Llegó la comprensión y con ella un irracional sentimiento de desilusión ante

la idea de que dejarla embarazada fuera tan perturbadora para él.

—No tienes que preocuparte. Tomo la píldora. —Él nunca sabría qué poco

hacía de eso, desde justo después de la noche del avión.

—Estamos en los años noventa. Me preocupa algo más que el control de

natalidad. Desde hace años no me he acostado nada más que con Valerie, y mi

contrato con los Stars requiere que pase exámenes médicos regularmente. Sé

que estoy sano. —El la miró directamente a los ojos—. Pero no sé lo mismo de

ti.

Ella clavó los ojos en él.

—Has llevado una vida un tanto promiscua —dijo quedamente—. No te

estoy juzgando, sólo quiero saber que precauciones has tomado y cuanto

tiempo hace que te has hecho un análisis de sangre.

Finalmente entendió lo que quería decir. ¿Cómo podía admitir ante este

hombre de mundo que el SIDA no había sido importante la última vez que ella

se había acostado con otro hombre? Incorporándose, se apoyó en la almohada

con un codo y lo contemplo a través de un mechón de pelo que le había caído

sobre un ojo.

—Te aseguro que sabes como hacer que una chica se sienta bien.

—Esto no es una broma.

—No, no lo es. —Sacó las piernas por el otro lado de la cama y se dirigió a

la silla donde él había dejado caer la camisa del esmoquin. No quería mantener

esta conversación desnuda y no se podía hacer a la idea de forcejear para

volver a meterse en su vestido mientras él observaba—. No tienes de que

preocuparte. Estoy limpia como una patena.

—¿Cómo lo sabes?

Ella deslizó los brazos en las mangas de la camisa.

—Lo sé.

—Me temo que con eso no llega.

—No tienes de qué preocuparte. Créeme. —La camisa no tenía botones,

Tenias que ser TU |H.S|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora