Capítulo 2. El peso en sus memorias

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No importa a dónde vayas o cuánto sea lo que logres avanzar, hay heridas en nuestra alma que son imposibles de sanar. Las cicatrices se vuelven una costra que arde al fino contacto con el viento. Nuestros recuerdos, se vuelven una bolsa alrededor de la cabeza impidiéndonos respirar.

La presión en tu pecho se vuelve segundo a segundo cada vez más insoportable hasta que la fina línea que nos separa a nosotros de los enfermos desaparece, y sólo queda dolor. Eso es lo que se siente al amar. Una constante agonía por mantener al monstruo a raya, una dicha los que lo profesan con honestidad y libertad, puesto que aquellos que pasan los días controlando la emoción, se convierten lentamente en seres cada vez más alejados del amor.

Bárbara.

Su nombre resonaba en las paredes de la mente de Raúl. Había pasado un tiempo desde la última vez que escuchó sobre ella, las cosas no habían terminado del todo bien aquel verano en Lake Mungo y permanecer en contacto se volvió la menor de sus prioridades, si es que alguna vez lo fue. La pérdida los había hecho amigos y fue esa misma pérdida la que los separó.

Bárbara nunca fue el tipo de chica que se apegara a alguien, desde su hermoso cabello largo color rubio dorado hasta la suela de sus botas negras para disimular su pequeña estatura, ella siempre fue la chica ruda. Jamás dejó que nadie pasara por sobre encima de ella y defendía cada creencia que tuviera con el alma entera. Era intensa, y era especial, rápidamente se hizo de un hogar en las memorias más profundas de Raúl, que nadie tenía el poder de desalojar. Al irse, no sólo se había llevado consigo la emoción de haber llegado a conocerla, sino el deseo por crear algo más que sólo una amistad con ella.

Pero estaba de vuelta. Y con ella, la incertidumbre de su fría imagen más allá de los ojos de Raúl se volvía una constante duda sobre si en algún momento ella aparecería en su puerta nuevamente. Las cosas, ciertamente habían cambiado con el tiempo, pero aún se resguardaba en esa sensación de duda, una fuerte esperanza porque así fuera.

—Voy tarde, madre. —repitió Raúl terminándose su cereal encima del lavaplatos— Se supone que la vería antes del medio día, necesito conseguir un mejor despertador.

—Dale mis saludos a Joss, cariño. —Raúl se extiende a darle un beso de despedida en la frente a su madre y tomando las llaves de su bicicleta, sale corriendo por la puerta principal hacia casa de Joselyn— Me pregunto cuándo se dará cuenta de que olvidó su billetera.

Mientras Raúl acelera en las frías calles de su mañana en Columbus, hace una pequeña parada en una cafetería local cercana a su hogar. McGiven's Sandwiches and Milkshakes, era uno de los negocios que había estado ayudando con Elizabeth de parte de Winchester el verano pasado. El señor McGiven no encontraba la forma de sacar suficientes ganancias en su antiguo empleo dentro de la planta eléctrica a las afueras del pueblo, comenzó vendiendo almuerzos sobre pedido hasta que Winchester le ofreció un plan de negocios afiliado a la empresa y ahora proveía de comidas preparadas a los albergues de la zona y obtenía el dinero suficiente para él y su hija.

Deteniéndose frente a la cafetería dejando su bicicleta a un lado de la entrada principal, Raúl saluda por el ventanal a los empleados que ya están familiarizados con el muchacho después de todo este tiempo.

—¡Raúl! ¡Qué alegría verte por aquí! Pensé que habías encontrado unos mejores sandwiches en la avenida principal. —menciona el señor McGiven quién saluda con efusividad a Raúl—.

—Si dejo de comprar aquí, señor, perdería el 40% de sus ventas. —responde entre bromas— Lo de siempre, por favor.

—En seguida sale. —el señor McGiven se da la vuelta y en un grito hacia la cocina encarga dos especiales de albóndigas. —¿Qué tal la escuela, hijo? Escuché que salieron de clases la semana pasada.

SURROUNDED [finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora