Capítulo 4. Sentimiento de nostalgia

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Celeste.

¿Qué es un celeste?

"Un presente para el celeste de Ohio."

Soy yo. —responde Raúl a las incógnitas del detective Andrews en su cocina— Yo soy un celeste.

El detective baja la libreta que lleva con él a todos lados un segundo. Lentamente se levanta de la silla frente a Raúl y saca a los oficiales de su casa a hacer vigilancia en el porche a la espera de su llamado. Una vez el hogar de aquel joven queda deshabitado nuevamente, el detective regresa a la mesa sentándose frente a él.

—La persona que entró a tu casa lo sabe. Sabe quién eres en realidad.

—Es correcto. Y absolutamente nadie, además de mi madre y yo lo sabemos.

—¿Y el joven Dalton? ¿La señorita Meléndez? Me imagino que deben saber qué tienes algo especial más allá de buenas intenciones.

—Saben que tengo habilidades, pero ellos no saben lo que soy. No con esta exactitud.

—¿Crees que puedan ser los Yakuza? Que se hayan enterado que estás involucrado en su caso, que te hayan investigado.

—No lo creo. Si hubieran sido ellos, si supieran dónde vivo y dónde están las personas que me importan, no creo que su juego fuera dejar un dije sobre mi escritorio.

—No, no se caracterizan por ser sutiles con sus mensajes. —el detective toma la bolsa de evidencia dónde se encuentra el dije y se lo entrega a Raúl nuevamente— Toma.

—¿No lo necesita de evidencia?

—Mientras menos personas se enteren de, quién y qué eres y de lo que puedes hacer mejor. Trataremos esto como lo que es, allanamiento de morada.

Ambos se levantan de la mesa. Raúl acompaña al detective a la salida mientras este último le hace una seña a una patrulla cercana en la calle de enfrente— Dejaré oficiales en la cera, puedes decirle a tu mamá que esté tranquila, quién haya sido no se arriesgará de nuevo después de esta noche. Resolveremos esto.

—Gracias, en serio.

El detective sube a su coche retirándose del vecindario de Raúl. Eran las dos de la mañana de un lunes por la madrugada, su madre no regresaría de trabajar hasta una vez que el sol apareciera. Había sido un día demasiado largo, era tiempo de descansar, al menos con el oficial vigilando su calle podría sentirse un poco menos paranoico.

Cerrando con seguro la puerta principal y la de atrás, Raúl deja el suéter que Joselyn le había prestado en la silla frente a su escritorio. Está agotado, no sólo física sino mentalmente también. Lo único que necesitaba era un sueño que no lo torturara a través de las pesadillas recurrentes.

Caminando frente al espejo de su baño, la sensación de completo asco invadió su cuerpo repentinamente al abrir la caja de Pandora nuevamente. Su camisa color blanco tenía ligeras manchas de un rojo carmesí a lo largo de su abdomen en dónde la sangre de aquella mujer había traspasado la tela de su sudadera. Rápidamente, comenzó a desvestirse arrojando sus prendas al bote de ropa sucia dentro de su habitación. Abriendo la regadera lo más rápido posible, comenzó a tallarse de manera frenética los brazos, sus piernas, sus manos, toda parte de su cuerpo en la que pudiera quedar en él el recordatorio instintivo de culpa tras lo ocurrido.

—No fue mi culpa. —se repitía para sí mismo una y otra vez recostado en su habitación— No fue mi culpa.

Toda tu culpa.

El sol empezaba a deslumbrarse a través de la ventana de su habitación. Oficialmente estaban a una semana de navidad. El espíritu de fiestas contagiaba a la mayor parte del pueblo en una extraña sensación de esperanza a que las cosas alguna vez fueran a mejor.

SURROUNDED [finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora