Capítulo 3. Jugando a ser el héroe

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Noticieros locales inundaban la barricada policíaca alrededor de la cuadra dónde el edificio Winchester albergaba a los refugiados sin hogar y a familias sin los recursos suficientes para sustentarse por sí solas. La creciente tormenta no hacía nada más que empeorar los ánimos de los oficiales a la espera del negociador, la incertidumbre del exterior no era nada comparada al miedo que los empleados y ayudantes pasaban cada que la boca del arma de aquel hombre al que Raúl una vez dejó ir se posaba en dirección hacia ellos. Estaban petrificados, habían pasado sus vidas enteras ayudando a los demás ¿y esta era la forma en la que eran recompensados?

Había caos por dónde quiera que veías. Ante los gritos provenientes del nerviosismo de aquel hombre armado, los niños dentro de las instalaciones no hacían más que continuar desalentando la situación con su llanto apagado pero intenso. Elizabeth, la mejor amiga de Raúl y la gerente actual del establecimiento, intentaba calmar a las personas lo mejor que podía ante tal situación. Gratos esfuerzos, aunque en vano dada la baja estabilidad mental de su retenedor.

—Déjame ayudarte con eso. —le decía Elizabeth en voz baja a un niña a la espera de que sus padres regresaran por ella, la pequeña yacía sentada en el suelo, lastimada de su tobillo izquierdo tras los forcejones con su agresor— Resiste, ¿sí? La ayuda viene en camino. —se repetía la joven de rizos rojizos mientras aguardaba lo mejor que podía a que el chico de sudadera azul apareciera—.

Winchester era un lugar grande, lleno de puertas y accesos para la entrega de documentos, provisiones y muebles. Aquel hombre conocía cada entrada y salida posible pues había estado ahí con anterioridad, sabía que cerca de la oficina principal tendría la mayor posibilidad de mantenerse alerta ante cualquier intruso que no siguiera sus exigencias antes de entrar. No necesitaba tener el lugar entero bajo detención, sólo un puñado de personas necesitadas y una de las hijas más famosas de la ciudad eran necesarios para poner a su pequeña localidad de cabeza.

El calor que se resguardaba en el interior de las paredes del edificio mantenía a los rehenes dentro de su propio mundo, el viento proveniente de la tormenta allá afuera y la nieve cayendo con cada vez más frecuencia tenía a los oficiales y a reporteros ansiosos e histéricos por igual— ¡Detective Andrews! ¡Detective! —se escuchaba entre la multitud de cámaras y testigos tratando de acercarse más y más al lugar—.

Christine Hill, una excelente reportera proveniente de la universidad estatal de Colombus, Ohio. Se había hecho paso entre los nombres pesados del periodismo dentro de su comunidad a pulso y puro trabajo duro. Su cabello castaño oscuro daba un tono rojizo a la luz que combinaba con sus mejillas rosadas al paso de las horas y de la continúa baja de temperatura llegada la noche en la ciudad. Llevaba ahí afuera más tiempo que ninguno y no se iría sin su respuesta.

A medida que los minutos avanzaban, los roles de autoridad en el lugar se esclarecían. El detective Thomas Andrews era el encargado de dirigir la situación. Un viejo señor condecorado alguna vez por sus hazañas en el ejército buscando la emoción de la persecución una vez más en territorio amistoso. Las canas en su cabello se entremezclaban con claridad en la palidez de su piel fuera de sus tropas, estas apenas eran ocultas con el sombrero color marrón que acompañaba a su gabardina oscura todos los días de la mano de su cigarro favorito.

—¡Detective Andrews! ¡Un minuto, por favor! —exclamaba aquella joven reportera en su traje color guinda y su abrigo mojado color morado—.

—Un minuto. ¿Qué sucede? —pregunta el detective a medida que se acerca a ella—.

—¿Ha habido noticias del negociador? ¿Cuántos rehenes se estima estén ahí dentro? ¿Tienen un equipo especial moviéndose en los puntos ciegos de las entradas al establecimiento?

SURROUNDED [finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora