Capítulo 14. Y vivieron felices para siempre

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Las alarmas silenciosas habían sido exitosamente evitadas. El local vecino a la cafetería del señor McGiven estaba siendo fatídicamente vaciado de extremo A hasta extremo Z. Era temprano por la mañana, la neblina alrededor de aquel par de ladrones podía cortarse a la mitad en el son de su andar mientras llevaban los productos electrónicos de rebaja a su furgoneta.

Parecían dos sujetos con suerte. Sin cámaras, sin policías ni testigos. Un hurto sencillo y de baja escala, por algo se empezaba.

—¿Quieres apurarte? Dios. —exclamaba aquel hombre con pasamontañas verde militar mientras ayudaba a su compañero con una pantalla de 60 pulgadas—.

—No me estreses, hombre. Si logramos llevarla sin un rasguño podemos revenderla como nueva. —respondía el otro sujeto de pasamontañas azul marino colocando aquella pantalla de manera cautelosa sobre la parte trasera del vehículo—.

—Con sacarle la mitad al precio real me basta, ¿viste cuánto decía en el anaquel?

—Lo sé, amigo. ¿Cuándo esperan que uno termine de pagar con sus intereses por los aires?

—Eso es cierto, yo ni siquiera he terminado de pagar mis regalos navideños. —escuchan sobre sus hombros al unísono de alguien posándose sobre el techo de su furgoneta—.

—¡Dios! ¡Es él! ¡Dispara! —le indicaba el sujeto con el pasamontañas azul al otro sin darse cuenta de que este se encontraba ya abatido en el suelo junto a él—.

—De verdad agradezco que no haya hecho eso, significa un montón de papeleo extra que milagrosamente no hago yo.

Raúl se posa detrás del ladrón de azul arrojándolo dentro de la furgoneta vacía junto a su amigo quién tomaba algo de conciencia tras el acto.

—Oh, por cierto, dudo que lleguen lejos sin la pila del vehículo. —mencionaba Raúl señalando a esta última por afuera de la ventana del copiloto—.

Había sellado las salidas delanteras antes de hacer acto de aparición y una vez con ellos dentro, fundió la cerradura de las puertas traseras, dejándolos encerrados listos para la recolección de la policía.

—Tienen suerte de que los encontré yo y no el dueño de la tienda, muchachos. —añade Raúl quitándose el gorro de su sudadera azul mientras escucha a las patrullas acercarse— A ese hombre no le tiembla el dedo.

El oficial Langstrom esposa a aquellos hombres para posteriormente dejarlos en los asientos traseros de la patrulla.

—Te lo agradezco, Raúl. —menciona aquel oficial mientras le extiende un vaso de café caliente— Ha habido un incremento de hurtos a negocios locales  esta semana con el mismo modus operandi, hackean su seguridad y vacían los locales antes de que siquiera alguien despierte.

—No estaba enterado, lo siento. —responde Raúl algo apenado, había estado entrenando tanto día y noche con Dimitri las últimas semanas que apenas y había tenido tiempo para cubrir sus horas de servicio con los Winchester— ¿Creen que los hurtos están conectados por su estrategia?

—Es eso, o todos los ladrones de poca monta de la ciudad tomaron el mismo curso de programación.

—Mándame lo que tengas al contacto del detective Andrews. Haré que mi equipo lo revise.

—¿Tienes un equipo? —pregunta el oficial mientras Raúl de un salto toma presencia encima de la furgoneta—.

—Un placer, oficial Langstrom. —responde Raúl con una sonrisa mientras deja el lugar trepando hacia los tejados cercanos—.

—Wow. —suspira aquel hombre sin darse cuenta del vaso de café intacto bajo él—.

Jamás le ha gustado el café.

SURROUNDED [finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora