Capítulo veintidós.

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Capítulo veintidós.

El viento jamás sopló.

Desplegó las velas, soltó el ancla... pero el barco jamás se movió. Su respiración se volvió a agitar mientras los maldecía a todos. No era posible que aquello le pasara a él; era insólito que perdiera, que solo le quedará resignación. ¿Debería llorar?, ¿se tenía que derrumbar?, ¿por qué todo conspiraba contra él?

Maldición...murmuró mientras apretaba los puños.

No sabía ni cuántos minutos habían pasado, si eran horas o segundos; lo único que sabía era que aquello era una pérdida de tiempo. Tiró el bote salvavidas al mar y le siguió mientras tomaba los remos. Comenzó a andar y alejarse lo más que podía de la orilla del puerto, pero entre más rápido movía sus manos la barca se hacía más lenta.

Los brazos se le entumecieron y se dio cuenta que no se había movido más que unos metros lejos de ahí. Estaba tan cerca que se sentía estupido por siquiera intentarlo, por tratar de escapar de ahí, pero si el maldito Biju no lo quería fuera nada pasaría ¿no? Las malditas palabras de su antiguo maestro hacían eco en su cabeza.

Aquello solo lo hacía enfurecer más.

Aventó los remos al mar, maldijo su suerte y trató de que su furia no escapara en forma de grito. Su respiración se volvió a agitar mientras el estómago se le revolvía; quiso vomitar pero se aferró a no hacerlo, a no ser tan débil por algo que debía de solucionar. Porque poco a poco comenzaba a rondar la cabeza que su única esperanza era acabar con Naruto.

Una verdad tan amarga que la descartó en ese instante.

No necesitaba de ello para lograr su cometido; debía encontrar la manera de comunicarse con Itachi para huir. Debía aprender a adaptarse nuevamente con la gente del rubio y aprender cómo sobrellevar un nuevo plan. No podía darse por vencido, si se rendía ya no tendría esperanza y caería en la desesperación.

Justo como en ese momento.

La exasperación no lo estaba dejando pensar con claridad; la aflicción no podría ser más fuerte que sus convicciones. Siempre se había adaptado a las situaciones más adversas, esta vez no sería la excepción. Ya había llorado esa mañana, dejó que su furia e incertidumbre lo dominara; ahora era tiempo de dejar que las cosas se calmaran para planearlo todo.

Debía comenzar a idearlo.

Naruto, ni Kurama, se darían cuenta de todo lo que comenzaba a tramar. Sí ellos creían que se estaba dando por vencido iniciarán a confiarse de él ¿y qué mejor momento para atacar? Debía hacerlo... entonces ¿por qué no se movía?, ¿por qué abrazaba sus piernas como si tuviera frío?, ¿por qué se sentía tan desolado y al borde de las lágrimas? Cerró los ojos tratando de serenarse.

Se recostó sobre la húmeda madera y miró el estrellado cielo ¿aquello era justo? no, estaba seguro que no, pero la vida ya le había demostrado bastante de su lógica. Los omegas siempre serán el último eslabón sin voz, ni voto... el más débil de la jerarquía. Siempre será latente aquella verdad.

Se tocó la frente notando como el calor de la noche comenzaba a hacer estragos en él. Volvió a cerrar los ojos sin ser consciente del mareo que lo rodeaba, de nuevo un golpe de cansancio lo golpeó y trató de no zumbir ante aquella necesidad tan primaria como dormir; pero el olor a cítricos fue suficiente para que perdiera la batalla.

—Lo siente, teme... — musitó el aire como si fuera una tierna caricia en su rostro.

Naruto sentía pena por los siguientes días que Sasuke tendría que afrontar, sin mencionar el miedo latente que existía por el embarazo, sólo quedaba un mes para que su hijo naciera y su pequeño omega no mostraba señales de aceptar su destino junto a sí. No estaba tan seguro de poder lograrlo.

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