Cuenta la historia del detective Miguel Ángel, quien a principios de la década de 1906, viaja a Celsus City, la ciudad de la alquimia. Para interrogar a un asesino misterioso, queda atormentado al darse cuenta que muertes paranormales ocurren mientr...
En el centro de la ciudad, se hallaba un bar poco conocido entre los habitantes, donde sus clientes eran jóvenes sin ninguna clase de compromiso, donde se expresaban sin ser juzgados, disfrutando de narguiles, partidas de cartas, domino e incluso billar. Un lugar excepcional donde podían pasar el rato con sus amigos y parejas bebiendo mientras escuchaban a un pianista a un rincón tocar la melodía The Entertainer de Scott Joplin. Iluminado y decorado con luces de neón en forma de guacamaya en el centro del techo.
Benson, estaba frustrado por como malgastaba sus últimos billetes en una partida de domino apostando contra Joey, un joven no tan conocido en sus calles, pero si en los bares adicto a las apuestas. Joey jugaba en pareja con su mejor amigo Arthur, originario de España, quien era un gran fanático de los cuchillos, sobre todo de las dagas, tanto así, que llevaba una pequeña espada medieval como collar. El compañero de Benson, era un idiota que no se le hacía fácil ganar al domino, no estaba acostumbrado en ese tipo de juego.
—Me hare rico jugando con ustedes... de los malos que son—. Comento Joey, jugueteando con su última pieza esperando su turno.
—Habían dicho que nos partirían el culo en esta partida. Y solo faltan dos puntos para ganar. ¿Y ustedes? cero.... ¡Un chiste! —. Dijo Arthur, de manera burlona.
El compañero de Benson, no pudo aguantar más, retirándose de la mesa sin decir nada.
—¡Oye...! No te vallas, es chévere jugar con vos—. Dijo Arthur riéndose. —Buen... se fue tu compañero—. Continuo, con la mirada hacia Benson.
—Muy gracioso tú... espero verlos pronto, perder una partida—. Aclaro Benson, retirándose dejando en la mesa la paga de la apuesta.
—Al fin tenemos para pagar el alquiler—. Comento Joey, contando el dinero de la apuesta.
—¿Tan temprano y ya ganaste solo esa cantidad? —. Pregunto Rise llegando, tomando asiento.
—¡Ganamos...! en plural por favor...—. Aclaro Arthur.
—¿Ya entregaste los libros que te solicitaron? —. Pregunto Joey, contando los billetes.
—Si... Pensé en ir al museo, quizás haya libros en ese lugar. Un lugar diferente en donde buscar—. Respondió ella.
—¿Y te pagaron por los libros? —. Pregunto Joey, encendiendo un cigarrillo.
—¡Eres un idiota!
—Deberías cobrarle a tu tío por el trabajo que le estás haciendo. Nos harías un favor.
—O, decirle a Marcelino, que te entregue la llave de la biblioteca y los vendas—. Aclaro Arthur, sarcásticamente entre dientes.
—Tu eres otro ridículo... ¿Lo sabias? —. Aclaro ella.
—Solo estamos bromeando, tranquila—. Tras aspirar un poco de su cigarrillo. —¿Y qué libro piensas desaparecer ahora? —. Continúo riéndose.
—No puedo con ustedes, en serio. Si los devuelvo, no son libros robados—. Aclaro Rise encogiéndose de hombros.
—¡Ha! Eso dices tú—. Añadió Arthur.
—Pensaba en ir al museo. Ya que hay reliquias importantes, supuse que también habría libros—. Comento ella, ignorando a Arthur.
—Que mona eres cuando te molestas—. Dijo Arthur, viéndola con una sonrisa.
—Podemos ir ahora, antes que anochezca—. Afirmo Rise con alago.
Museo Nacional de Alquimia– Celsus City
Aquel museo era minimalista, cada exhibición resaltaba por lo blanquecino que era él salón. Cantidades de artilugios y artículos de belleza posaban en vitrinas cuadradas en cada centro. Estatuas míticas, especies de varitas mágicas y espadas. Todo eso, solo en la entrada del museo. Adornado con un gran reloj colgado de madera, que mostraba la hora en números romanos. Era un lugar inmensamente grande.
—Ya que el lugar es inmenso, he conseguido un folleto del museo. Este es el mapa—. Afirmo Arthur.
—Al fin haces algo productivo—. Dijo Rise, arrebatándole el folleto.
—Debería cada quien tener un folleto. Dividirnos, este lugar es inmenso—. Comento Joey viendo a los alrededores.
—Me quedare con este—. Dijo ella. —Nos vemos en la salida—. Continuo, adentrándose al museo.
—Pues.... ¡Si fuese un maldito libro tan importante! ¿Dónde me guardarían? —. Menciono Arthur, Memorizándose el mapa.
—Si idiota. Porque debe ser que el libro te va a contestar—. Respondió Joey.
—A buen... uno nunca sabe. El poder, la magia. ¡Buuuuu!—. contesto, moviendo sus dedos como fantasma.
Los dos tomaron caminos distintos. Mientras Joey evaluaba diversas artes renacentistas alquímicas con sumo detalle, Arthur estaba enamorado del mango de un antiguo chuchillo en otra sala.
—Que hermosa reliquia—. Dijo Arthur en voz baja, apreciando el mango atreves de la vitrina.
Joey deambulo de sala en sala, logrando ver alguna novedad, al no encontrar nada relevante se sintió cansado, lo único que pensó fue en un cigarrillo. Dirigiéndose a la salida, paso por el gran reloj notando que habían pasado dos horas desde que habían llegado. Decidió salir, se sentó en uno de los banquitos que se hallaba en un pequeño parque frente a la entrada para disfrutar de la nicotina. Haber pasado varios minutos, salió Arthur.
—¡Creí que esperaban por mí! Me perdí viendo... espadas de samurái—. Comento Arthur encantado, tomando asiento.
—¡Y yo creí que estarían juntos! —. dijo Joey.
—Recuerda que ella fue la que se separó, intenté seguirla, pero me perdí. ¡Puede que consiga algo! ya que es curiosa...
—Y.... ¿Cuándo le dirás? —. Pregunto, sacando otro cigarrillo.
—¿Decir qué? —. Pregunto Arthur, sin entender.
—Que le gustas...— Dijo, tras haber aspirado un poco de la nicotina.
—No creo decirle. ¡No quiero perder nuestra amistad! A demás.... Está saliendo con ese pequeño cerebrito—. Aclaro, posando la cabeza en el espaldar.
—¡Solo se están viendo! Aun no son nada. Puedes tener oportunidad...
—¿Sabes algo? No le veo sentido estar votando humito por la boca—. Dijo, despreciando el humo desvanecerse.
—A ti, si te gusta cambiar de tema—. Respondió riéndose.
—¡Esta bien! Luego le diré....
—Ese luego, si dura...—. Aguantando la risa.
—Buen.... Esta semana, la invitare a comer al restaurant mexicano, ya que le gusta los tacos—. Afirmo. Mostrando un gesto de confianza. —¿Y cuándo dejaras de fumar? —. Continuo.
—El día que los vea comiendo tacos, como dos enamorados—. Respondió riéndose.
—Estás invitado entonces....
—¡Genial...! Tacos gratis—. Acabando su cigarrillo.
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