( Cap.1 - Parte I )

147 3 2
                                    

Santa Fe – Refugio de Santa Fe.

 Mayo de 1906

No sé cuál es mi verdadero nombre, tampoco mis verdaderos padres, ya que nunca los conocí. Desde que tengo memoria siempre creí que los niños llegaban por arte de magia a vivir en este mundo común. Doce años viviendo en un orfanato no es fácil,  tener solo un parque para jugar y, compartir una habitación con veinte niños más. Todas las noches antes de dormir podía ver a través de la ventana, en mi cómoda cama, las grandes colinas que veía a lo lejos pensando, si algún día las iría a visitar. Ya que toda mi vida ha sido estar encerrado en este lugar.

Tras cada mañana, un nuevo niño llegaba. Era hermoso como le daban una gran bienvenida, ya que la mayoría de las veces hacíamos un compartir. Ricas tortas de chocolate, pocas veces galletas con leche. Pero al mismo tiempo tristeza por su abandono, ¡pero de eso se trata la vida!, ¿no?

Todo niño que conocía tras su bienvenida, a los pocos días o semanas se marchaban, con una nueva familia obviamente. Realmente ya no me quejaba al no ser adoptado. Comencé a pensar que el enfermero era mi padre, la cocinera mi abuela, la de la limpieza mi madre, hasta la jardinera, que muy pocas veces estaba presente, era mi otra madre. Llegue a sentirme cómodo y formar parte de ellos, para no sentir ese vacío que casi todos tenían. aprendí hacer galletas, como curar a alguien de una cortada, hasta sembrar lirios, y otras flores más.

Un día nos habían mandado a limpiar nuestra habitación, por suerte era yo quien le pasaba escoba a la entrada, ya que pude notar la presencia de un hombre bien vestido, con un traje de seda color vino tinto oscuro, que combinaba muy bien con su bigote francés, y su barba no tan larga, se notaba a leguas que era un hombre adinerado. Hablaba con una de las secretarias muy amablemente. Yo me preguntaba... ¿Cómo sería mi vida al ser adoptado por una familia adinerada?, no se me fue esa pregunta de mi mente por un largo tiempo.

Comencé a sentir una vez más esa maldita ansiedad de querer salir de este lugar, por un momento odiaba todo, a los pocos minutos se me quitaba, era el típico niño que necesitaba alejarse de todos para no lastimar a nadie verbal o físicamente.

Tras pasar varios días, yo y un grupo de niños nos encontrábamos en el parque jugando. Comentaban sobre que querían ser de grandes. Mientras uno decía que quería ser inventor, otra respondía en ser bailarina profesional. Yo la verdad no sabía qué responder. Ya que vivía mi día a día sin tener planes en mi mente, encerrado siempre en el mismo lugar. Por suerte había notado el columpio desocupado, corrí hacia el antes que me lo arrebataran, ya que tenía tiempo sin usarlo.

 Mientras me columpiaba, podía sentir que volaba muy alto, tan alto como para ser expulsado y caer entre aquellas colinas que veía a lo lejos, experimentar otros lugares. No como este parque al que alguna vez lo vi grande, que ahora me resulta un miserable hueco sin diversión.

podía escuchar aquel viento resoplar en mi rostro, opacando los gritos de aquellos niños gritándome. ¡Es mi turno! ¡Es mi turno! Mientras más escuchaba esa frase, más me columpiaba. En ese momento pare en seco. Era una de las secretarias que me había detenido. Solo esperaba ser amonestado al no querer compartir el único puto columpio del parque.

—Una persona vino a conocerte—. Me comento con un rostro de felicidad.

La verdad, no me lo esperaba. Sentía una emoción profunda, pero al mismo tiempo, triste, no sabía por qué. Me había llevado a la oficina, note la presencia de una persona sentada despalda, Al presentarme, era aquel mismo hombre del bigote francés, no lo podía creer. Nunca pensé que ese momento llegaría.

—Hola pequeño.... Me llamo Máximo Maius. Un placer—. Dijo extendiendo su mano hacia mí con mucha amabilidad.

—¡Ha llegado mi momento! —. Comente en mis pensamientos.

Los Alquímicos: INICIOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora