Seattle tenia un temperamental clima grisáceo por costumbre. Era un lugar bello a simple vista, aunque figuraba en su característica sequía e inviernos largos, veranos cortos, tradicionales y extensos, ya se habían vuelto costumbre para algunos. Tal vez, no para todos.
La residencia Wittebane no era una de esas.
Bajo los matices de un cielo invernal, el frío se colaba por las riendas de aquellas extensas ventanas cristalinas apenas cubiertas por cortinas de seda fina, que no lograban que el frío no entrase a causar su sensación en cada centímetro de aquella Mansión antigua. Anticuada al parecer aunque arrebolada, acorde a las demás de aquel vecindario. Los pinos en el jardín trasero de la casa junto al roble donde jugaron alguna vez los adolescentes de la familia, cuando aún pudieron hacerlo. Los pisos de madera fina, el tapiz delicado, en tonos verdosos, otros azulados, dependiente de la habitación.
Y es que desde que Camila murió, las cosas no habían sido las mismas para Luz.
Philip Wittebane no era un hombre Clemente, o al menos eso era lo que le había hecho sentir con los años que llevaba viviendo en aquella miserable casa, tan grande aunque tan pequeña en sentimientos a sus castaños ojos, simplemente deprimente.
La morena parecía ahogarse en su mismo aliento mientras corría escaleras abajo, no recordó cuando se había quedado dormida leyendo uno de aquellos libros de romance que al menos le daban algo de chispa a su mísera vida. Sin embargo el tiempo se le había ido, se habia marchado lejos haciéndola estallar contra la realidad, contra su realidad. El hombre de mediana edad parecía esperarla desde la mesa con desánimo.
- Luz, llegas tarde, otra vez.
La hora de la cena sin dudar no era la favorita para la hermana menor de los Noceda. A lo largo de la extendida mesa estaban sus medio hermanos, uno más silencioso que el otro, apenas los miró, dió un suspiro para si misma mientras tomaba su asiento en el medio de ambos, viendo a su padrastro desde la cabecera de la mesa dar dos palmadas en sus manos esperando a que les sirvieran la cena.
Hunter miraba a su plato de sopa de legumbres con asco, ya era la tercera vez en esta semana que se repetía el menú. Lucía no parecía menos asqueada que el rubio, simplemente nadie podía decir nada, nadie podía quejarse, nadie podía alzar la voz, nadie podía levantarse de esa mesa sin terminar su comida.
- Lucía, no te veo comiendo.
La nombrada se deshizo rápidamente de su sensación nauseabunda y levantó la cuchara para dar sorbos a la sopa. El hombre sonrió complacido, algo se retorció dentro de Luz, pero era algo a lo que estaba acostumbrada.
- Hunter, ¿Qué hay de tu lección de piano?
El rubio estaba por comenzar a comer, cuando sus irises magenta temblaron y su miras viajó al adulto, rápidamente se recompuso para contestar seriamente.
- Ha estado bien, padre. El profesor Bump me dio una nueva mención. - Su voz casi temblaba, casi no era audible, era nerviosa, asustadiza, Luz lo sentía temblar, pero no lo miraba.
- Magnífico, oido absoluto. Estoy orgulloso. - Luz no parecía demasiado contenta con el resultado de eso. Más presión al rubio cada semana, con razón no le sorprendían sus sórdidas ojeras y sus presión constante con mejorar, su mirada parecía perdida entre los vegetales que flotaban en el líquido contenido en aquel recipiente.
La mirada celeste y oscura, teñida por una silueta gélida, pareció inspeccionar cada centímetro de su hijastra, como si tratase de buscar la más mínima imperfección en sus cataños cabellos despeinados, las bolsas oscuras bajo el avellano de sus antiguamente expresivos ojos apagados recubiertos de pestañas, o las grietas por torpeza que portaba su acanelada piel. La miraba como si fuese desprecio más ruin, tal vez era el hecho de que le recordaba a la traición de su amada esposa, y que era tan idéntica en cada aspecto físico a ella, inclusive su voz, hoy a sus 17 años.
- Feliz cumpleaños, Luz. - Escupió por fin, parecía atragantarse con su propio veneno, pensó Luz, mientras daba un leve sorbo a su sopa, le preocupaba más bien poco su alimentación a diferencia de sus hermanos mayores.
- Gracias. - Contestó secamente. Pero el hombre tenía mejores planes para ella.
- Ya he terminado. ¿Puedo retirarme? - Mencionó Luz, el hombre negó, sus hermanos parecían desconcertados ante esto, era general el hecho de que su padre perdía de vista a Luz siempre que podía, era como si detestase verla, y cuando la tenía en frente dejaba su ira sobre ella, hoy parecía sereno, tanto que daba miedo.
- Oh no, ¿Por qué la prisa, Camila? - Otra vez la llamaba de aquella forma, Luz tuvo que contar hasta diez para no explotar contra aquel indeseable ser humano. Desde que tenía uso de razón, el la trataba como si solo fuera un trapo, pero estaba bajo su custodia, y por más que intentase huir, el la encontraría, ella sabía que sería un caso perdido intentar cualquier cosa. Hoy a día había perdido las esperanzas de retomar su vida, si es que alguna vez tuvo alguna.
- Supe que rompiste con Nevareth. - Aquellas palabras eran filos cortantes hacia el pecho de Luz. Había tocado un punto demasiado desagradable para ella.
Había sido obligada a empezar una relación con el apuesto jugador de fútbol americano 6 años mayor que ella, el hombre perfecto, según ameritaban. Lo peor de todo fue que se enamoró de el, aunque los últimos tres años habian intensificado el abuso que sufría de su parte, su indiferencia, sin contar sus cuernos, tal vez crecieron más allá del techo de la casa, pero Luz, Luz lo supo tan solo hacia unas semanas. Se sentía usada, sucia, había sido justo lo que su padrastro quería de aquel hombre. Un juguete sexual. Tal vez se sentía satisfecho. O tal vez no había tenido suficiente.
- Es una lástima, yo tenía planeado casarlos este año. Has arruinado otra de mis conquistas financieras, y tu salida de esta casa, su familia ya no quiere tratos conmigo, ¿Acaso eso te hace sentir victoriosa? - Luz no contestó. Hizo ademán con dejar la mesa, pues necesitaba recostarse, comenzaba a tener náuseas debido al estrés que aquel hombre le había provocado. Necesitaba sus medicamentos para la ansiedad.
- Recoje tus cosas para mañana Luz. Mañana estarás fuera de aquí. - Los ojos de la morena dieron un giro, y sus piernas, para encontrarse con las expresiones preocupadas de sus hermanos y la sonrisa retorcida de Philip, quien extendía un folleto, un formulario más bien, sobre la mesa para que lo alcanzara. No podía creer lo que estaba viendo.
- Te irás pupila a un convento en las afueras de Seattle. -
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𝘍𝘪𝘳𝘦𝘸𝘰𝘳𝘬 ❊ 𝘓𝘶𝘮𝘪𝘵𝘺
FanfictionLuz Noceda amaba todo, aunque tuviese que conformarse con mirar constantemente el mundo a través de sus ventanas de cristal. Con ganas intensas de tocar hasta la última gota de lluvia sumida en el césped, con las plantas de sus pies. La libertad par...