"Una madre nunca abandona a su hijo, por más que las distancias físicas los separen..."
Como si se tratara del cazador más rapaz no había podido escapar de aquella frase en todo el día. Lo perseguía, le quitaba el aire, era como estar atrapado en un laberinto sin salida. Aún entonces, ya en plena noche y cenando en la intimidad de su suite, ese pensamiento le quemaba por dentro de una forma inexplicable.
Bennet comía a su lado, bastante más silencioso de lo habitual. Al llegar, aquel atardecer Bright lo había encontrado sentado en su cama, acariciando su almohada con devoción, y al verlo entrar se le había lanzado encima para abrazarlo y besarlo, pidiéndole perdón casi con lágrimas en los ojos. Y Bright no había podido evitar perdonarlo. Si bien distaba de sentirse aliviado, prefirió dar por terminado aquel asunto y comentarle lo sucedido en el hospital. La historia del cacheo policial no había hecho más que acrecentar la culpa de Bennet, y desde entonces parecía haberse perdido en sus propias reflexiones.
Pero al rizado aquello ya no le preocupaba tanto. Luego de su inesperado encuentro con la madre de Win, todo aquel asunto había pasado a un segundo plano. De todos modos, y por alguna razón que no terminaba de entender, no había querido comentarle a Bennet sobre esa pequeña reunión con la americana. Sí en cambio estaba dispuesto a expresarle el deseo que durante las últimas horas le abrasaba el alma.
—Quiero ver a mi madre —soltó sin preámbulos, sin dejar de comer ni cambiar su expresión indiferente.
—¿Qué? —Bennet, que hasta entonces había permanecido con la mirada perdida, apoyó su copa de vino en la mesa y lo miró como si ya no pudiera esperar más problemas—. ¿Ver a tu madre has dicho?
—Madre, padre, hermana. Quiero verlos a todos.
—¿Y puedo saber el motivo de tan repentino amor filial?
—Los extraño, es todo.
—Pues, no quiero hacerte sufrir Bright, pero creo que es más que evidente que ellos no te extrañan a ti —declaró con voz fría—. ¿Cuánto hace que no los ves? ¿Tres, cuatro años?
—Tres años y ocho meses —respondió Bright, revolviendo la comida en su plato, sin prestarle atención.
—¿Te parece poca prueba? —continuó el entrenador con voz severa— No se molestan ni siquiera en tomar el teléfono y preguntar cómo estás, pero sí que responden veloces a cobrar los cheques que les envías, ¿verdad?
—Tal vez no saben dónde ubicarme —quiso justificar Bright—, además... yo tampoco los he llamado en todo este tiempo.
—Sí los llamas, lo haces para Navidad, Año nuevo, cumpleaños... ¿acaso responden alguno de tus mensajes?
—Quizás no puedan hacerlo...
—Oh, vamos. No me pidas que los justifique —por alguna razón aquel tema parecía enfurecer terriblemente a Bennet—. Con la cantidad de dinero que les mandas por mes pueden vivir como reyes. Podrían viajar todos a verte si así lo quisieran, pero ni siquiera lo hacen para agradecer tu generosidad.
—¿Cómo sabes que están recibiendo el dinero? —preguntó entonces Bright, volviendo su mirada que por primera vez mostraba algo de interés—. Tal vez es otra persona quien cobra los cheques.
—Mi niño, no seas ingenuo ¿crees que no he comprobado eso? Son ellos, es tu padre quien firma cada recibo. Tengo gente que me informa a menudo de lo que hacen, y están perfectamente sanos, yendo y viniendo al centro de la ciudad a gastar los billetes que tú ganas con sacrificio. Lo siento mi ángel, pero no busques más excusas, esa es la verdad.
Bright desvió su mirada y continuó mezclando su alimento sin comerlo. Bennet le acarició el brazo con dulzura.
—Sé que esto te pone triste... pero después de todo, ¿qué esperas de gente que vendió a su hijo a los seis años?
—¡Ellos no me vendieron! —exclamó Bright, ofendido.
—¿Acaso no te entregaron a tu antiguo tutor a cambio de dinero?
—¡No! Al contrario, mi padre tuvo que conseguir un trabajo extra para poder pagar mi estadía con él... Ellos creían que era mi única oportunidad de salir de mi pueblo, de entrenar y llegar a ser un gran patinador —los ojos grandes se volvían más cristalinos a medida que hablaba—. Nunca supieron cómo me trataba... nunca quise decírselos. Cuando podía hablar con mi madre por teléfono sólo le contaba lo bien que me iba en los entrenamientos, las cosas que aprendía, y ella se despedía con lágrimas pero feliz por mí. No Bennet, ellos no me vendieron, sólo querían que tuviera un futuro mejor.
Algunas lágrimas amenazaron con caer, pero con gesto rápido se apresuró a secarlas.
—Como sea —continuó Bennet, acariciándole la espalda—. Créeme que es mejor tenerlos lejos, solo traerían más problemas a los que ya tenemos.
—Bennet, no me entiendes... necesito verlos.
—Te recuerdo el "detalle" de que no puedes salir del país.
—Tráelos a ellos aquí.
—¿Qué te hace pensar que querrán venir?
—¡Querrán! No se negarían... No si les estoy pidiendo que vengan a verme...
—Pero no es conveniente que en este momen--
—¡Bennet, quiero ver a mi madre! —exclamó Bright arrojando su tenedor lejos de él— No es algo tan difícil ni tan extravagante para no poder cumplirlo, ¡simplemente extraño a mi madre y necesito estar con ella!
En un gesto de extremo cansancio Bennet se tomó la cabeza con las manos, y así permaneció por más de un minuto. Parecía estar agotado y rendido bajo una evidente jaqueca que amenazaba vencerlo.
—Piensa lo que quieras de mí —concedió Bright descansando la frente sobre su mano, los ojos cerrados—. Di que soy débil, infantil, pero necesito estar con ella, besarla, que me abrace aunque sea una vez... La extraño.
Ambos parecieron agradecer que el silencio se prolongara. Ahora era Bright quien se había perdido en sus pensamientos, sus ojos clavados en la nada, sin pestañear, cansados. Bennet en cambio parecía haberse vuelto más hermético, extremadamente serio.
—Ven aquí —dijo de pronto, echándose hacia atrás, con gesto cansado. Bright lo miró sin moverse—. Aquí, ven... siéntate sobre mí —indicó, palmeándose el regazo.
Con la mirada cansada y calculadora, Bright lo estudió por un momento desde su lugar. Luego, con gesto cansino, dejó su servilleta sobre la mesa y se acercó.
Tomándolo del brazo, Bennet lo atrajo con urgencia, acomodándolo sobre su regazo, de frente a él, con una pierna a cada lado y abrazándolo con fuerza. Con gesto febril buscó el calor de su piel, hundiendo las manos bajo su camisa, enterrando el rostro en aquel pecho joven donde el tierno corazón latía con fuerza.
—Oh, Bright... te quiero tanto —susurró, deteniéndose a disfrutar por un momento de esa calidez, del aroma a piel joven, suave y perfecta—. Moriría sin ti... moriría...
Con el rostro tranquilo y resignado, Bright permaneció quieto, aguardando, dejándose acariciar por aquellas manos inquietas. Era la parte más fácil, dejarse hacer a gusto y deseo del otro, sin tener que intervenir mientras no fuera estrictamente necesario. Que lo tocara, que lo besara, qué más daba ya. Era preferible eso a tener que complacerlo.
En cierta forma era afortunado, pues Bennet casi siempre se conformaba con ser la parte activa en la situación. Su gusto era mandar, actuar sobre él, poseerlo en todas las formas y lugares que se le ocurrieran. Eran pocas las veces que le exigía complacerlo mientras él permanecía mirándolo, maravillado.
Jamás se había dejado poseer por Bright ni por ningún otro hombre. En todos aquellos años, ni una sola vez había cambiado su rol dominante en pos del placer de su niño. No, su deleite consistía en disfrutarlo de todas las formas posibles, tenerlo a su merced y poder someterlo, sentir que era su dueño, hacer con él lo que le viniera en gana, pero jamás entregarse a sí mimo, a nadie. Solo el amor que sentía por su criatura lo llevaba a consultarlo, a solicitar con un ardiente deseo contenido que le permitiera atarlo, violarlo o poseerlo dulcemente, cualquiera fuera su perversión de turno, a pesar de que sabía que nunca se encontraría con un "no" por respuesta. Su Bright era tan paciente, tan comprensivo, tan tolerante, que resistía en silencio cualquier barbaridad que se le ocurriera hacerle. Por eso lo amaba aún más cada vez que le permitía cumplir una fantasía, sacar a la luz una de sus perversiones más ocultas y convertirla en la más ardiente realidad. Y por eso también había jurado morir antes que lastimarlo cruelmente, postergando para cualquier otro amante ocasional aquellas fantasías más violentas, más sádicas, a las que no se habría atrevido a someter a su ángel dorado.
No, porque Bright era su tesoro y le gustaba jugar con él, pero antes que nada era su niño, su hijo, su amor.
Habría muerto por él.
Habría matado por él.Bueno les traje otro capitulo mas 💫
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Sangre Sobre Hielo Adapt.BrightWin
Mystery / ThrillerLa sangre tiñe el mundo del patinaje sobre hielo y se derrama sobre los que reinan en él. Mientras que win era un mar profundo plagado de secretos, Bright una caja fuerte llena de misterios. Todos los derechos reservados pertenecen a su respectiva...