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Se detuvieron de forma tan brusca que su cuerpo se desplazó por inercia hacia delante, y luego rebotó contra el respaldo del asiento. Su cuello hizo un movimiento de látigo tan fuerte que su visión se volvió negra por un momento, para luego iluminarse por el estallido de cientos de chispas blancas, antes de volver a recuperar lentamente el contorno de las cosas. De inmediato se llevó una mano a la nuca y otra a la región lumbar, donde un dolor extraño se irradió por toda su columna hasta perderse en intensidad hacia sus extremidades. Aterrado ante la idea de quedar paralizado, exhaló el aire contenido y respiró profundo. Luego, con mucho cuidado, balanceó suavemente la cabeza de un lado a otro. Podía mover las manos y las piernas, electricidad y profundos pinchazos le recorrían las yemas de los dedos. Por primera vez el dolor era un buen síntoma. Vaya que eran drásticas las formas que tenía Dios de demostrarle que sí existía.

                     
Una vez que se cercioró de encontrarse en buen estado, volvió la mirada hacia su acompañante. Bright estaba inmóvil y caído sobre el volante, con un brazo doblado sobre su frente como si hubiera querido protegerse la cabeza en el último instante.

                     
"Se desnucó" pensó con la respiración entrecortada, pues la famosa bolsa de aire no se había abierto y una gruesa gota de sangre chorreaba por su frente. Pero entonces el rítmico movimiento de su espalda le indicó que respiraba. No estaba muerto. Las lágrimas que rodaban suaves por sus mejillas se lo confirmaban.

                     
El silencio fue ensordecedor a comparación de los enloquecidos bocinazos que los habían rodeado en la avenida como un enjambre de abejas enardecidas. Aquella calle estaba oscura y desierta, y nadie venía persiguiéndolos, ni para bien ni para mal. Al parecer, a los ojos de aquellos desconcertados automovilistas, ellos se habían esfumado tan rápido como había aparecido.

                     
Bright cruzó sus brazos y acomodó la cabeza entre ellos, como si se dispusiera a dormir. La luz amarillenta del farol público más cercano alumbraba su rostro, mostrando una herida pequeña aunque profunda en su frente, casi en el nacimiento del cabello, pero él parecía no haberla notado, o la ignoraba por completo. En sus ojos ya no brillaba esa luz demencial; por el contrario, parecía cansado y soñoliento, totalmente agotado.

                     
—Y todo por unas medallas —concluyó casi en un suspiro, abandonado—. Todo por unas malditas y estúpidas medallas.

                     
Win no respondió. Hubiera querido gritarle que no, que no fuera tan idiota, que no se había arruinado la vida sólo por tal ridículo objetivo... pero no pudo. No pudo porque al fin y al cabo era verdad. El dinero de los premios era un incentivo, sí, pero había entregado su vida para obtener el honor que daban esas pequeñas glorias colgadas al cuello, se había manchado las manos y el alma con sangre por ellas, y casi había perdido la vida por esas malditas medallas... ¿o no?

                     
El corazón comenzó a latirle nuevamente con mucha fuerza. ¿Qué competidor se deshace de sus rivales cuando ya ha ganado el premio? Por más infame y despreciable que fuera, él tenía una razón para hacer lo que había hecho. Pero ¿cuál era la excusa de Bright?

                     
—Ahora es tu turno de decirme por qué lo hiciste —exigió al fin, con una voz monótona e inexpresiva.

                     
Bright cerró lentamente los ojos; no parecía dispuesto a responder. Win aguardó, mirándolo en silencio. Le parecía imposible que ese rostro fino pero masculino, en el que tantas veces se había perdido embelesado, que había besado centímetro a centímetro con un amor que quitaba el aliento, ahora fuera capaz de despertar en su interior un fuego tan distinto al de la pasión y el deseo. La intriga había dado paso al odio, y ahora el odio al dolor.

                     
—¿Te lo ordenó Bennet?

                     
Silencio, y una suave negación con la cabeza.

                     
—¿Lo hiciste para sacarme del medio? ¿Te estaba estorbando demasiado en las competiciones?

                                 
             
                   
—Ya te lo dije, nunca recurrí a nada más que a mi esfuerzo para ganar.

—Entonces fue por venganza, ¿verdad? Viste la oportunidad y decidiste hacerme pagar.

—¿Cómo diablos iba a hablar de venganza cuando no sabía lo que me habías hecho?

—¡¿Entonces qué fue?! Dame tus razones, dime algo que tenga sentido... explícame por qué demonios querías verme muerto —sollozó, al fin liberando las lágrimas que había contenido desde que salieron de la iglesia—. ¿Por qué? Luego de esa noche juntos, luego de haber estado tan... — Win ahogó su llanto con una mano, desviando el rostro hacia la ventanilla mientras las lágrimas caían de sus ojos cerrados. No podía hablar, el dolor era demasiado grande—. Dios... ¿cómo ese encuentro pudo crear sentimientos tan opuestos?... yo sintiéndome en la cima del mundo, creyendo que había encontrado la verdadera felicidad, lo más perfecto, que nunca más estaría solo, y tú... tú planeando cómo asesinarme al día siguiente... — Bright continuó inmóvil, sujetado del volante con el rostro hundido entre los brazos—. Sólo dime por qué —insistió Win, volviendo hacia él sus ojos llenos de lágrimas—. Dime cómo fue que mientras yo me enamoraba hasta los huesos, tú pasabas de no notarme a odiarme de esa forma. Dime por qué.

—¡No sé por qué! —gritó Bright de pronto, levantando la cabeza tan rápido que Win se echó hacia atrás, asustado—. ¡No sé por qué lo hice, no lo supe entonces y no lo sabré nunca!

Seguía tembloroso, pero su llanto había cesado. Ahora sus ojos enrojecidos y afiebrados se perdían en la nada, como si estuviera rebobinando sus memorias, concentrándose en la lectura de sus evocaciones, retrocediendo en el tiempo hasta aquel fatídico día en que las vidas de ambos habían cambiado para siempre.

—No puedo recordarlo —admitió, dejándose caer sobre el respaldo, congestionado de tanto llorar, la sangre de su herida cayéndole lentamente por el rostro—. Entenderás cómo pasó, o sabrás de qué te hablo al menos, porque me has visto hacerlo cientos de veces. Me enfurezco, comienzo a enervarme mientras intento mantenerme impasible y controlado, escondo mis sentimientos tras un muro, hago lo imposible por volverme de hielo, hasta que ya no aguanto más y estallo. No sé qué sucede entonces, no tomo conciencia de mí mismo hasta segundos o minutos después... Siempre ese tiempo ha sido fatal. Lo fue con tu padre, lo fue contigo. Y desde destrozar mi teléfono celular a destrozarte la cabeza a ti, he destruido infinidad de cosas en mi vida...

Win permanecía inmóvil, con la espalda pegada a la puerta, como si estuviera dispuesto a atacar o defenderse en cualquier momento. Sólo sus ojos se movían inquietos en la oscuridad, recordando la cantidad de veces que había visto a Bright en aquella actitud desquiciada, que sólo duraba unos segundos, pero que lo transformaban en alguien completamente diferente. El brillo extraño en sus ojos, la mirada ausente, el exceso de energía, la violencia inusitada... ¿Cuántas veces lo había visto explotar así? ¿Cuántas otras había sentido la amenaza, la tensión crecer como un volcán a punto de entrar en erupción, para después verlo aplacarse, lentamente, como el bajar de la marea?

"Tenía una expresión extraña, el rostro rígido y algo pálido, con los ojos encendidos y ausentes" Eso habían dicho los testigos, eso había leído en el caso. Él mismo había visto esa ausencia total de conciencia al momento de dispararle a su padre...

—No sé por qué lo hice —insistió Bright sin mirarlo, resignado, como si recibiera con cierto alivio el poder al fin confesar su gran pecado—. Que ya nunca más volvería a estar solo, esa fue la sensación que tuve luego de hacer el amor contigo —coincidió, observándolo brevemente, para volver a desviar su mirada hacia la oscuridad—. Tan profundo era el sentimiento que no consideré ni por un momento que no querrías estar conmigo. Pero luego estabas allí en el vestidor, golpeándome, insultándome a pesar de que te daba todas las respuestas que eran obvias... Me rechazaste —dijo entonces, como si en todo aquel tiempo transcurrido aún no hubiera podido digerir la situación—. Me rechazaste.

           
             
                   
La ciudad había desaparecido. Ni un solo ruido traspasaba los límites de aquel vehículo, transformándolo en una cápsula atemporal en donde ambos desangraban sus corazones envenenados. Continuo e incesante el fluir de esa herida abierta hace tanto tiempo, y que recién ahora podía drenar su dolor.

—Recuerdo haberme ido, pero no recuerdo haber regresado —confesó, con la mirada fija en sus manos temblorosas—. Sólo sé que de pronto te vi en el suelo, ensangrentado y con mi patín clavado en la espalda. Miré a mi alrededor, todo estaba cubierto de sangre, incluso mi rostro, mis manos, mi ropa —cerró los ojos, como si aquella visión todavía le resultara demasiado increíble—. Me incliné sobre ti, tiré del patín y al quitarlo la sangre manó como de una fuente. Intenté detener la hemorragia presionando mis manos contra la herida, pero tu ropa se empapaba y la sangre seguía saliendo sin control. Estaba tibia, y resbalosa, y...

Win se removió en el asiento, descompuesto, mientras Bright se cubría el rostro, horrorizado por sus recuerdos.

—¿Por qué no pediste ayuda? —quiso saber, preguntando en un susurro entrecortado.

—Creí que estabas muerto, estaba seguro de eso. Y de haberme quedado alguna duda ni loco hubiera ido en busca de nadie, hubiese sido ponerme la soga al cuello y tirar yo mismo de ella — Win lo miró atónito, pero Bright continuó su relato sin prestarle atención—. No pude mirar más. Comprendí que no debía perder más tiempo, así que me lavé con mucho cuidado, limpié mis huellas, me quité la ropa y la arrojé en mi bolso junto con los patines. Volví a ponerme el traje de competición, me cubrí con la campera y huí de allí.

El relato de aquella actuación a sangre fría dejó sin habla a Win. Por alguna razón hubiera preferido escuchar el plan de un ataque con alevosía y no ese acto de egoísmo y desinterés por parte de hombre al que había entregado su cuerpo y su alma. Lejos de sentirse ofendido por la agresión, sintió el profundo dolor del abandono y de su falta de amor. Cuando pensaba que ya nada podría herirlo, una nueva puñalada atravesaba su corazón.

—Al llegar al hotel escondí todo debajo de la cama —continuó Bright, incapaz de detener su confesión—. Pasé dos horas bajo la ducha, bebí una botella de vodka, tomé pastillas para dormir y me acosté a esperar el sueño o la muerte, lo que fuera que llegara primero. No fue hasta la noche siguiente, cuando desperté, que me enteré de que estabas vivo.

La pausa fue tal vez para ver por qué Win estaba tan silencioso. La verdad era que el menor estaba acurrucado contra la ventanilla, con una mano cubriendo su boca y la mirada más encendida que Bright le hubiera visto jamás. El ruso comprendió que aquella sería su última oportunidad de hablar; no podía desaprovecharla.

—Cuando comprendí que aún estabas vivo, sentí que era Dios que me daba una segunda oportunidad. Una oportunidad para corregir mi error, para salvarte, y también para salvarme a mí mismo. No voy a mentirte, no sabía en ese momento que eras el amor de mi vida y que querría estar junto a ti para siempre... eso no lo supe hasta mucho después... pero sí supe que lo que había sentido contigo no lo había experimentado jamás con nadie, y no iba a permitir que te me escaparas de entre las manos por segunda vez. Iba a ir a ese hospital a verte, e iba a lograr que salieras de allí caminando, costara lo que costara.

—Cuando busqué bajo la cama, las cosas habían desaparecido —continuó luego de una breve pausa—. Casi me muero al pensar que el servicio de limpieza del hotel lo había tomado, pero luego llegó Bennet y sin decir una palabra me entregó mis patines. Estaban perfectamente limpios y les había colocado hojas nuevas.

—"No podías patinar con el filo en ese estado". Eso fue lo único que dijo, y no me permitió agregar nada más. Nunca volvió a tocar el tema, y yo tampoco lo hice —admitió con un dejo de vergüenza—. Él lo sabía —aseguró, y sus ojos brillaron con un cariño imposible de ocultar—. Lo supo todo el tiempo, y sin embargo jamás me insinuó nada. Siempre me encubrió, siempre... aún después de que lo abandonara, de que le dijera las cosas horribles que le dije... — Bright hundió el rostro entre las manos. Un nuevo dolor se agregaba a su lista de remordimientos, el de haber hecho sufrir a Bennet cuando no se lo merecía—. Por qué lo perdonas, me preguntaste en la iglesia. Lo perdono por eso. Porque a pesar de todo, me amaba, me amaba de verdad, y me protegió con su vida. Esos disparos eran para mí... eran para mí...

           
             
                   
—Claro, muy inocente, porque los policías alemanes murieron de gripe, ¿no?

—¡Eso lo hizo para traerme un poco de justicia! Para vengarse de lo que tu padre, y seguramente tú también —agregó con odio— habían mandado hacerme.

—No digas estupideces, Bright. Gracias a ti me estaba muriendo, ¿cómo crees que pude decidir algo? Yo no tengo la culpa de que burlaras a la ley y te castigaran por ello.

—¡Me arriesgué por ir a verte a ti! "Por favor, salva a mi hijo, sólo tú puedes sacarlo de esto" —recitó, emulando la voz de la difunta madre de Erick—. Dios, no puedo creer que haya sido tan estúpido de caer en la trampa.

—¡Lo que te llevó a ese hospital no fue el amor por mí, sino tu cargo de conciencia!

—¡Lo hice por ti, maldito! Fui a verte porque, según tu madre, te morías. Me torturaron, me violaron salvajemente por tu culpa, y ni siquiera lo reconoces.

—¿Qué quieres que reconozca? ¿Tus patéticos intentos por borrar lo que habías hecho? ¿Por ocultar ante el mundo la basura que eras?

—Créeme, si hubiera sabido entonces lo que sé ahora, no me hubiera molestado en enmendar nada. De hecho, no hubiese sido necesario, pues hubiera acabado contigo esa misma noche.

—De todos modos no necesitaste muchas excusas, ¿verdad?

—Muchas menos de las que necesitaste tú para asesinar a una familia inocente y destrozarme la vida.

Las miradas se dirigieron, furiosas, en direcciones opuestas. Ambos ardían de dolor, profundamente ofendidos. Habían llegado a un punto muerto de imposible retorno.

"Mi vida destruida por despecho" pensó Win, soñando con la gloria que ya nunca alcanzaría, recordando con nostalgia y tristeza su salud de antaño, su cuerpo de atleta, su nombre escrito en oro en la historia del patinaje artístico.

"Mis afectos muertos por envidia" pensó a su vez Bright, recreando en su mente las tiernas imágenes de su infancia, extrañando, en un súbito arrebato de cariño, los abrazos de su padre y los besos de su madre, recordando la sonrisa de su hermana, imaginando a ese sobrino que nunca vería nacer.

—Jamás podré perdonarte.

—¿Acaso crees que me importa? Te odio.

—¿Tienes algo más que decir?

—No.

Bright suspiró, en un gesto de aceptación. Luego, tras un suave movimiento de su mano sobre el tablero, las trabas de seguridad de las cuatro puertas saltaron con un ruido seco. Win echó un vistazo a su puerta libre y comprendió. La indirecta había sido clara: era el fin, debía bajarse.

Tuvo un pequeño momento de indecisión, un imperceptible titubeo antes quitarse el cinturón de seguridad, cerrarse la campera hasta el cuello y bajar del auto. El aire frío lo recibió como una cachetada, pero igual azotó la puerta con desprecio, sin volver la mirada.

De inmediato se echó atrás, escabulléndose en el escaparate de una tienda cerrada. No fuera a ser cosa que ese Bright desquiciado se abalanzara sobre él con coche y todo, y lo dejara como estampilla contra la pared. Pero a sus fantasías asesinas les sobrevino el silencio y la tranquilidad. El auto se puso en marcha con inquietante lentitud, y se perdió en la oscuridad. Nada más.

Luego de eso, todo fue silencio. Win se encontró escuchando el sonido de su propia respiración. Su aliento se materializaba frente a sus labios mientras el frío le calaba los huesos. De pronto comprendió la grandeza de la soledad que lo rodeaba. No era hallarse solo en la ciudad lo que lo asustaba, pues ya muchas calles le eran familiares. Tampoco lo consolaba contar sólo con unos pocos rublos en su bolsillo. Ni siquiera la terrible perspectiva de que su estadía en aquel país ya no tenía sentido lo ponía nervioso, pues todo se había derrumbado demasiado rápido como para comprender el alcance de su desgracia. La realidad más inmediata que aterró a Win fue saber que dependía de su escaso vocabulario en ruso para dar el primer paso hacia su incierto futuro. La experiencia le había enseñado que era un mito la idea de que siempre hallaría a alguien que hablara inglés y estuviera dispuesto a ayudarlo; sus expediciones en solitario habían sido un fracaso, si no contaba con la ayuda de Bright o Tu no era capaz ni de comprar un dulce.

Echó a andar contra el viento, con las manos en los bolsillos y el corazón golpeándole con fuerza en el pecho. Como había previsto, la primera persona que halló no hablaba una palabra de inglés y se alejó de él con gesto confundido. La segunda fue una chica que apresuró el paso, asustada, antes de que él pudiera explicarle que no iba a hacerle daño. Y luego fue él quien huyó del sórdido personaje con quien se topó, seguro de que acabaría por asaltarlo.

Desalentado, se detuvo en una esquina a ordenar sus pensamientos. El sonido de las celebraciones le llegaba sofocado por el viento y los esporádicos fuegos de artificio, como si esa alegría no estuviera permitida para él, espectáculo destinado para otros, puertas adentro, donde no tenía cabida. Suspiró, con los ojos cerrados y la espalda contra un muro, intentando recordar las arduas lecciones en casa. Frases incoherentes o inservibles venían a su mente, mezcladas con encantadores recuerdos en donde los labios de Bright eran los responsables de abandonar su tarea o acortar las lecciones. Sacudió la cabeza, intentando ahuyentar esos pensamientos. Ahora no eran más que las cenizas de su pasado esparciéndose en el tiempo.

—Где можно найти такси? (Gde mozhna nayti taxi? / ¿Dónde puedo encontrar un taxi?) —preguntó, cuando sus sentidos se despertaron lo suficiente como para permitirle hilar la frase. Por supuesto, no entendió lo que le contestaban, pero guiado por los ademanes que le indicaban ir hacia la izquierda, e incentivado por haberse hecho entender en su primer intento, agradeció y siguió adelante.

—Мне нужно в аэропорт (Mne nuzhna v aeraport / Tengo que ir al aeropuerto) —indicó aliviado, cuando diez minutos después se halló en el asiento trasero de un auto de alquiler, una sonrisa de triunfo al ver ganada su pequeña batalla.

Pero cuando el vehículo se puso en marcha, a los pocos minutos de viaje comprendió que lo que intentaba hacer no tenía ningún sentido. ¿Al aeropuerto? ¿Con qué dinero pensaba comprar un pasaje? ¿Con qué documentos pretendía abandonar el país? Llegarse hasta allí era una pérdida total de tiempo y dinero.

—Направо (Naprava / A la derecha) —indicó de pronto al conductor, quien lo miró ofuscado por los cambios de planes. Sabía que no podía volver a la casa, abandonándolo en plena ciudad Bright se lo había advertido sin mucha sutileza. Pero debía recuperar al menos su pasaporte y algo de dinero. Nada más, tomar lo indispensable y marcharse. No podía negarle eso.









Mañana les subo los ultimos 4 capitulos 👀💫

Sangre Sobre Hielo Adapt.BrightWinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora