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Por unos minutos permaneció sentado en la cama, inmóvil, escuchando el silencio. Los ruidos de la ciudad le llegaban como ecos lejanos e irreales mientras a su alrededor el tiempo transcurría demasiado lento. Y de pronto... la erupción interna, el arrebato de ira, la energía descontrolada. Tomó el teléfono, llegó al balcón en tres zancadas y lo arrojó al aire con tanta fuerza que estalló contra la pared del edificio más cercano, cayendo al vacío reducido a pedazos irrecuperables.

                     
—¡Bright! —llamó una voz a sus espaldas, mientras él seguía contemplando, inanimado, la trayectoria de la insensatez que había cometido— ¡Bright! —Bennet entró en la habitación y luego se le unió en el frío balcón, rebozando de un entusiasmo que hacía mucho tiempo que no tenía—. ¡Lo logramos, mi niño! —exclamó abrazándolo con fuerza—. Nuestro abogado Yael lo consiguió, tendremos la audiencia por adelantado.

                     
—¿La audiencia?

                     
—La del juicio, amor —explicó entusiasmado, tomándolo del rostro—. Te tomarán declaración, ¡y podremos volver a casa!

                     
—Perfecto —asintió escuetamente, con el semblante serio.

                     
—¿Qué te sucede?

                     
—Nada...

                     
No era necesario ser tan cercanos como lo eran ellos para detectar en esos afligidos ojos que las cosas no marchaban bien. Casi respondiendo a un deseo mutuo Bennet lo estrechó entre sus brazos y Bright descansó la cabeza sobre su hombro, agradeciendo en silencio aquel gesto tan necesitado.

                     
—Pequeño, por Dios... estás temblando, ¿qué te pasa?

                     
—Tengo frío —mintió Bright, refugiándose aún más entre la calidez de aquel cuerpo robusto, cerrando los ojos para hundirse de lleno en el refugio inviolable que Bennet creaba para él, en donde su sola presencia servía para tranquilizarlo y unas pocas palabras lograban levantarle el ánimo. No quería despertar la pasión en él y que lo utilizara, muchos menos interrumpir la pacífica tregua amatoria que había concedido a su cuerpo luego del abuso, pero esta vez necesitaba un abrazo. La caricia tangible y concreta de sentir tibieza a su alrededor, protección dulce y acogedora y la certeza de sentirse amado de verdad—. Quiero irme a casa —susurró, aferrándose con cariño, buscando el consuelo del padre y no del amante—. Quiero que todo vuelva a ser como antes. Quiero mi vida de vuelta.

                     
Bennet posó suavemente sus labios contra la suave sien, y luego besó repetidas veces la rizada cabellera.

                     
—Así será, mi amor —aseguró, ocultando su mirada voraz tras un manto de dulce paternidad—. Confía en mí... Deja que yo me encargue de todo...

                     
🐺🐰

                     
—Señor Vachirawit, póngase de pie.

                     
Bright obedeció, irguiéndose más airoso y elegante que nunca, desbordando su encanto en cada gesto aunque más no fuera en el simple acto de permanecer firme e inmóvil en su lugar, con la mirada serena y astuta fija en cada uno de los magistrados. Llevaba un exquisito traje negro azabache que se amoldaba a cada centímetro de su figura con una perfección envidiable, la camisa inmaculada cerrándose pulcramente alrededor de su cuello, en donde la corbata parecía abrazarlo con la pasión de un amante, para dejarse caer luego grácil contra la calidez de su pecho.

                     
Si estaba nervioso, jamás lo demostraría. Calmado y desenvuelto, observaba todo y a todos como si él fuera la autoridad máxima a la que los demás vendrían a dar sus explicaciones, y no el ser sentado en el banquillo de los acusados. De todos modos, a pesar de su aparente tranquilidad y de los mil y un consejos que había recibido de sus abogados, había algo allí para lo que no estaba preparado: y era la sencillez y aparente facilidad con que se disponían las cosas a su alrededor. Había esperado encontrarse con grandes estrados de madera trabajada, un gran jurado murmurando su culpabilidad y un juez con peluca de rizos blancos observándolo con cara de pocos amigos. Nada más alejado a la realidad. Una vez más se había dejado llevar por sus fantasías cinematográficas, pues la sala a la que había ingresado era muy moderna, con muebles de estilo liviano, y las autoridades allí reunidas, en sus trajes de corte caro, distaban de tener togas y polvorientas pelucas.

                                 
             
                   
No había ningún jurado acusador. De hecho había muy pocas personas en la sala: el juez con dos asistentes, una secretaria; dos traductores, uno proporcionado por el gobierno alemán, el otro traído por órdenes de su abogado; el abogado de Abraham Opas-iamkajorn (un hombrecito menudo y casposo, de aspecto desagradable y diminutos ojos negros, pero de mirada vivaz y penetrante); Bright, Bennet y dos de sus abogados. Nadie más.

—Espero que entienda usted que esto no es un juicio, sino una audiencia extraordinaria para tratar un caso especial. Sus abogados han presentado una petición que no estoy dispuesto a otorgar si no encuentro pruebas suficientes. Está acusado de un delito muy grave para esperar que yo sea indulgente con usted sin tener mis justificadas razones. ¿Comprende eso?

—Sí señor —respondió Bright

Era muy extraño y más que incómodo expresarse a través de la voz y las palabras de otra persona. Apenas el juez comenzaba a hablar el traductor junto a él descifraba aquellos ásperos sonidos traduciéndolos a su gloriosa y conocida lengua materna, y lo inverso hacía el hombre sentado a su derecha, convirtiendo sus pensamientos en incomprensibles palabras que los demás captaban con relajada naturalidad.

—A pesar de las barreras idiomáticas, le ruego que comprenda la importancia de todo lo que se hablará en esta reunión. Sus respuestas serán tomadas bajo juramento, con castigo de prisión si incurre en falso testimonio. También le recuerdo que tal vez esta sea su única oportunidad de expresarse libremente. Diga todo lo que tenga que decir, aclare todo lo que desee aclarar, porque lo que no diga aquí dificultosamente será agregado a posteriori. ¿Comprende?

—Sí señor.

—Bien, entonces tome asiento y continuemos.

Bright se acomodó en su butaca y aguardó en silencio, intercambiando miradas con Bennet, sentado a unos cuantos metros a su izquierda, en un lugar alejado pero visualmente estratégico.

—Dígame claramente: su nombre y apellido, edad, fecha y lugar de nacimiento.

—Bright Vachirawit , 21 años, veintiocho de febrero de 1999, Novosibirsk, Rusia.

—Estado civil, ocupación y lugar de residencia.

—Soy soltero, patinador profesional y vivo en San Petersburgo.

Bright suspiró por lo bajo, mientras observaba a la secretaria tomar nota de sus palabras y a los demás chequear sus expedientes con gesto cansino. Le parecía inútil repetir cosas que todos sabían, pero su abogado Yael, ya le había advertido lo tedioso que podían llegar a ser aquellos trámites. Debía armarse de paciencia.

El juez revisó los papeles que tenía frente a él y lo observó un momento antes de volver a hablar.

—Esta audiencia a sido solicitada y otorgada porque sus abogados aluden que la permanencia en esta ciudad y en este país atenta contra su integridad física y psíquica... Se ha entregado a este tribunal constancias médicas que probarían que usted ha sido víctima de abuso y malos tratos por parte de personal presuntamente identificado como policial, y a la vez una acusación concreta contra el señor Abraham Opas-iamkajorn por considerarlo el autor intelectual de tal ataque. ¿Corrobora todo esto?

—Sí señor.

—¿Tiene idea de lo grave que es esa acusación?

—Sí.

—¿Entiende que la defensa del señor Opas-iamkajorn puede iniciarle un juicio por calumnias e injurias y que podría ir a prisión?

—Sí.

—¿Y aún así quiere ratificar sus dichos?

—Sí.

Bright respondía con tanta firmeza y seguridad que el juez pareció darle credibilidad de inmediato, aunque por supuesto no hizo más que guardar silencio y observarlo evaluadoramente. En cierta medida aquel hombre le recordaba a Bennet, aunque tal vez solo tuvieran en común la edad. Tenía un tupido cabello blanco, pero en contraste el rostro era juvenil y sin arrugas, casi afable si se hubiera permitido la dispensa de una mínima sonrisa. De ojos oscuros y profundos, observaba como si la experiencia en su puesto le hubiera otorgado visión de rayos x para leer el alma de los acusados, y se tomaba todo el tiempo que deseaba para aquella tarea, aunque a su alrededor se formaran incómodos silencios que sus colegas parecían detestar. Resguardado entre Yael y su traductor, Bright le devolvía la mirada con su impasibilidad típica, mientras tragaba sus nervios y temores, refugiado tras el muro frío y angelical de su apariencia.

           
             
                   
—Debido a la gravedad del crimen de que se lo acusa, se había tomado como medida de precaución la decisión de no dejarlo salir del país. Por otro lado, en caso de demostrarse que estas pruebas presentadas son verídicas, no podría anteponerse una sospecha a la clara evidencia de la realidad. Si así fuera confirmado, y ofreciendo todas las garantías de que usted se presentará voluntariamente a cuanta audiencia se requiera, aquí o donde eventualmente la justicia rusa lo disponga... consideraré otorgarle la repatriación.

Por un momento la ola de alivio que lo invadió por dentro pareció cruzar la barrera de hielo tras la que se había ocultado. Aún quedaban muchos obstáculos que saltar, pero ahora estaba tan seguro de que volvería a casa como seguro estaba de que aquella noche de pesadilla había sido real. "Volverás a casa" le repitieron las heridas de su cuerpo que aún no sanaban...

—Lo que nos obliga a dejar esto de lado y volver al asunto que nos concierne —continuó el hombre, apartando unas carpetas y acercando otras.

Bright inspiró profundo, y lo mismo parecieron hacer sus abogados. Algo en sus gestos asemejaba la preparación a una batalla. Pero antes de que tomara su lanza y escudo, el juez lanzó su primera pregunta con la voz rígida y la mirada implacable.

—¿Cómo y por qué conoce a Win Opas-iamkajorn?

Bright se encontró de pronto siendo el centro de atención total de la sala, y una sensación horrible se apoderó de él. Era la primera pregunta, ¡la primera!, y no sabía cómo responderla. Era como encontrarse en un mundial y caerse en los primeros pasos de la presentación. Con un leve carraspeo Yael le indicó que contestara de una vez.

—Ambos somos patinadores —respondió, con el cuerpo tenso y la voz firme—. Competimos en el más alto nivel. Somos muy pocos los que llegamos allí, es imposible no conocerse.

—¿Cómo podría definir su relación con él?

—Casual. Cordial...

—¿Podría explayarse en su definición?

—Casual porque nos veíamos solo en las competencias. Cordial porque nunca intercambiamos más que el saludo protocolar.

—¿Y cuál es su entendimiento con él al día de hoy?

—Prácticamente el mismo.

El puntapié inicial para la discordia había sido dado. El hombre sentado a la izquierda del juez comenzó a tomar notas con una rapidez morbosa y el que se encontraba a la derecha intercambió miradas cómplices con el magistrado.

—¿Mantiene la misma confidencialidad ahora que hasta el día del ataque?

—Prácticamente la misma —repitió Bright, ácidamente, articulando cada sílaba.

—¿Tengo que recordarle que está bajo juramento?

—No...

—Entonces sea sincero en sus respuestas o la siguiente será tomada como falso testimonio—exigió el hombre con sequedad—. ¿A usted le parece que visitar diariamente en el hospital al joven Win Opas-iamkajorn es mantener la misma relación que viéndose seis veces al año cuanto mucho?

Bright entornó los ojos, desafiante. Yael a su lado parecía morir de ganas de intervenir, y al mismo tiempo de aplacar los ánimos.

—Usted me preguntó si teníamos la misma confidencialidad ahora que la que teníamos hasta el día del ataque —insistió Bright sin disimular su mal modo—. Yo le respondo que sí. He ido a visitarlo a diario, es verdad. He pasado más tiempo con él esas semanas que en todos los años que lleva como mi competidor. Pero nuestra comunicación no ha avanzado ni cambiado por la simple razón de que no hemos intercambiado palabra alguna. Estuvo en coma profundo durante todas esas visitas, y cuando recuperó la conciencia me prohibieron entrar a verlo. El señor Opas-iamkajorn se encargó de que su oficial me lo hiciera saber —aclaró con resentimiento.

           
             
                   
A sus palabras siguió un silencio desagradable que inundó primero el estrado, luego la sala por completo. Parecía haber ganado la pequeña batalla. El juez lo miraba pensativo, no necesariamente por darle su aprobación, sino simplemente por no tener intenciones de intervenir en aquel momento. Pero entonces el hombre sentado a su lado sobresaltó a todos tanto por su pregunta como por lo inesperado de su intervención.

—No nos referimos a los penosos momentos de agonía que pasó Win Opas-iamkajorn durante esas semanas... sino al encuentro sexual que mantuvo con él en la habitación de su hotel, la noche anterior al ataque.

La incomodidad fue generalizada: Bright perdió sutilmente el color de sus mejillas, sus abogados recibieron aquella pregunta como el impacto de una bala de cañón, Bennet a lo lejos se tensó, los traductores se movieron nerviosos y hasta la secretaria levantó la vista hasta él, escandalizaba. Otra vez el pelinegro era el centro de atención, y otra vez la sensación no fue nada placentera.

—¿Qué puede decir al respecto? —insistió el hombre con malicia.

No podía mentir. No con aquella maldita muestra de semen que habían tomado de Win. ¿Sería verdad? ¿Existiría realmente? No podría asegurarlo, pero tampoco podía arriesgarse a mandar todo al diablo por un falso testimonio. Sabía que su nombre saldría resaltado como en luces de neón, y Dios lo amparara si la prensa llegaba a enterarse de eso, pero negarlo sería demasiado estúpido.

Enderezándose,Bright posó su mirada en todos, con la frente en alto y la mirada irritada. Pero luego su rostro se relajó, y su personalidad fría e irónica de siempre pareció resurgir de las sombras con una calma relajante.

—Puedo decirle que fue casual... y que definitivamente fue muy cordial.

Un breve temblor estremeció a todos los presentes. Sólo Bennet pareció captar la sarcástica burla de aquellas palabras, mirándolo sin ocultar su sonrisa.

—¿Está admitiendo que tuvo relaciones homosexuales con él? —volvió a preguntar el hombre, poniendo especial énfasis en repetir la "atrocidad" cometida.

—Sí, las tuve... ¿Es eso delito aquí en Alemania?

—¡Es una falta a la moral aquí y en cualquier lado!

—Con el debido respeto —intervino Yael, obligando a todos a un brusco giro de cabezas—, pero las preferencias sexuales de los individuos no son algo pertinente a discutir en un tribunal.

—Oh, a mí me parece muy pertinente —terció el abogado de Opas-iamkajorn , olvidado hasta el momento por el resto de los presentes, provocando otro sobresalto y el cambio del foco de atención—. Sobre todo si es un menor de edad el que fue forzado a tales prácticas.

—¡Yo no forcé a nadie! —exclamó Bright sin esperar el permiso para hablar.

—Disculpe si su palabra no es confiable, Vachirawit —retrucó el menudo hombrecito con gesto de desdén.

—Esto es ridículo, ¿por qué no se lo preguntan directamente a Win? Confirmará lo que estoy diciendo. ¿Acaso yo fui a buscarlo? Fue él quien vino a verme. Que él diga si lo forcé o estuvo conmigo por voluntad propia.

—Eso haré —dijo entonces el juez, tomando el control de la situación—. Y les recuerdo que esto no es un café, para hablar esperarán su turno y mi permiso.

El brusco tono de voz reimplantó el orden. Bright permaneció mirando al grasiento abogado con resentimiento.

—Es verdad que no nos interesan sus historias de alcoba —continuó el hombre de pelo blanco—. Lo importante aquí es qué estaba haciendo usted en el momento en que atacaron a Win Opas-iamkajorn. Pero no vuelva a mentir o a ocultar información o me veré obligado a cumplir mi palabra y encarcelarlo si no coopera.

           
             
                   
—No he mentido —insistió Bright, sus mejillas encendidas ahora por la ira—. Si la pregunta abarcaba mi relación con él desde el día del ataque hasta hoy... entonces es exactamente como lo que dije. Nuestro encuentro fue anterior a ese momento, así que nuestra relación es la misma desde entonces. Pregúntenme con exactitud y les responderé de igual modo.

Una intervención oportuna del siempre cortés Yael impidió tomaran las frías palabras de Bright como una irreverencia, haciendo hincapié en que las preguntas fueran claras y sencillas de modo que no hubiera malos entendidos en las traducciones. Pedido que no fue bien visto por los mismos traductores, por supuesto, pues estaban seguros de no haber causado ningún mal entendido. De todos modos, luego de la aclaración, Bright sintió tan penetrante la mirada de advertencia de su abogado que se obligó a mantener sus modales.

—Si el encuentro sexual fue casual como usted dice, ¿para qué fue a verlo el jóven Arista?

—Para pedirme que lo deje ganar.

—¿Cómo?

—Su padre lo había amenazado de muerte si no ganaba en la siguiente presentación. Y él se sentía incapaz de hacerlo por lo terrible de su estado. Win me dijo, y yo pude confirmarlo, que su padre lo había golpeado hasta dejarlo inconsciente por haber perdido la medalla de oro. Él solía hacerlo, golpearlo, humillarlo, por eso fue a pedirme que lo dejara ganar, para que su padre no volviera a lastimarlo, o peor aún, matarlo. Estaba aterrorizado hasta las lágrimas con aquella amenaza... que luego "alguien" cumplió.

—¿No le parece un poco extremo que alguien quiera matar a su hijo porque no gana una competición?

—No. Pero qué importa lo que a mí me parezca, pregúntenselo a Win y se los contará él mismo.

—Al jóven Arista le preguntaremos todo lo que sea necesario cuando sea oportuno. Hoy es su declaración, señor Vachirawit, así que será usted quien responda.

Los ánimos no eran los mejores para ser tan altanero, era verdad, pero Bright no estaba acostumbrado a dar explicaciones a nadie ni a ser sumiso. Solo Bennet tenía la cuerda para tirar un poco de su cuello en aquel sentido...

—Si Win Opas-iamkajorn le pidió ayuda porque su vida corría peligro... ¿por qué no lo ayudó?

—No creí que su padre fuera capaz de matarlo por no ganar... no lo conocía lo suficiente en aquel entonces. Pero además soy una figura del patinaje señor, no puedo ceder ante una petición de ese tipo, aunque no esté en juego ninguna medalla. Tengo una posición y un nombre que cuidar. No podía ayudarlo como él quería.

No solo la secretaria tomaba notas de sus dichos. Incluso Yael lo hacía. Eso lo ponía nervioso.

—Muchos testigos lo apuntan a usted de ser quien entró con él al vestuario la última vez que vieron ileso a Win Opas-iamkajorn , y muchos otros afirman haberlo visto salir de allí solo, con paso rápido y gesto iracundo. Citando textual a un testigo —agregó el juez tomando un papel, al tiempo que se colocaba unos lentes pequeños y dorados—: "...pasó junto a nosotros a gran velocidad, nos empujó bruscamente para apartarnos de su camino y continuó con paso rápido hacia la salida. Tenía una expresión extraña, el rostro rígido y algo pálido, con los ojos encendidos y ausentes...". ¿Qué dice al respecto?

—No entré con él al vestuario, entré solo y luego él fue a buscarme, de eso pueden dar fe hasta los jueces del evento —aclaró Brighf claramente enojado. Se preguntaba quienes serían esos malditos testigos, ni siquiera recordaba haberse topado con nadie, pero conociéndose no podía jurar que no hubiese sido así—. Salí con paso rápido porque siempre camino así, y si estaba iracundo era porque acababa de discutir con Win.

El rostro del hombre a la derecha del magistrado pareció iluminarse.

—Con que al final sí tenía un motivo para atacarlo, ¿eh? ¿Y por qué fue que discutieron? —preguntó, tomando su lapicera como si se dispusiera a tomar anotaciones.

—¿Porque él no estaba de acuerdo con que nuestro encuentro hubiera sido simplemente "casual y cortés", tal vez?

—Guarde la ironía para sus amigos, señor Vachirawit , y cuide su tono de voz —exigió el juez. Los traductores estaban agitados y tan entregados al papel que cada uno representaba, que reproducían no solo las palabras, sino el tono y hasta los gestos de sus interlocutores—. Explique cómo fue esa discusión —exigió sin humor. Bright suspiró, airado.

—Él pensó que nuestro encuentro de la noche anterior había sido para engañarlo y dejarlo fuera de la competencia. Le expliqué que si en algo había influido mi deseo (nada tuve que ver en que no se presentara a la exhibición, no lo retuve contra su voluntad), era en no verlo patinar en aquellas terribles condiciones. Yo mismo curé las heridas que Abraham Opas-iamkajorn le había causado, y le aconsejé a Win más de una vez atender aquella lesión que su padre le había obligado a ignorar. Los médicos tienen que saber decir si lo que digo es cierto o no —dijo, y Yael asintió rebuscando en sus papeles las pruebas que seguramente abalarían esos dichos—. Win tenía heridas anteriores a aquel día, y posteriores a la entrega de premios.

—Su señoría, eso no implica que haya sido mi cliente quien golpeó a su hijo.

—Si le preguntan él mismo podrá confirmar lo que digo —continuó Bright, indignado—. Win estaba aterrado por haberse perdido la presentación de aquel día porque su padre había jurado matarlo si volvía a perder. Tanto miedo tenía que no quiso escuchar ninguna de mis razones y me echó de allí. Así de sencillo, me dijo que me fuera y me fui.

—¿A dónde se fue?

—A mi hotel.

—¿Con quién?

—Solo.

—¿Por qué no fue a reunirse con su entrenador? Venía de ganar un gran premio, estaba en una presentación de gala, todos los demás participantes estaban allí, el público, los fans, se disponían a festejar, usted era el homenajeado... ¿Por qué no se unió al señor Bennet Catriel, como es su costumbre hacer luego de todas y cada una de sus presentaciones?

Bright tragó saliva, su gesto hermético. Lo casual de aquella pregunta no era tal. No era de casualidad ni por distracción que aquel hombre diera tantos datos de sus rutinas y costumbres hasta de la forma de festejar sus logros. Era una forma muy sutil de advertirle que sabía muchísimas cosas de él, y que si le mentía lo sabría al instante. Cualquier paso en falso dado en aquel momento podría ser su ruina.

—Estaba enojado —dijo entonces con mucha suavidad—. Como bien sabrá, cuando me enojo necesito estar solo y que nadie me moleste. Fue lo que hice. Me fui solo al hotel, y allí me quedé. Solo.

—Muy bien... cuéntenos paso a paso qué hizo desde que se fue a su hotel...

           







Espero les este gustando la historia 💫

Sangre Sobre Hielo Adapt.BrightWinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora