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A la mañana siguiente Bright despertó hambriento, de comida y de sexo, dos inconvenientes que Win resolvió con la rápida predisposición. Hacia el mediodía el ruso ya no consideraba la idea de partir ese mismo día, por la noche la sola idea de separarse de su amante le pareció inconcebible.

                     
Y así fue. Los días pasaron como una indiferente sucesión de horas, mientras ellos enterraban sus tristezas bajo las sábanas y ahogaban sus problemas entre gemidos, fundiéndose una y otra vez el uno en el otro con la misma naturalidad con que el sol daba paso a la luna, para reaparecer en el horizonte a la mañana siguiente y continuar así ese ciclo interminable. Sus actividades se redujeron básicamente a dos: hablar y hacer el amor. No volvieron a salir de la casa, no contestaron ninguna llamada telefónica, no prendieron ni radio ni televisión. El mundo podría haberse caído a pedazos y ellos no se habrían enterado, absortos como estaban el uno en el otro.

                     
Win habló por horas y horas con un entusiasmo contagioso, desde los maltratos de su padre hasta las novias en la escuela, de cómo amaba salir de compras e ir al cine, de su música preferida y las comidas que odiaba, de la eterna indiferencia de su madre y la fobia que había desarrollado a todo lo que tuviera que ver con hospitales. Le relató hilarantes anécdotas vividas con un grupo de amigos que había podido mantener en la escuela, con los que había hecho una tontería tras otra, desde faltar a clase hasta fumar marihuana. Habló de todo, de las tristezas que guardaba dentro, de todos sus miedos y sueños truncados, y del profundo dolor que aún sentía al recordar lo sucedido en aquel vestuario de Alemania.

                     
Bright escuchó con atención todas y cada una de sus palabras, guardando un respetuoso silencio cuando su el ojiverde rompía en llanto o estallaba en insultos, sonriendo y festejando sus chistes, consolándolo cuando era necesario. A veces, cuando se daba el momento oportuno, era él quien hablaba. Entonces, con su voz seductora y ese acento que volvía loco a Win, contaba la experiencia que había sido convivir con Bennet. Las ambigüedades y contradicciones en las que había crecido, rodeado constantemente de amor y abuso, de riqueza y soledad. Habló también de cosas cotidianas, como de lo mucho que amaba a sus perros y de cómo odiaba perder el tiempo frente a la televisión, de lo bien que jugaba al ajedrez, lo bueno que era para la pintura, de cómo Bennet le había enseñado a tocar el piano y de las veces que había acabado la lección poseyéndolo contra el teclado. Si la tarde había sido buena y se sentía lo suficientemente fuerte, contaba cómo eran las cosas en su casa cuando vivía con sus padres y su hermana, de lo ricos que eran los pasteles de su madre, las bonitas canciones que le cantaba y los bellos juguetes que les fabricaba su padre, pues eran muy pobres y no podían comprarlos.

                     
Bright era de naturaleza más reservada y costaba sacarle confesiones, pero cuando lo hacía desplegaba una amplia gama de detalles, que según fuera el tema eran exquisitos o perturbadores, y hablaba de su tierra y sus costumbres de forma tal que al escucharlo uno deseaba haber nacido allí, despertando las ansias de conocer desde el idioma hasta las danzas típicas de aquel país. En líneas generales Win había tenido una vida más llevadera, reflejada en la diversidad de anécdotas, por más insignificantes que fueran, mientras que Bright había vivido con menos libertad, siempre gastando sus días en el hielo, pero con experiencias tan profundas e intensas que daban vértigo el solo escucharlas.

                     
No eran almas gemelas, de hecho, eran el día y la noche, unidos por la cruel cadena del dolor y los sacrificios, sin embargo se amoldaban tan perfectamente que costaba creer que no hubieran estado juntos toda la vida. Sabían lo que el otro pensaba, lo que deseaba, lo que no le gustaba. Aprendieron con increíble rapidez el lenguaje de los silencios y los gestos, el significado de cada sonrisa y de cada roce.

                     
Se amaban, ahora lo sabían con certeza, y tal vez por eso temían cada vez más decirlo y atraer la tragedia...

                     
No eran miedos infundados. Win dormía mucho, Bright demasiado poco. Desvelado, no tardó en descubrir la temible sombra que amenazaba caer sobre ellos. Win no le había mentido al decir que las apariencias engañaban y que no estaba completamente recuperado. De hecho, la preocupación fue apoderándose del ruso a medida que los signos funestos de la frágil salud de su amante fueron presentándose uno a uno con el correr de los días. Hurgando a escondidas en su agenda descubrió varias citas con distintos médicos a las que no había concurrido. El teléfono estaba desconectado, pero también la grabadora de mensajes. ¿Qué llamado temía tanto recibir? Mientras tanto el cuerpo de Win no respondía bien. Algunas veces era su mano o su pierna la que se negaba a obedecerle, otras, caía preso de terribles dolores que lo llevaban al borde de las lágrimas. Sus reflejos fallaban. Habían días en que la cabeza le dolía terriblemente, y perdía el equilibrio con tanta frecuencia que, con lágrimas en los ojos, decidía permanecer en la cama durante todo el día. Era en aquellos momentos en que Bright, se convertía en el único sentido de su vida, su sostén, la roca en la cual ampararse. El protector que con gusto adoptaba su papel de ángel de la guarda, mimándolo en cada pequeño detalle, recostándose junto a él para hacerle arrumacos, riendo, conversando. Con todo, la fragilidad de Win era alarmante.

                                 
             
                   
—Juguemos a algo —sugirió una tarde en que estaba prácticamente postrado, con la cabeza hundida bajo la almohada porque ya no encontraba posición en la que no le doliera.

—¿Te sientes en condiciones? —preguntó el rizado tendiéndose a su lado, pasando los brazos alrededor de su cintura con mucha delicadeza, para besarle la nuca.

—No... no para esa clase de juegos —admitió con un suspiro de frustración, mientras cerraba los ojos al placer de aquellos besos—. Pero sí para hablar. Al menos para escucharte hablar.

—¿Qué quieres que te diga?

—Pongámoslo de esta forma —explicó, descubriendo su cabeza para acomodar la almohada bajo ella, sus ojos cansados y contraídos por la terrible jaqueca—, yo cuento algo bueno y luego lo haces tú, después algo malo y así sucesivamente.

—No te entiendo.

—Por ejemplo, mmh... Odio el brócoli.

—Odio las legumbres.

—Muy bien, pero puedes elegir el tema que tú quieras, no solo lo que yo diga. Lo que sea que quieras decir. A ver, ahora algo bueno... me encanta comprarme ropa.

Bright meditó un poco más esta vez su respuesta.

—Amo manejar a alta velocidad.

—Jamás me festejaron el cumpleaños.

—Nunca tuve muchos amigos por ser el preferido de Bennet. Mi único verdadero amigo siempre fue un chico llamado Dew.

—Besé a la chica más linda de mi colegio.

Bright sonrió. Le gustaba el juego, solo que encontraba difícil hallar buenas anécdotas que contar.

—Cuando tenía quince huimos en el auto de Dew. Llegamos hasta Moscú. Bennet luego nos gritó durante semanas, pero fue un viaje muy divertido.

—Me golpeaban y enviaban a la cama sin cenar cuando fallaba en los entrenamientos.

—Cuando era pequeño vi a Dew en las duchas siendo violentado por Bennet a cambio de que no me tocara a mí...

—... Un grupo de fans me regalaron a mi gato.

—Bennet me compró un perro hermoso. Y Dew...

—¿Podrías evitar seguir mencionando a esos dos? —interrumpió Win con brusquedad.

—No realmente, fueron las únicas dos personas importantes en mi vida en los últimos años. ¿Y qué tienes contra Dew?

—Te preocupas mucho por "tu amigo", se ve que son muy unidos.

—Claro que sí, es muy importante para mí — Win disparó una mirada cargada de reproche. Bright sonrió—. Tienes un grave problema de celos, ¿lo sabías?

—¿Te acostaste con él?

—Vamos, continúa —lo ignoró, reprimiendo una sonrisa. Win se concentró de mala gana. Los recuerdos malos eran tantos...

—Cuando tenía cuatro años mi padre me golpeó tanto que me sangró la cabeza.

—En los días que pasé solo en la calle, cuando escapé de mi primer tutor, tuve que comer lo que encontraba en la basura.

—Lo siento, sigue tú, no se me ocurre nada bueno.

—Cuando era niño visité Disneyland y pasé un día alucinante.

—¡Yo también! La madre de un amigo me llevó. Me copio tu recuerdo, sigues tú.

—Esa misma noche abusaron de mi por primera vez.

           
             
                   
—Sabes... creo que ya no quiero jugar a esto.

—Está bien.

Win asintió, entristecido, y se recostó mirándolo en silencio. Bright lo abrazó estrechamente, besándole los labios.

—¿Estás triste por mí? —preguntó, acariciando los mechones de cabello que cubrían la frente pálida.

—Sí. Pensaba que yo había sufrido, pero tú...

—No tienes que preocuparte por eso —sonrió Bright besándolo de nuevo—. Fue hace muchos años, ya no me importa, lo he quitado de mi mente. Sólo tú ocupas ese lugar ahora.

Win sonrió, echándole los brazos al cuello, acurrucándose más contra el calor de su cuerpo. Pero su mirada volvió a perderse igual que su mente en el mar de recuerdos que habían revuelto.

—¿Cuál es peor? ¿Mi padre o Bennet? Me inclino a pensar que ese entrenador tuyo es lo más cínico que hay, pero si tú supieras las cosas que ha hecho mi padre... cosas imperdonables...

Bright apoyó el mentón sobre la suave cabellera negra, sintiendo aquella respiración cálida acariciar su garganta, y suspiró con los ojos cerrados. No necesitaba saber los secretos de Abraham, sabía la clase de basura que era sin tener que ver más pruebas. En cuanto a Bennet... Era difícil decidirse. Uno siempre había sido un demonio. El otro había ocultado sus garras mortales tras blancas alas de ángel. Los odiaba a ambos.

—No sé cuál es peor —admitió, inclinándole el rostro hacia arriba para poder besarlo mejor—. Sólo sé que no quiero hablar de ellos. Entiérralos en el olvido Win, como yo he decidido hacer, y caminemos sobre sus tumbas pisoteando sus memorias.

Asintió con una sonrisa triste, y luego cerró los ojos. El cansancio lo consumía. Bright acarició su rostro, preocupado.

—¿No crees que puede ser mi culpa? —preguntó afligido—. ¿Que el sexo empeoró tu estado?

—¿Qué? —Win se echó a reír a carcajadas—. Búscate otra excusa para justificar que ya no tienes energías para complacerme.

—Atrévete a repetir eso —advirtió, trepándose sobre él, inmovilizándole las manos contra la cama para llenarlo a besos.

—No, basta, me duele la cabeza —se quejó al tiempo que contradictoriamente abría las piernas para recibirlo, atraparlo y mantenerlo junto a él.

—Solo pones excusas —bromeó Bright acomodándose sobre la tibieza de su cuerpo, quitando el sencillo lazo de la bata blanca que lo cubría—. No te alteres, tú solo tienes que relajarte... y gozar...

Relajarse y gozar, exactamente eso estaba haciendo Win, lamiéndose los labios mientras sus manos bajaban entrelazadas en la cabellera que descendía lentamente por su pecho y su vientre, dejando a su paso el rastro húmedo de besos dulces y apasionados, una lengua que delineaba el sendero hacia sus lugares más ardientes, excitándolo con el solo pensamiento de lo que vendría, cuando el timbre de la puerta de calle sonó claro y fuerte, sobresaltándolos a ambos...

Quedaron paralizados. Sus miradas se encontraron y aguardaron, en silencio.

—Tu madre —murmuro Bright sin creer su mala suerte.

—No puede ser... hablé con ella ayer, incluso me dijo que se retrasaría una semana. ¿Quién diablos será?

Atándose apresuradamente la bata, Win se acercó silencioso a la puerta, mientras Bright aguardaba semioculto tras el umbral de la sala de estar. Muy lentamente descorrió la protección de la mirilla, y elevándose levemente sobre la punta de sus pies observó al inesperado visitante...

           
             
                   
Al ruso le pareció que se tardaba demasiado en aquella posición, aumentando los nervios que comenzaban a invadirlo. Y cuando lo vio alejarse, su semblante serio no contribuyó a tranquilizarlo. Pero más grande fue aún su sorpresa cuando, sin mediar palabra, tomó las llaves y las introdujo en la cerradura.

—¿Quién es? —preguntó en un susurro sin respuesta.

La puerta se abría hacia la izquierda, de modo que su visión hacia el exterior quedó obstaculizada por completo. Solo podía ver a Wjn , mirando al recién llegado con una expresión extraña. No escuchó ningún saludo, ninguna pregunta. Solo el molesto silencio interponiéndose entre ellos, como una segunda puerta que aún debieran franquear.

—Es para ti —dijo al fin Win, abriendo aún más para permitir la entrada al desconocido, retrocediendo sin siquiera volver a mirarlo.

Desconcertado, Bright se acercó a la puerta. Y cuando se asomó, casi no pudo creer que el rostro que lo observara desde el umbral, pálido y desencajado, fuera real.

—¡Bright! —exclamó la voz tan familiar, al tiempo que le echaba los brazos al cuello.

—Dew... —susurró como toda respuesta, fundiéndose en el abrazo, hundiendo el rostro en el suave cabello de su amigo, mientras el americano los miraban con un poco de celos...

🐺🐰

Aunque ya instalados en los cómodos sillones del living, la situación entre los tres seguía siendo algo extraña y embarazosa. Win , sentado junto a su Bright, aguardaba silencioso e inmóvil, incapaz de ocultar la aprensión que sentía ante tal inesperada y sospechosa visita. Los dos rusos hablaban cómodamente en su idioma, y aunque no se habían dicho mucho todavía, le molestaba  no poder entenderles. Se sentía totalmente excluido de la reunión; casi sin quererlo los celos lo estaban consumiendo por dentro, incontrolables y ardientes como el fuego de una hoguera que amenazaba con salirse de control.

Bright, ajeno a estos sentimientos, esperaba intrigado y algo preocupado a que su amigo le diera un sentido a aquella imprevista aparición. Dew, aunque ya lo había abrazado lo suficiente, parecía no poder convencerse de que realmente se encontraba bien.

—¿Puedes decirme qué diablos ha sucedido? —preguntó con una irritada exigencia inusual en él, aunque su agitación comenzaba a calmarse ante la evidencia de que sus peores temores no se habían realizado—. Hace una semana que intento comunicarme, no sé nada de ustedes desde la presentación. Bennet me llamó desesperado diciendo que habías desaparecido sin dejar rastros y que había pasado horas buscándote sin éxito. Luego, él también desaparece sin dar el más mínimo aviso.

—¿Bennet no se ha comunicado con ustedes?

—No, no lo ha hecho. Estuvimos día tras día llamando sin cesar, sin obtener ninguna respuesta, ni un e-mail, nada. Si al menos hubieran estado en un hotel, como siempre, pero no, justo ahora se les ocurre alquilar una casa perdida en no sé donde —Dew aflojó el lazo de su bufanda, suspirado, acalorado por toda la preocupación que traía como carga—. Estábamos muriendo de preocupación, dimos aviso a la policía y a la embajada, ya no sabíamos qué hacer. Con el llamado de Bennet temía que algo horrible te hubiera ocurrido, pero cuando él también desapareció... No podía quedarme allí sin hacer nada. Si las cosas hubieran estado bien él habría llamado.

—¿Cómo me encontraste?

—Fui a la casa que habían reservado... Por Dios, parece que un tornado hubiera arrasado con todo allí: los muebles están caídos, la vajilla hecha añicos, todo roto y tirado por el piso. Vi manchas de sangre en el la sala, en el cuarto, en el baño... Las cosas de Bennet están todavía allí, pero de él, ni señal. Encontré esta dirección escrita en un papel sobre la mesa, entre botellas de vodka vacías y cientos de cigarrillos.

           
             
                   
Tras aquellas palabras un silencio pesado cayó sobre ellos. Win, incapaz ya de contenerse, se movía incómodo mirando a uno y a otro con gesto confundido.

—¿Podrías decirme qué sucede? —preguntó malhumorado.

—No volvió —respondió Bright, siempre tan escueto.

—¿Qué?

—Bennet... no volvió a Rusia, ni se comunicó con nadie.

—¿Y qué te importa eso a ti? ¿Acaso estás preocupado por él?

—No, no por él, por nosotros —aclaró seriamente—. Tiene esta dirección, sabe que estamos aquí.

Ahora el excluido por la barrera idiomática era Dew. Cuando Bright volvió a mirarlo vio cómo su amigo analizaba con la mirada lo que los nervios no le habían permitido descubrir antes: a él prácticamente desnudo, cubierto solamente con un bóxer negro, en casa del que había sido su principal rival, ahora sentado a su lado vestido apenas con una bata de baño. Los ojos cafes del ruso recorrieron primero a uno y luego al otro.

—¿Qué sucedió con Bennet? —preguntó con calma, como si la escena ante él fuera de lo más normal.

—Lo abandoné.

—Tienes que estar bromeando.

—¿Por qué dice eso? Sólo hice lo que siempre me dijiste que haga.

—Pero... ¿qué pasó? ¿Por qué ahora?

Bright no respondió con palabras. Meditó un momento la respuesta y luego simplemente tomó la mano del menor, sin quitar la mirada de su amigo. Dew observó esa unión y volvió a mirarlo a los ojos, impasible.

—Por Dios —murmuró con los dientes apretados—, dime qué diablos sucede aquí.

En pocas palabras, con ese poder de síntesis tan propio, Bright hizo un resumen de su último año de vida. Contó a Dew el casual y decisivo encuentro con Win en Alemania el año anterior, la dolorosa separación que el destino les tenía preparada, y el encargo dejado a esa madre arrepentida. Describió lo inesperado del reencuentro hacía una semana atrás y la terrible verdad revelada sobre el triste final de su familia, confirmada a medias luego por el mismo Bennet, que admitía haberlo ocultado todo bajo una pantomima imperdonable. El final se había escrito con golpes y sangre, con palabras hirientes y lágrimas, pero estaba hecho y no había vuelta atrás. Ahora era libre y estaba donde quería estar.

Dew necesitó un par de minutos para asimilar tanta información. Parecía haberlo golpeado de forma particular la muerte de la hermana del rizado, y en aquel simple acto de dolor Bright confirmó las viejas sospechas que enlazaban a su hermana y su mejor amigo en un breve pero apasionado romance nacido en las escasas visitas a San Petersburgo. Historias muertas, amores dormidos para siempre. Sintió deseos de llorar.

Pero entonces Dew se puso de pie inesperadamente, y luego de un momento de vacilación, se encaminó a la salida con paso firme. Bright fue tras él.

—¿Ya vuelves a Rusia? —preguntó deteniéndolo.

—Sí. Pero antes intentaré encontrar a Bennet. Tal vez necesite asistencia médica.

—Dew... ¿Odias lo que hice?

—No, claro que no, fuiste tu venganza y la mía, y no quiero pensar la de cuántos más. Pero por más que sea un desgraciado no puedo dejar de ayudarlo.

Bright asintió en silencio. Tenía la maldita certeza de que él habría hecho lo mismo de haber sido al revés. Dew se acomodó nuevamente la bufanda y cerró muy bien su abrigo sin acotar nada más. Pero cuando pareció que se iría sin más, se acercó velozmente a él con la mirada suplicante y la voz firme.

           
             
                   
—Vuelve a casa conmigo, por favor.

—No tengo casa a la que volver. No volveré a compartir ni por un minuto el mismo suelo que él.

—Ven a mi casa entonces —insistió—. Ven con Tu y los niños, ellos te aman y hay lugar de sobra para todos. Tendrás privacidad cuando lo desees, te lo prometo, no te molestaremos.

—Gracias amigo —respondió Bright, abrazándolo con ternura—, pero por ahora me quedo aquí. No creas que no volverá a Rusia, sabes que no puedo estar lejos de nuestro hogar por mucho tiempo, pero en este momento no quiero estar en ninguna otra parte más que aquí, con él...

—No me gusta —confesó entonces Dew, echando una mirada de desconfianza al ojiverde, que los observaba desde la sala—. No me gusta, hay algo horrendo en él, algo... invisible. Lo presiento Bright, traerá desgracia a tu vida, debes alejarte de él, te lo suplico.

—Vamos, no digas tonterías.

—No son tonterías. Sus ojos no son sinceros. Ocultan cosas.

—Todos ocultamos algo, Dew. Es porque está celoso de ti, no le des importancia. Además, escúchame, que quiero proponerte algo.

Aún intercambiando miradas de desprecio con Win, el castaño indicó con un gesto que lo escuchaba, aunque no estuviera prestándole mucha atención.

—Quiero que seas mi entrenador.

—¿Qué?

—Quiero que seas mi entrenador —repitió Bright con una sonrisa.

—Estás loco.

—¿Por qué? Yo me quedé sin instructor y tú eres uno, creo es un trato más que justo.

—Bright... — Dew estaba tan emocionado con la posibilidad que no quería ni pensar en ello—. Entreno niños, jóvenes que van a sus primeras competiciones... ¿qué podría enseñarte a ti? Sería el fin de tu carrera. Además, ¿qué podrías necesitar de un entrenador? Ya lo sabes todo.

—Necesito muchas cosas, como ya te iré diciendo. Si encuentras a Bennet, has que te entregue todos los papeles que él maneja. Por favor, manda a sacar todas mis cosas de la casa y ponla en venta. Que él se lleve lo que quiera y lo demás véndelo. Dale lo que te pida, dinero, muebles, cuadros, dáselo todo con tal de que se vaya lo antes posible.

—Bright, tengo miedo por ti.

—¿Por qué?

—No lo sé. Temo no volver a verte.

—Lo harás, amigo. Nos veremos mucho antes de lo que crees.

🐺🐰

Sentado aún en la sala, blanco sobre blanco, Win era la imagen viviente de los celos y la envidia. Bright no pudo evitar sonreír al verlo tan furioso.

—¿Se fue al fin o pido la cena para tres?

—¿Por qué te disgusta tanto? —preguntó sentándose a su lado, rodeándolos con sus brazos aunque ofreciera resistencia.

—¿Acaso no viste cómo me miraba? Es él, el que me desprecia.

—Dew es un santo, no conozco a nadie que no lo ame.

—Me conoces a mí —declaró, resistiéndose aún a los besos que intentaban resbalar por su cuello—. ¿De qué hablaron tanto?

—Le propuse ser mi entrenador de ahora en adelante... ¿Por qué me miras así? Sabe muchísimo de técnicas de entrenamiento, y no tengo que recordarte que es un excelente patinador. Su experiencia me aportará mucho, es una buena decisión. Y será divertido —agregó con una sonrisa—. Me costará ponerme serio y obedecer al buen Dew.

—Tuvieron algo, ¿verdad? —la pregunta fue directa y sin humor. Bright lo soltó, desviando la mirada con un suspiro de fastidio—. Claro, por qué no habría de serlo: están todo el tiempo juntos, aún es joven, bello, simpático... sano. ¿qué te impediría estar con él?

—¿Su esposa y sus hijos, tal vez?

—Ah, como si eso alguna vez hubiera sido excusa para alguien. Si quieres estar con él una mujer no será obstáculo, como tampoco lo será un incapacitado inútil como yo —gimió con la voz estrangulada, intentando que su gesto permaneciera impasible mientras sus ojos se inundaban de lágrimas.

Bright se giró hacia él en un movimiento seco, observándolo incrédulo. Segundos después lo tenía atrapado entre sus brazos y sollozando contra su hombro.

—No es mi amante y nunca lo fue —lo tranquilizó, meciéndolo suavemente, acariciando sus cabellos—. Es mi amigo, el mejor, el más querido, pero nada más de todo lo que tú te imaginas. Tú eres mi amado. Y no permitiré que nadie te llame como lo acabas de hacer, ni siquiera tú.

Win suspiró quedamente mientras esos labios suaves se posaban sobre sus pestañas húmedas, sus mejillas, sus labios... Tenía miedo de perderlo, era así de sencillo, y todas sus inseguridades se encargaban de darle mil y una razones para asegurarle que cualquiera podría alejarlo de su lado.

—No me dejes —suplicó en un susurro, aferrándose con fuerza. Y gimió de deseo cuando aquellas manos esbeltas pero fuertes lo depositaron con delicadeza en el suelo, empujando el sillón que los incomodaba, y se hundieron bajo su bata deslizándose con una lentitud torturante hacia donde más las necesitaba.













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Sangre Sobre Hielo Adapt.BrightWinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora