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Bright apretó los ojos con fuerza para dar fin a su recuerdo. La muchacha seguía hablando, preguntándole si luego podría firmarle unas fotos y su agenda. Ignorando sus preguntas, Bright se posicionó tras ella y pasó sus brazos a cada lado, enseñándole a tomar la posición correcta para el primer tiro.

                     
—Tomas el taco de esta forma —indicó, presionándola contra él— y te inclinas hacia adelante... —La chica tembló levemente al sentir aquella firmeza apoyada contra su trasero, y luego se relajó, complacida. Bright olfateó su cabello, olía delicioso—. Ahora visualizas la bola blanca, siempre la blanca... apoyas la punta sobre tus dedos, así... calculas bien... y ya.

                     
El golpe fue breve, seco y rápido. Las pequeñas bolas rodaron y chocaron entre sí provocando un ruido estruendoso, desparramándose por el paño. La ingénua Valerie soltó el aliento que había retenido y sonrió, levemente agitada por sus fantasías de adolescente.

                     
—Eres bueno en esto...

                     
—Soy bueno en muchas cosas...

                     
Inútil es decir que diez minutos más tarde la muchacha había perdido más que su ropa interior y que de su inocencia solo quedaba el recuerdo.

                     
Había un perverso punto en común que Bright compartía con Bennet, y este era que ambos sentían un indomable placer por escuchar gemir a quien tuvieran bajo su cuerpo. Era inevitable, el pelinegro solía ser siempre muy caballero, pero su gentileza se iba al diablo en cuanto escuchaba esos exquisitos siseos de dolor, la inconfundible mueca, y por qué no el excitante grito de súplica. Allí, escuchando los agudos quejidos mientras penetraba su suave cuerpo sobre la misma mesa de pool, viendo su carita de ángel distorsionada por esas nuevas sensaciones que desconocía, no pudo evitar recordar el hermoso rostro de Win en el momento exacto en que lo hacía suyo... Cómo olvidarlo, si había sido perfecto: los ojos cerrados, los dientes blanquísimos y perfectamente formados, apretados y al descubierto musitando su dolor, las delicadas manos aferrándose a la funda del sillón o en un vagabundeo errátil en busca de su pelo, para arañarlo, atraerlo hacia él, aferrándolo con violencia, arrancando débiles cabellos oscuros en cada estocada. Sí, recordaba cada detalle, y ahora que rasgaba profundidades a las que nunca nadie había accedido antes, hacerlo con ella le pareció un hecho burdo e innecesario. ¿Para qué tomar nuevos cuerpos si ya había conquistado al que más deseaba? ¿Para qué abrir nuevos canales si había sido el primero en atravesar la puerta de acceso al secreto más amado? No, era inútil que buscara, no hallaría a Win en aquellos cuerpos sin nombre.

                     
Bright besó el cuello de la muchacha y lo encontró igual de suave, aunque su fragancia era distinta: flores dulces donde Win había sido bosque de pinos, naturaleza salvaje y a la vez delicada. Sí, había respirado en su nuca, con la caricia de sedosos cabellos negros en su rostro, y se había perdido en un parque de hierva fresca y frutos silvestres, aire puro y sol radiante. Nunca había estado allí, pero ahora podía jurar que el Edén olía a Win.

                     
"¡Deja de pensar en él!" dijo una odiosa pero sabia voz en su cabeza, y en seguida navegó hacia una parte del cuerpo que no pudiera comparar. Manteniendo el ritmo de sus caderas, vigoroso y constante, se zambulló entre los mullidos y redondeados pechos, apretándolos con sus manos, succionándolos con glotonería. "Oh sí, amo esto" pensó, y sonrió con cierta tristeza por haber encontrado al fin algo que Win no hubiera podido darle. Sí, las mujeres era encantadoras, y no importaba qué dijera Bennet, habían cosas que no podía reemplazar un hombre...

                     
—Basta —se exigió en un murmullo, y redobló su velocidad, arrebatando nuevos y sentidos gemidos. Lo arrancaría de su cerebro, al igual que ahora arrancaba la inocencia desde entre esas piernas.

                     
Pero la sensual atmósfera fue interrumpida nuevamente. Esta vez no eran sus recuerdos intrusos colándose en los momentos más inoportunos. No, esta vez era un ruido y una presencia concreta. Sin ningún tipo de permiso, Bennet había entrado a la habitación y ahora avanzaba hacia ellos con toda naturalidad... ¿Qué diablos quería? ¿Por qué no se quedaba oculto en las sombras y los miraba desde allí como solía hacer si eso era lo que deseaba? No sabía por qué, pero al parecer su entrenador había decidido tener una participación más activa aquella noche...

                                 
             
                   
Bright lo vio acercarse entre las sombras y asomar a la luz con suavidad, deslizar lentamente sus dedos por el ancho borde de la mesa y detenerse junto a ellos sin decir una palabra. Valerie lanzó una pequeña exclamación, mezcla de sorpresa y pudor, que mutó a una expresión temerosa en sus grandes ojos. Pero el recién llegado, lejos de marcharse, le acarició los largos rizos caoba y la besó en la boca con decisión. Bright observó, tenso, cómo la chica intentaba resistirse ante aquella intrusión, y cómo cedía luego a la experiencia de esa boca que la invadía sin permiso. Y luego, sin consultar tampoco, Bennet se volvió hacia él, y repitiendo el gesto le acarició el cabello antes de besarlo con pasión. Al quedar visible nuevamente, el rostro de Bright estaba sonrojado, tanto por la invasión de su intimidad como por la expresión en el rostro de la chica, que parecía haber quedado maravillada por el pequeño espectáculo que acababa de presenciar.

—Continúa —ordenó Bennet con suavidad, acariciando la cabeza de ambos, mientras sus ojos se encendían tanto como su cuerpo, incitándolos a reanudar lo que habían comenzado—. Vamos, no te detengas —susurró.

Bright inspiró profundo. Por alguna maldita razón sabía cómo acabaría todo eso y lo odió. Pero como si no tuviera la facultad de decidir sobre su cuerpo, obedeció algo tenso, obligado.

—Son hermosos, tan hermosos... Sigue, sí, bésala así...

Envuelto en su fina bata roja, Bennet disfrutaba claramente de tener a esas dos jóvenes bellezas amándose frente a él. Los acariciaba, los besaba, posaba sus manos sobre los cuerpos tibios y palpitantes, delineando sus contornos y uniones, sintiendo los músculos moviéndose bajo su tacto, las vibraciones, las respuestas de la piel. Luego de varios minutos, Bright no podía decir que estuviera pasándola mal, pero se sentía francamente desconcentrado. Continuaba poseyendo a la muchacha, intentando ignorar el hecho de que su tutor hubiera dejado de acariciarlos para posicionarse tras él, recorriendo ahora su espalda desde la nuca hasta la suave curva que se formaba al final.

No quería hacerlo, mucho menos con la chica allí presente, testigo a la que tuvo que besar con pasión para distraerla de la visión que la tenía atrapada y totalmente estupefacta.

Ahora había llegado su tiempo de gemir de dolor. Valerie resguardó entre sus senos el rostro de su ídolo cuando fue penetrado por su entrenador (¿quién diablos iba a creerle esto alguna vez?), y acarició la hermosa cabellera cuando comenzó a temblar entre jadeos entrecortados. Ella había olvidado su propio dolor e incomodidad. Ahora era otro quien se lo hacía a través de su amado, una cadena de gemidos y placer que no podía terminar de creer. Besó en los labios aquel rostro contorsionado por el dolor y él le correspondió, agradecido. Ahora que el dominador era dominado lo sentía más dulce y cercano a ella.

—Luego de un momento te acostumbras —lo consoló, pensando en su ingenuidad que el ruso no tenía ninguna experiencia en esto. Bennet, sobre ellos dos, lanzó una carcajada. Bright ignoró la maligna burla y besó a su dulce fan, murmurando que estaba bien, respirando profundo para encontrar el equilibrio entre dolor y placer.

Al parecer allí estaba la clave. No había nada en el mundo que quitara el dolor de aquel momento, y tras la experiencia con los alemanes aquello parecía más de lo que era capaz de soportar, pero esta vez eran cuatro las manos que lo consolaban y dos las bocas que lo colmaban de besos para que olvidara el fuego que entraba paso a paso en su cuerpo. Era un dios dorado, alabado por delante y por detrás, mientras intentaba mantener la calma. Una vez controlado el tormento en su interior, pudo volver a concentrarse en el hermoso cuerpo que tenía entre sus brazos, y en el que aún se hundía azotándolo con fuerzas ajenas. Se había convertido en el intermediario de un ritmo que no era el propio, pero al que pronto se unió para formar una misma sintonía. Sí, esto era nuevo y no estaba nada mal.

           
             
                   
—Siente... sufre... goza... —las palabras eran susurradas en su oído mientras una mano lenta descendía por sus caderas—. Dar y recibir, Bright... eres un puente de placer.

Pronto los dos jóvenes estuvieron gimiendo al unísono, azotados por la misma fuerza. Un puente de placer, sí, pues el impulso que penetraba por entre sus muslos salía convertido en gemidos de mujer de aquellos labios carnosos y femeninos. Eran como tres velas distintas, pero una misma llama. Una lejana metáfora religiosa que lo hizo sentir blasfemo.

Bright se sentía desfallecer. Bennet nunca lo había compartido con nadie y él jamás se había dejado poseer por otro hombre, por lo que ahora nadaba y se ahogada en aguas desconocidas, donde las sensaciones se encontraban como olas furiosas en medio de una tempestad y el aire no le alcanzaba para reír o llorar. Placer y dolor, dolor y placer, golpeándolo uno por delante, el otro por detrás, hasta confundirse en el centro mismo de su ser, ardiendo en sus entrañas como un fuego nuevo e indescriptible. Un cuerpo galopando a sus espaldas, otro temblando contra su vientre. ¿Qué era aquello, por Dios? ¿La culminación de todos sus deseos? ¿La plenitud del goce total? No, no sabía explicar qué era, pero sabía que no era la cima. Él ya la había alcanzado, y solo había necesitado a una persona.

—¡Ah, Win!

Fue una cadena de orgasmos. Primero Valerie, luego Joel y por último Bennet, que acabó con furia y una violencia desmedida, a estocadas profundas y bruscas, finalizando con una mordida feroz en el cuello de su niño, de la que brotaron unos puntos de sangre.

Bright ahogó su grito en los palpitantes pechos de la muchacha y allí aguardó jadeante y dolorido, a que el infierno de lava que se derramaba en su interior finalizara de una vez y dejara de quemarle.

Demasiado extasiado para pensar, muy dolorido para reaccionar, quedó casi desvanecido sobre la chica, que ahora temblaba estremecida y fría, y permaneció con la cabeza sobre sus pechos desnudos, con los ojos cerrados y los labios entreabiertos, hasta que el cuerpo que lo invadía lo abandonó. Fue una salida dolorosa, pero luego el ardor le era demasiado familiar como para quejarse.

De todos modos, no quería mirar a Bennet. No tenía que preguntar el por qué de aquella violencia extraña e inusual. Sabía que lo había escuchado pronunciar el nombre prohibido en la cumbre de su éxtasis, y que estaría furioso. Pero... ¿estaba arrepentido? ¿Acaso no se sentía orgulloso y conmovido de que su corazón y su mente hubieran recordado a Win en ese momento a pesar de todos los planes? ¿Satisfecho de que Bennet lo hubiera escuchado, así podía quedarle claro que ni en el más alto punto de placer lo nombraría a él?

Sí, sí lo estaba. Por eso ni siquiera se molestó en abrir los ojos para mirarlo cuando depositó un sobre en su mano. Para cuando identificó el sello oficial en el sobre, la puerta se había cerrado con violencia y nuevamente eran dos en la habitación.

—¿Qué dice? —quiso saber la muchacha, que ahora, un poco más tranquila, le acariciaba el cabello con adoración.

Bright acabó de leer y devolvió la carta al sobre. Sus ojos centelleaban, y casi no podía reprimir su sonrisa de felicidad.

—Dice que me voy a casa —anunció con suavidad, abandonándose nuevamente sobre ella, mientras la abrazaba con dulzura.

Podía volver a Rusia. Al fin.


Parecía increíble estar en el aeropuerto, con su equipaje despachado y sus documentos en orden, listo para subir al avión que lo llevaría de regreso a casa. Bennet estaba a su lado, por supuesto, ultimando los detalles finales antes de abordar, despidiéndose para siempre de ese maldito país. Algunas chicas se habían acercado a Bright para tomarle fotografías y pedir su autógrafo, y él había aceptado con una sonrisa. Todo parecía estar bien.

           
             
                   
Desde la llegada de aquella carta, apenas un día atrás, las cosas habían comenzado a marchar sobre ruedas. En pocas palabras el comunicado resumía las decisiones tomadas por el juez, y la más importante, desde luego, era la vía libre para abandonar el país. Pero aunque había una lista infernal de órdenes que debía acatar hasta que el juicio llegara a su fin y se dictara un veredicto (prohibido cambiar de domicilio, obedecer cualquier disposición que se tomara o de lo contrario sería apresado por la Interpol, obligación de colaborar con la causa, y un largo etc), otra resolución lo había llenado de satisfacción: gracias a sus acusaciones y sospechas levantadas, ahora Abraham Opas-iamkajorn estaba igual de implicado que él en la causa y debía cumplir las mismas normas. ¡Lo había logrado! Había conducido las miradas acusatorias a ese energúmeno despiadado, que ni con sus dichos dejaba de lastimar a Win. No le permitirían acercarse a él, ninguno de los dos podría, y aunque eso le causaba dolor, no podía dejar de pensar en que ahora Win estaría a salvo. Al menos algo en toda aquella amargura había valido la pena.

"Sí Win... al final te hecho el favor que tanto me necesitabas"

—¡Bright! —exclamó alguien de pronto. Los dos hombres se volvieron hacia el llamado de aquella voz. July Opas-iamkajorn agitaba los brazos llamando su atención, abriéndose paso entre la gente—. ¡Espera, no te vayas!

—Ignórala —ordenó Bennet dándole la espalda, tomando del brazo a su pupilo que obedeció volviendo la vista al piso.

—¡No te vayas!

Los gritos se fueron acercando, pero antes de que la mano femenina pudiera tocar la del rizado, Bennet se interpuso bruscamente entre ellos.

—Déjelo en paz —gruñó amenazante, como un animal defendiendo a su cría.

—No deseo lastimarlo. Solo quiero...

—¿No cree que usted y los suyos ya le causaron demasiado daño?

—Bright, no te vayas todavía, Win quiere verte.

—Se lo diré por última vez, deje a mi muchacho en paz.

—¡Te necesita, Bright ! ¡Te ama! ¡TE AMA!

Bennet tomó con firmeza del brazo a su silencioso chico y lo condujo hacia donde las azafatas ya comenzaban a convocar a los pasajeros.

—¿Qué voy a decirle ahora a Win? —exigió la mujer casi en un lamento. Los demás pasajeros comenzaban a mirarla, tal era la escena que estaba armando—. ¿Qué le digo cuando sepa que te fuiste?

Bright no había levantado la vista del suelo, ocultando su rostro bajo la lluvia que era su pelo. Pero cuando los alzó, sus ojos se veía dolidos y llenos de lágrimas.

—Dígale que lo siento —susurró, antes de que Bennet prácticamente lo arrastrara hacia el interior, y juntos desaparecieran tras los pesados cortinados rojos.


El botón de "abróchese el cinturón" se encendió frente a sus ojos, al tiempo que una azafata de sonrisa perfecta se paseaba por los pasillos asegurándose de que todos cumplieran la orden. Afuera el día se había tornado espantoso, con el cielo cubierto de gigantescos nubarrones gris oscuro, y las primeras gotas de lluvia ya comenzaban a golpear contra los cristales donde los tristes ojos de Bright se reflejaban con indiferencia.

—Ha sido mejor así. Lo sabes —comentó Bennet a su lado, pero lo ignoró por completo. Y cuando minutos después le ofreció un periódico, se negó un gesto brusco, volviéndose hacia la ventanilla visiblemente ofuscado—. Debes leer esto —insistió con voz tranquila.

Con un resoplido de impaciencia, Bright tomó lo que se le ofrecía y comenzó a leer lo señalado con gesto iracundo... Momentos después desviaba sus ojos del periódico a su entrenador, las pupilas dilatadas, el rostro tenso...

Bennet, en cambio, parecía más tranquilo que nunca. Con gesto paternal se inclinó sobre él y lo besó en los labios con mucha discreción.

—Ahora duerme tranquilo, mi amor —dijo cubriéndolo con la manta azul de la aerolínea—. Tenemos un largo viaje por delante.

Bright no discutió. Tomando el borde de la manta la subió hasta su cuello, y girándose en su asiento se volvió de cara a la ventana. No supo dónde había caído el periódico, ni le importaba realmente. No necesitaba releerlo...

MACABRO HALLAZGO

Tres oficiales pertenecientes a la policía federal fueron hallados muertos esta mañana por un grupo de niños que jugaba en las cercanías de una zona descampada, a 20 km del corazón de Munich.

Los cuerpos fueron reconocidos como los de un comandante y dos suboficiales de menor rango, aunque sus identidades se mantienen en reserva por orden del juez que atiende la causa. Gracias a las noches de intenso frío, que retrasó su estado de descomposición, pudieron evidenciarse a simple vista claros signos de tortura, plasmándose así el doloroso padecimiento que estos tres hombres sufrieron antes de encontrar su funesto final.

Aún se desconocen los móviles de los asesinatos y tampoco se tienen detenidos ni sospechosos, pero la saña y crueldad con que se cometieron estos terribles crímenes dejan entrever que no se trató de un hecho casual ni accidental, sino premeditado y con claros tintes de venganza.

Las violentas imágenes de la escena del crimen hablan por sí mismas.

—Créeme, ha sido mejor así —insistió Bennet, relajándose en su asiento—. Si nos hubiéramos quedado... a Win podría haberle ocurrido cualquier cosa...

El avión carreteó unos momentos y luego se elevó, ingrávido hacia el cielo.

Bright no se volvió ni dijo una palabra más en todo el viaje; silencioso, pensativo, su rostro reflejado en la ventana. Y los cristales le devolvieron la mirada, con los ojos tan inundados y oscuros como el mismo firmamento...





Sangre Sobre Hielo Adapt.BrightWinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora