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¿Horas? ¿Minutos? ¿Segundos? Imposible decir cuánto tiempo había pasado. Lo cierto fue que, luego de una mirada letárgica, no era odio ni dolor por aquel padre perdido lo que se reflejaba en los ojos de Win, sino una profunda incertidumbre teñida de recelo y sospecha.

                     
—Bright... —dijo enfrentándolo, sus ojos verdes buscando los suyos con pujante desesperación— ¿Qué iba a decirme? —inquirió pasando alternativamente la mirada de su amado al viejo entrenador—. Bright, respóndeme... ¿qué es lo saben ustedes que yo no sé? Es obvio que lo silenciaste, no querías que hablara, que dijera...algo. Dijo que iba a hablar de ustedes...

                     
Silencio. Ni Bright ni Bennet parecieron mover un músculo, sus rostros impasibles, inescrutables. Pero aunque era imposible descifrar emoción alguna en sus facciones, la expresión de Win comenzó a florecer lentamente, como si el entendimiento le llegara en suaves ondas, armando y completando el rompecabezas, activando su razón.

                     
—Oh Dios... oh, Dios —susurró mirando a uno y a otro, su pecho agitándose a cada paso—. Fue él —sentenció señalando a Bennet con un dedo tembloroso—. Fue él... Él me atacó y tú lo sabías. ¡Tú lo sabías! —sollozó, y su respiración fue acelerándose a medida que descubría aquel silencio cómplice—. ¡Sabías que él me había atacado y nunca me lo dijiste!

                     
—No... fue tu padre —insistió Bright tercamente, pero Win negó con la cabeza.

                     
—Siempre supiste la verdad... me engañaste todo el tiempo...

                     
Bennet y Bright cruzaron sus miradas y las mantuvieron sin pestañear, en silencio. Las tensiones de las últimas semanas parecieron desvanecerse como la niebla al amanecer, envolviéndose en un manto de complicidad, un contacto profundo, eterno, secreto. Tan inmersos uno en el otro, tan estáticos que Win era una cosa nerviosa y movediza en comparación, una interrupción que parecía no ser capaz de cortar aquella unión.

                     
Luego, un imperceptible gesto de negación y unos murmullos en ruso escapando de los labios del rizado.

                     
—No lo digas —susurró en una extraña mezcla de orden y súplica, su mirada firme como si estuviera manteniendo una conversación telepática paralela. Bennet inspiró profundo, sin quitarle los ojos de encima, casi con resignación—. Ya basta, Bennet, no lo hagas. Fue él. ¡Fue él! —insistió Bright señalando el cadáver de Abraham.

                     
—Fui yo —confesó al fin, volviéndose a Win casi triunfal—. Yo te ataqué aquel día...

                     
🐺🐰

                     
Win parpadeó, confuso. Bright permaneció en silencio, al parecer demasiado irritado por haber sido contradicho, pero Bennet sonreía satisfecho, volviendo su mirada cargada de desprecio hacia el americano.

                     
—Para que veas, maldito mocoso, que hay vínculos que no se pueden romper. Por más joven, y bello, y especial que te creas... siempre habrá un lugar en su corazón que sólo será mío. Mío, ¿escuchaste? Me protegió siempre, ¡siempre! Nunca permitió que mancharan mi nombre.

                     
—¿Es verdad lo que dice, Bright? —preguntó Win, tembloroso y con el rostro encendido—. ¿Es verdad que lo sabías...?

                     
—¡No, no fue él! ¡Fue tu padre!

                     
—¿Lo ves? —preguntó Bennet con una sonrisa insana—. Convéncete: mintió por mí, para defenderme, y sigue haciéndolo aún ahora, a pesar de todas las mentiras que le dijiste, de toda la cizaña que sembraste en mi contra. Piensas que nos separaste, que lograste gran cosa... pero él siempre será mío. Puedes tomar su cuerpo, pero yo seré dueño de sus secretos, de sus pensamientos... He llegado donde tú nunca llegarás. No eres ni serás jamás siquiera la sombra de lo que yo fui en su vida. De lo que seré siempre.

                                 
             
                   
Win quedó sin palabras. Temblando de ira se volvió hacia Bright, aunque su rostro no buscaba venganza sino una explicación que lo contradijera todo, que echara por tierra los delirios de aquel viejo, que le demostrara que no seguía siéndole fiel luego de todo lo que él se había esmerado en mostrarle.

Los ojos de Bright se llenaron de lágrimas, y su expresión de dolor fue tan profunda que inclinó el rostro hasta ocultarlo entre sus manos. Bennet se había aprovechado de él toda la vida, lo había utilizado, había asesinado a su familia, y ahora... esto. Turbado, visiblemente conmocionado, les volvió la espalda a ambos y se impulsó un par de pasos alejándose de ellos. Dios, ya no podía continuar con esto, no podía más...

Pero Win, por el contrario, distaba de parecer conmovido. Todo el miedo y la furia, todo el dolor y la impresión que había experimentado momentos atrás, se habían convertido en una fría cólera que le infligía una expresión extraña a su rostro delicado.

—Usted —dijo con resentimiento y odio, volviéndose hacia Bennet—. Después de todo lo que sucedió, de todo lo que se dijo...había sido usted...

—Sí. Y si hubieras muerto aquel día, maldita mierda, todo esto que tuvimos que soportar después nunca hubiera sucedido.

—Maldito mal nacido —susurró con los ojos ardiendo como carbones encendidos—. ¿Cómo pudo.... cómo fue capaz...? Es un criminal, un degenerado, ¡un asesino!

—No sigas, o me harás llorar del arrepentimiento —suplicó Bennet, cargado de ironía.

—¿Por qué? ¿Por qué tanto odio hacia mí? ¿Por una competencia, una maldita medalla? ¿Todo por ganar?

—¡Sí, una competencia, sí! —admitió el ruso, encendido por la efusión de sus convicciones—. ¡Para ganar y recuperar lo que era mío y tú me robaste! Porque fuiste tú, pequeño miserable, el que me alejó de mi Bright. Tú el que se metió en nuestra vida y la pudrió como un gusano pudre una fruta, desde adentro y en silencio. Yo tenía una vida exitosa. ¡Yo tenía una vida feliz! —gritó, enajenado por la cólera que lo invadía—. Mi ángel y yo, juntos, y nada más importaba, porque teníamos todo lo que podíamos soñar.

—¡Usted lo tenía! ¡No él!

—¡Cállate! ¡Tú no sabes nada! No tienes idea de nuestro mundo, del refugio que había construido para él —indicó, mientras Briggt, aún alejado, lloraba con el rostro oculto entre sus manos—. Lo saqué del infierno en el que vivía para crear nuestro propio paraíso, en donde él era el ángel más dorado, el dios, y yo su adorador y sirviente... Entregué mi existencia a él, y tú arruinaste nuestras vidas. Tenía que eliminarte. Lo hice por él.

—¿Por él? ¿Cómo se atreve a ponerlo de excusa? ¿Cómo puede decir algo así, lacra asquerosa y cobarde? Luego de todas las cosas que tuvo que pasar Bright por esto: abusos, malos tratos, el juicio, las humillaciones, la difamación... ¿cómo pudo guardar silencio todo este tiempo sabiendo cómo sufría?

—Estuve siempre a su lado, padeciendo todo con él, no como tú, maricón, que no le has dado nada a cambio de todo lo que hizo por ti. Además, tenía mis esperanzas de ver a tu querido padre pudriéndose en prisión por tu causa... pero créeme, ver su cerebro desparramado por el hielo también es una recompensa muy placentera. Tanto que hasta me doy por satisfecho. Y estoy orgulloso y feliz de que fuera mi niño quien lo hiciera. En cuanto a ti... nunca dormirás tranquilo, Opas-iamkajorn, nunca, pues siempre te estarás preguntando qué siente en verdad mi niño por mí. Jamás entenderás por qué permaneció conmigo tantos años si yo "lo trataba tan mal" como dices, por qué me encubrió sacrificando su salud y su reputación... y por qué me sigue defendiendo ahora... —Bennet sonrió ante la imagen de Win, rojo de ira e impotencia—. Te lo estás preguntando ahora, ¿verdad? "¿Por qué lo protege? ¿Por qué sigue defendiéndolo?" Pues te quedarás con la intriga, mocoso estúpido, porque jamás llegarás a hondar tanto en su alma como para comprobarlo. Nunca —insistió, enfatizando la eternidad de aquella palabra— Nunca lograrás hacer que deje de quererme. Tómalo como una profecía si lo deseas, como la que hice con la mugre de tu padre, y ahí lo vez. Recuérdalo.

                         
                   
Bright sollozaba, con los ojos fuertemente apretados y los puños cerrados con tanta fuerza que le sangraban las palmas. Sangre que se mezcló con la que había derramado tan fríamente, tan irracionalmente. Sangre manchando sus manos como la culpa manchaba su alma. Un alma que se estremeció hasta lo más profundo al sentir dos disparos quebrando el silencio con una violencia escalofriante.

Casi sin aire, llevó una mano a su cuello, sofocado. Su corazón se detuvo, sintiendo que aquellos disparos habían impactado de lleno en su pecho... pero el aire retenido inconscientemente en sus pulmones le dijo que no sería él el elegido por la muerte aquella noche. Obligándose con toda la voluntad que poseía, volteó para ver el horror que había ocurrido a sus espaldas. Y cuando vio tendido sobre el hielo el cuerpo del que había sido su entrenador y padre durante los últimos doce años de su vida, sintió que aquella, su alma atormentada, ya no podría soportar una cosa más.

—¡Bennet! —exclamó con un grito agudo, casi salvaje, y veloz como un rayo se arrojó resbalando de rodillas hasta él—. Bennet... —repitió casi sin voz al sostener la cabeza sobre su regazo.

Bennet no estaba muerto, pero al verlo, Brigbt suplicó en silencio que por piedad lo estuviera pronto. El cuerpo que tantas veces lo había cubierto con sus cálidos abrazos, el mismo que también lo había mantenido prisionero del dolor más impuro desde su infancia, se convulsionaba en agitados espasmos, mientras una desgarradora mueca le contorsionaba el rostro. La sangre que inundaba su boca indicaba que nada quedaba por hacer; los dos disparos en su pecho y vientre se lo llevarían en pocos segundos. Agonizaba.

—Perdóname... —balbuceó entre borbotones escarlatas. Bright sollozó, sosteniendo su mano, pero Bennet repitió su súplica con insistencia en medio de violentos jadeos—. Perdóname...

Bright no pudo responder. Se lo impidieron las miles de noches que debió haber dormido tranquilo en una cama infantil y no en lujurioso lecho de un adulto, se lo impidieron todas las lágrimas y el dolor, su cuerpo maltratado y su alma mancillada, se lo impidió el recuerdo de sus padres y su hermana, y el sueño de esa inocencia que hubiera podido ser, y sin embargo dormía perdida para siempre bajo la lápida de su pasado. No pudo responder más que una silenciosa negativa con un gesto de su cabeza.

No podía perdonarlo.

Bennet tuvo su convulsión más violenta. Un lago de sangre estaba formándose bajo su espalda, y Bright vio el hielo tornándose rojo a medida que ésta se extendía. Pero cuando parecía que iba a expirar una suave sonrisa curvó sus labios, pestañeando lentamente en un gesto de asentimiento. Comprendía. Comprendía que no podía perdonarlo. Y entonces Bright supo, de forma tan incomprensible como había sido siempre todo en su relación, que aquella segunda profecía se cumpliría, que por alguna razón todo lo que había dicho a Win era verdad. ¿Qué más podría haber en su contra? Nada. No podría agregarse un pecado más en su lista, y sin embargo... no lograría desarraigar esa pequeña llama de cariño que ardía por él.

Fue entonces que, aún sonriendo, Bennet estiró una mano ensangrentada hasta aferrarse de la suave cabellera, e incapaz de medir su fuerza, lo jaló hacia abajo con la intención de un último beso, pero Bright no se lo permitió. Solo cerró sus ojos, saboreando la caída de sus lágrimas. Y cuando por fin los abrió, Bennet ya estaba muerto.


🐺🐰


Minutos más tarde Bright continuaba sosteniendo la exánime mano entre las suyas, observando el cadáver con una concentración sobrenatural. Los labios rojos de sangre contrastando con su pálida piel le daba un aspecto vampiresco que completaba el cuadro espectral. El silencio que precedió a aquel minuto postrero fue tal que las respiraciones de los dos jóvenes podían escucharse sin esfuerzo, fuertes, impetuosas, como si sus vidas quisieran despertar la envidia de aquellos que yacían para siempre.

           
             
                   
Bright aún permanecía apuntando el arma con ambas manos. Parecía aguardar la oportunidad de rematarlo de un momento a otro. Todo su cuerpo temblaba sutilmente, pero no parecía haber en él ni exasperación ni remordimiento. Cuando Bright alzó la vista hacia él, su voz sonó cargada de desprecio.

—Baja eso —ordenó, sus ojos opacos—. Ya está muerto, qué más quieres hacerle.

Win obedeció de inmediato, arrojando el arma al suelo. Aún guardaba muchas preguntas, pero Bright no iba a respondérselas, no en ese momento al menos. No lloraba ni se lamentaba, pero él sabía que su alma estaba quebrada de dolor por Bennet. A pesar de todo lo que le había contado, después de las atrocidades que había hecho, Bright aún... Pero antes de que tuviera la oportunidad de decir algo, el suspiro ahogado del rizado le obligó a volver la vista hacia él. Los cristalinos ojos estaban fijos en un punto en la tribuna, como si la acción ya no transcurriera sobre la pista sino en la semi oscuridad de las gradas. Siguiendo la línea de aquella mirada, Win también dirigió sus ojos hacia allí. Y como Bright, también él pareció perder la respiración.

Sentada y serena, enfundada en su impecable traje color beige, una mujer escribía con trazo rápido pero firme sobre un anotador, sin evidenciar el menor signo de conmoción por lo que acababa de suceder frente a sus ojos. De hecho, no parecía tener la más mínima intención de levantar la vista de sus notas, y así aparentaba haber transcurrido bastante tiempo.

—Madre... —susurró Win, y casi por inercia su cuerpo se deslizó hacia ella. Bright lo siguió de cerca—. Madre —volvió a repetir con lágrimas en los ojos, pero la mujer estaba demasiado ocupada escribiendo como para prestarle atención. Cuando al fin acabó sus anotaciones, July Opas-iamkajorn cerró su pluma con cuidado. Recién entonces levantó la vista hacia los dos jóvenes, que la miraban como soldados escapados de una guerra.

—Madre... ¿qué haces aquí?

—¿Acaso eso importa ahora? Deben irse inmediatamente —dijo con la frialdad que la había caracterizado siempre—. Si los encuentran aquí será el fin de sus vidas. Huyan, ahora.

Ambos guardaron silencio, intercambiando miradas de incomprensión.

—¿Y qué harás tú? —preguntó Win, mientras unas lágrimas incontenibles volvían sus ojos hermosamente brillantes.

July no respondió, pero en cambio se volvió decidida hacia Bright , como si sintiera que era posible mantener con él, el contacto que nunca había logrado tener con su hijo.

—¿Recuerdas lo que me dijiste una vez en Alemania? Lo que debía hacer si en verdad amaba a mi hijo, lo que debería dar por él... —Bright meditó un momento aquellas palabras, buscando en su memoria ese tramo de la historia. Luego fijó sus ojos en ella con un gesto extraño y asintió—. Tal vez tengas razón. Tal vez parir fue lo único maternal que he hecho en mi vida... Pero supongo que aún estoy a tiempo de hacer algo bien.

Con gesto dubitativo estiró la mano hasta el rostro de su hijo y la deslizó con suavidad por sus mejillas. Subió con ambas manos para acariciar la suave melena negra y descendió bordeando la mandíbula hasta la boca entreabierta, rozando con la yema de sus dedos la seda de aquellos labios rojos. Luego, en un extremo acto de expresión, lo cubrió de besos maternales en sus mejillas. Win estaba demasiado sorprendido y emocionado para responder.

Pero la magia duró poco. Como si hubiera acabado de cumplir con un deber impuesto, July se alejó de su hijo con el mismo gesto indiferente de siempre y volviéndose hacia el asiento en donde tenía su cartera, comenzó a ordenar los papeles que tan frenéticamente había escrito.

—Ahora fuera, los dos. No quiero verlos aquí.

—Pero ¿qué es lo que harás? —insistió Win, aún enternecido por la insólita muestra de cariño.

—Bright, llévatelo —ordenó con el mismo tono inalterable.

Con la calma de quien ha pasado el límite de la resignación, Bright asintió en silencio, mirándola a los ojos. Y luego de ese pequeño momento que pareció congelarse en el tiempo, tomó a Win firmemente del brazo y recogiendo sus cosas comenzó a avanzar hacia la salida.

—¡No! Espera, suéltame Bright. Mamá. ¡Mamá!

Pero el ruso no volvió la vista atrás. Atravesando puertas y pasillos arrastró a Win, que se debatía con irrisoria debilidad, sin permitirle retroceder un solo paso, su gesto comprensivo pero firme. Y no cedió siquiera cuando, ya en el pasillo final, escucharon un último y certero disparo.

Los gritos de Win murieron de inmediato, resbalando lentamente hasta el suelo desecho de dolor. Bright suspiró, descendiendo hasta él, rodeándolo con sus brazos protectores. La muerte enamorada había abierto su manto tres veces aquella noche, pero ellos habían escapado de sus gélidos labios. No debían seguir tentándola o su beso los atraparía para siempre.

—Vámonos Win —susurró jalando para ponerlo de pie—. Tenemos que irnos. Debemos huir de aquí antes de que nos atrapen...

Sangre Sobre Hielo Adapt.BrightWinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora