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—Dios mío, esto no puede estar ocurriendo... no cuatro, dime que no, no puede ser cierto... ¡no pude haber engordado cuatro kilos! —Win lanzó una carcajada ante el angustiado grito del rizado—. ¡No te rías de mí! ¡Estoy obeso!

                     
—Bright... no estás obeso.

                     
—¡Pero lo estaré en cualquier momento! Todo esto es tu culpa, todos los días cordero, tartas, chocolate... —le reprochaba, mirándose de frente y perfil ante el espejo, desesperado por descubrir dónde se habían acumulado tantas cosas ricas.

                     
Desde la cocina, acomodando en la alacena las compras recién hechas, Win también le echaba miradas evaluadoras mientras intentaba disimular su risa. Si esos kilos realmente estaban allí, no podía encontrarlos; el maldito seguía tan esbelto como siempre.

                     
—Tal vez sea tu ego lo que haga la diferencia en la balanza...

                     
—¿Sólo cuatro kilos?

                     
—No, tienes razón, deberían ser cuarenta...

                     
—Dieta —seguía diciendo el ruso palpándose el abdomen y las caderas, aunque siguieran tan firmes y torneadas como siempre—. Tendré que hacer dieta hasta que vuelva a entrenar, o no seré capaz de saltar ni un triple...

                     
El silencio que se hizo de pronto fue demasiado evidente para poder ignorarlo. Bright bajó la vista, olvidando de inmediato su frívola conversación. Casi sin quererlo había mencionado un tema que ambos, consciente o inconscientemente, rehusaban tratar, y el momento se había tornado tan incómodo como lo había imaginado.

                     
Win había quedado petrificado frente a la mesada de la cocina, sus manos apoyadas sobre el mármol, los comestibles aún a medio guardar. Cuando sintió los pasos acercarse por detrás, tomó una lata y la acomodó rápidamente en su lugar, intentando disimular su conmoción.

                     
—Entonces me comeré yo solo los bombones que compramos —comentó con una sonrisa forzada, evitando volver su mirada.

                     
Bright se posicionó tras él, juntando sus caderas, presionando los labios contra su sien al tiempo que lo rodeaba con sus brazos.

                     
—Tal vez necesite hacer más ejercicio... —susurró, frotándose lentamente contra Win mientras apretaba su abrazo.

                     
—Pues conozco una parte de ti que estará siempre en forma, y no paras de usarla...

                     
Bright sonrió, girándolo de frente a él para atraparlo en un beso profundo y dominante. Cuando se separó, había encendido en Win algo más que sus mejillas...

                     
—Acaba de recordarme otra cosa más que maneja a la perfección, señor Vachirawit —susurró el ojiverde, agitado por la pasión que crecía en él.

                     
—Colme mis oídos con su obsceno vocabulario, señor Arista... y le demostraré que una boca puede llenarse de algo más que de palabras vulgares...

                     
Win sonrió, dispuesto a no ceder tan fácilmente a su juego. Pero cuando Bright descendió lentamente por su pecho hasta quedar de rodillas frente a él, extorsionándolo con la prohibida caricia de una lengua ardiente, debió a rendirse con la irrisoria facilidad con que se derrumba un castillo de arena ante el excitante aliento del mar...

                     
🐺🐰

                     
El sexo en la cocina fue estupendo. Arrojar con violencia los objetos de una mesa para poseerlo apasionadamente sobre ella, era uno de los arrebatos preferidos de Bright . Ver el sol hundirse en el horizonte mientras él se hundía en su amante, en cambio, era propiedad de Win. Ambos obtuvieron lo que deseaban, y el anochecer los encontró gimiendo su orgasmo enredados en la alfombra del living.

                     
—No me importa tu dieta, iremos a comer afuera —había advertido Win con una sonrisa, secándose el cabello desde el baño, mientras Bright, en la habitación, se enfundaba en un impecable sweater negro.

                                 
             
                   
Pero en lugar de acabar el día comiendo a la luz de un fogón u observando las estrellas junto al lago, habían terminado en una sala de emergencias, con Win inconsciente y azotado por violentas convulsiones...

Los médicos y enfermeras fueron muy amables con él. Con igual cuidado habían atendido al pálido Bright, que una vez más se encontraba solo y perdido en los pulcros corredores de un hospital rezando por la vida de Win.Le explicaron con suma paciencia cosas que él ya había oído demasiadas veces: que el cerebro era un órgano muy delicado y misterioso, que el ataque sufrido en aquel lejano vestuario de Munich tendría consecuencias de por vida, que había sido imprudente abandonar los tratamientos médicos, y que debían medicarlo y tratarlo correctamente o moriría.

A los dos días Win era el de siempre, e insistía en la exageración de los pronósticos médicos. Se cansó de asegurarle a Bright que se encontraba bien, que sólo había sido una recaída insignificante, y que las convulsiones seguramente habían sido provocadas por exceso de actividad sexual... broma que tuvo que aclarar cuando Bright estalló en lágrimas asegurando que todo aquello era su culpa.

—No voy a morirme por hacer el amor, necesitarás más que sexo a todas horas para deshacerte de mí.

Aunque abandonaron el hospital con fuerzas renovadas, ambos sabían que aquel día sería un punto de inflexión y no se equivocaron. Los fantasmas del pasado parecían haber logrado franquear las puertas invisibles que los mantenían fuera de aquel paraíso terrenal, y habían penetrado en sus vidas como intrusos a los que ni siquiera podían rastrear. El insomnio volvió a asaltar a Bright y los dolores a Win. Ya no necesitaron dietas, pues las pesadillas les quitaban el apetito, y se refugiaban en brazos del otro más seguido de lo acostumbrado, repitiendo las palabras de amor como exorcismos, el ritual de unir sus cuerpos como la única solución a sus miedos.

Continuaban visitando los bosques y los glaciares cada vez que lo deseaban. Seguían reuniéndose con los lugareños a celebrar comidas y fiestas regionales, y pasaban horas de picnic frente al lago, abrazados mientras hablaban con los ojos fijos en las montañas nevadas.

Pero una sombra invisible había caído sobre ellos, y cada vez se hacía más difícil ignorarla.

🐺🐰

El sol que asomaba entre las montañas regalando los primeros brillos al lago y el resplandor dorado a los árboles, le indicó a Bright que no era necesario obligarse a conciliar nuevamente el sueño luego de esa horrible pesadilla. Win, a su lado, observaba el despertar del día con el semblante serio, casi triste, como si también hubiera sido testigo de aquellas horrorosas imágenes.

—Iré a preparar el desayuno —anunció, descorriendo sus frazadas para incorporarse.

—No, quédate —suplicó Bright, abrazándolo con fuerza—. Aún es temprano. Hace frío.

Sonrió aliviado cuando su amor volvió a recostarse para besar su cabello, acunándolo entre sus brazos, pero en el fondo se sintió inquieto. El frío no era la verdadera excusa. Tampoco la hora. Quería retenerlo a su lado y hacer eterno aquel momento, pues pronto lo rompería para siempre. Abriría su boca y diría las palabras que el menor no quería oír. Discutirían. Habrían gritos tal vez. Y la felicidad que habían sentido se iría de aquel lugar como se había ido la nieve al comenzar el deshielo.

—Win... tengo que volver a Rusia.

El tranquilo silencio que precedió a sus palabras le indicó que el ojiverde hacía mucho tiempo que esperaba ese planteo. No hubieron gritos, como esperaba. Ninguna escena de nervios ni acusaciones. Sólo un profundo y resignado suspiro que dolió como una bofetada.

Win apartó la cabeza de su pecho y se giró hasta darle la espalda. Seguramente así Bright no podría ver sus ojos verdes cristalizados de lágrimas.

           
             
                   
—¿Por qué? —preguntó, y nada en su voz calmada denotaba el dolor y la tristeza que lo invadía.

—Porque uno de los dos tiene que trabajar, amor —respondió Bright con una leve sonrisa, alentado por la tranquila reacción a su anuncio—. El dinero no nos alcanzará por siempre.

—¿Dinero? ¿De eso se trata? —preguntó Win, y ahora sí una nota de rabia tiñó su voz—. No lo necesitamos. Tengo suficiente dinero ahorrado, ahora puedo disponer de lo que he ganado en todos estos años.

—Lo poco que ha sobrevivido a las garras de tu padre, querrás decir.

—No importa. Vendí la casa, el auto, y todas las posesiones de mi familia. Es suficiente para vivir aquí, y además el banco nos dará intereses. Y si fuera necesario, trabajaré.

—Wi...

—¡Puedo trabajar, no soy un inútil! Soy joven, puedo hacer muchas cosas, y...

—Win — Bright interrumpió el encendido discurso con una voz clara y la mirada firme. Ya no sonreía. Su expresión era más bien fría—. ¿Y qué hay de mí?

Win no respondió.

—¿Qué hay de mis entrenamientos, de mis presentaciones? —insistió el ruso.

El menor solo lo observó sin decir ni una palabra, pero Bright no las necesitaba para saber lo que estaba pensando. Sus ojos fueron enfriándose hasta convertirse en hielo.

—¿Estás insinuando que abandone mi carrera?

Siguió callado.

—No puedo creerlo. No puedo creer que lo estés diciendo en serio.

—No es la muerte de nadie, créeme que se puede sobrevivir a eso y a mucho más. Si no, mírame a mí.

—¡Win! — Bright no daba crédito a sus oídos—. ¡Es lo más egoísta e insensible que me has dicho en tu vida! ¿Cómo te atreves siquiera a considerarlo? ¿Cómo eres capaz de decirme que renuncie al puesto que me he ganado con tanto sacrificio? Trabajé sin descanso desde los cuatro años, entrenándome más allá de mis fuerzas, soportando cualquier clase de vida para escribir mi nombre en la historia del patinaje, ¡y cuando lo logro tú quieres que me retire en lo más alto de mi carrera para enterrarme en un pueblo en el fin del mundo!

—¡Sí! ¡Para que, por sobre todas las cosas, me elijas a mí! ¡Para quedarte conmigo!

Wi enterró el rostro en la almohada y golpeó el colchón con fuerza, ahogando primero sus maldiciones, luego sus lágrimas. Bright lo observaba entre la incomprensión y la cólera.

—No he dicho que me iría solo a Rusia y te abandonaría aquí. Sólo he dicho que necesito volver, es obvio que iba a pedirte que fueras conmigo. Lo daba por hecho.

—¿Y si no quiero ir a Rusia? — Win había vuelto su rostro mojado de lágrimas—. ¿Si no quiero irme de aquí?

—Entonces quédate, porque eres tú el que no es capaz de renunciar a nada por mí.

—¿Por qué? ¿Por qué tienes que arruinar nuestra felicidad?

—¿Eres feliz conmigo, o con éstas montañas y lagos? Porque parece que estás más enamorado del paisaje que de mí.

—No digas estupideces.

—¡Entonces no las insinúes! Si eres feliz conmigo, serás feliz donde sea que yo me encuentre.

Win volvió a girarse, dándole la espalda. Bright no acaba de comprender cuál era el problema tan terrible de marcharse.

—¿Por qué me haces esto? —murmuró, echándose el pelo hacia atrás con ambas manos.

           
             
                   
—No quiero ir a Rusia.

—¿Por qué? Hablas como si quisiera llevarte a vivir a la selva. Mi hogar es hermoso, te encantará San Petersburgo.

—¡No voy a vivir en donde viviste con él! —rugió Win, para luego volver a rebujarse sobre sí mismo.

Bright reflexionó un momento. Así que era el fantasma de Bennet el que otra vez se interponía entre ellos...

—No vamos a vivir en la misma casa —aseguró dulcificando su voz, recostándose ahora junto a su irritado niño, abrazándolo por detrás en un gesto cansado—. Seguramente Dew se ha encargado de venderla como le indiqué hace meses... Vamos, amor. Compraremos una casa nueva, la que más te guste, donde quieras. Tendremos toda la ciudad para nosotros, podrás comprarte lo que desees, tendremos una buena vida.

Win escuchaba, y recibía en silencio las lentas caricias en su cintura.

—Tengo miedo de irme —confesó en un susurro, apretando contra su pecho la mano que lo acariciaba—. Hemos sido tan felices aquí... Temo que algo malo nos pase al partir...

—Amor, no tengas miedo... — Bright besó la mejilla de su amado, que aún permanecía tenso, con la mirada perdida en el amanecer—. Todo estará bien —aseguró deslizando una mano hacia su entrepierna, escurriéndola por debajo de la ropa interior, acariciándolo rítmicamente—. Seremos felices allí, te lo prometo —susurró en su oído antes de perderse en besos cálidos y suaves, tan tibios como el sol que ya los acariciaba con sus rayos.

Win cerró los ojos, entregándose al placer de aquel roce íntimo, acomodándose para recibir mejor los besos de aquella boca que lo buscaba con ansiedad. Ir a Rusia era un error, lo sabía. Con tanta certeza como sabía que jamás podría arruinar la vida de Bright coartando su carrera. Por más que gritara y pataleara era un tema decidido. Se iría al Viejo Mundo... a enfrentar viejos fantasmas...

🐺🐰

Todas las promesas de Bright no pudieron contra los temores de Win.Amargado por un profundo sentimiento de pérdida armó sus maletas y se despidió de las amistades que había hecho. Con lágrimas en los ojos cerró por última vez la puerta de la hermosa cabaña y dijo adiós a los árboles y a las montañas, al glaciar y al poblado, al chocolate y a los lagos.

—Por favor, Win, parece que fueras a la guerra. ¡Alégrate! Nos vamos a casa.

Bright no hubiera podido entenderlo aunque pusiera toda su buena voluntad. Por el contrario, había pasado los últimos días de preparativos excitado y feliz como un niño en Navidad, empacando y comprando obsequios, haciendo planes para el futuro y canturreando risueño mientras recolectaba recuerdos de aquellos confines del mundo. Volvía a su patria y a sus cosas, a su comida y a su gente. Win se acostumbraría igual que lo había hecho al llegar a estas tierras extrañas. Construirían allí su nido, él lo ayudaría a sentirse en su hogar.

—Bienvenido a casa, cariño —había dicho al besarlo, cuando el avión por fin aterrizó en tierras rusas. Pero el ojiverde nunca se había sentido peor acogido en un lugar, aunque las espesas nubes se hubieran abierto para dejar pasar un tímido sol, frío y distante como no lo había sentido jamás—. ¡Mira! Dew ha venido a recibirnos.

Así era. Win inspiró profundo cuando el frío aire de ese país extraño lo golpeó en el rostro, pero sintió una rara tibieza en su pecho cuando el ruso, luego de atrapar a Bright en un fuerte abrazo, estrechó su mano con franca cortesía y una sonrisa cálida aunque tranquila.

Bright explicó brevemente que irían a casa de Dew por unos días hasta que consiguieran un lugar apropiado para ellos. Luego le indicó que subiera a la parte trasera de un bonito auto azul, y mientras Dew manejaba, él se instaló cómodamente en el lugar del copiloto, enfrascándose en una animada conversación en ruso que no tuvo respiro hasta que llegaron a destino. Win no tuvo más remedio que dedicar el viaje entero a observar por la ventanilla. San Petersburgo era una ciudad imponente, muy hermosa aunque el tiempo no ayudara a lucirla, y mientras se empequeñecía ante tanta grandeza, los sonidos de ese idioma extraño lo apabullaban, dándole un claro panorama de lo que sería su vida desde ese momento. Soledad. Aislamiento absoluto.

Algo consoladoramente maternal lo envolvió al llegar a la casa, y su nombre era Tu. La esposa de Dew era una chica rubia, delgada y risueña, que no escatimó en abrazos al recibirlos, y que le dio la primera alegría del día al saludarlo en inglés.

—No hablo perfecto pero sí lo suficiente para hartarte con mi charla —dijo alegremente, desplegando una hermosa sonrisa en su rostro de mejillas rosadas, invitándolo a acercarse a la cocina que olía a tarta recién horneada aunque lo que le ofrecieran fuera un vaso de vodka llevo a rebalsar. Para Win, la idea de beber vodka a las diez de la mañana le resultó nauseabunda.

—¡Za udachu! (¡Por la buena suerte!) —brindaron los tres compatriotas, vaciando sus vasos con una rapidez que daba vértigo.

Win miró su vaso y lo acercó a sus labios. El potente olor a alcohol le hizo arder la nariz; de todos modos decidió tomar un pequeño sorbo para no despreciar el ofrecimiento. Pero al levantar la mirada, la cara de desilusión de sus anfitriones le indicó que el gesto no había sido suficiente.

Bright también lo observó unos segundos con el ceño fruncido, pero un momento después echó a reír, se acercó a él y lo estrechó entre sus brazos. Luego giró y dio una especie de explicación que al parecer conformó a la pareja. Win no entendía nada.

—¿Qué es tan gracioso? —preguntó irritado.

—Mi amor —dijo Bright sonriendo—, no te preocupes, no pasó nada. Simplemente es costumbre aquí acabar de un sorbo el vaso, de lo contrario significa que no apruebas el brindis — Win miró a su alrededor. Tu sonreía, comprensiva. Dew no lo miraba; la llegada de dos pequeñitos de alrededor de uno y tres años, tan rubios como su madre, había desviado su atención y ahora se encontraba arrodillado junto a ellos. Bright volvió a besarlo en la mejilla—. Tienes mucho que aprender, pero no te preocupes. Yo te lo enseñaré todo.







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Sangre Sobre Hielo Adapt.BrightWinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora