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Café con leche y medias lunas, una merienda tardía que Bright agradeció con el alma (demasiadas energías gastadas en lo que iba del día...). Sentado sobre la cama, acababa de terminar de vestirse cuando Win entró al cuarto portando la bandeja en sus manos y la más hermosa de sus sonrisas pintada en los labios.

                     
—Perdona que haya tardado, pero... se había enfriado —ironizó guiñando un ojo, depositando la taza humeante en las manos del rizado, que agradeció con un gesto sin apartar la mirada de él.

                     
Luego de que sus pasiones se hubieron calmado, ambos se sentían más relajados, aliviados, pero aún confusos. Envueltos en un silencio cómplice se mantenían presos de un desconcierto cálido, nacido desde la misma certeza de sus sentimientos, esas certezas que de tan firmes engendran dudas en lo más profundo del alma por el miedo a que algo las arruine. Cómodos y satisfechos, pero a pesar de los momentos íntimos vividos aún los inhibía la tangible cercanía del otro.

                     
Win bebió su café y sonrió, sus ojos brillantes diciendo lo que sus labios callaban. Se sentía nervioso y a la vez orgulloso de que esos hermosos ojos cafes estuvieran a merced de cada uno de sus movimientos. No podía ufanarse, él se sentía exactamente igual.

                     
—Dime la verdad... estuvo mal, fue desastroso...

                     
Bright sonrió, evaluándolo un momento con la mirada.

                     
—No —respondió con suavidad—. Claro que no.

                     
—No estoy acostumbrado a esto, es nuevo para mí... Pero confío en el talento de mi profesor —admitió con una sonrisa traviesa, jugueteando con sus labios, mientras las mejillas se le cubrían con un infantil rubor —¿Qué te pasa? —preguntó risueño cuando el silencio se prolongó demasiado.

                     
Bright no respondió en seguida, prendado admirando de cada detalle que descubría, ínfimas y sin embargo encantadoras particularidades: el sweater tejido a mano, tal vez demasiado grande para su contextura pequeña, desbocado en el escote dejando ver tímidamente un poco de la suave piel del cuello; el pantalón jogging que en nada combinaba con el resto, tomado al azar pues él en la prisa de su pasión había hecho trizas el anterior; los anteojos que parecían carecer de montura, dos cristales que concordaban a la perfección con el rostro de rasgos delicados...

                     
—Hoy es un día muy especial para mí —confesó, casi sin pestañear.

                     
—Me lo imagino, no todos los días se ganan las Olimpíadas, mucho menos en la forma en que tú lo hiciste.

                     
—No me estoy refiriendo a eso —aclaró con voz suave, mientras Win endulzaba su mirada, sonrojado—. Hoy... fue la primera vez que lo hice —admitió con una paz que descubrió no haber sentido nunca.

                     
De inmediato los ojos verdes se alzaron hacia él, incrédulos.

                     
—Vamos... no soy tan estúpido.

                     
—Lo fue. En cierto sentido.

                     
—Sí, la primera vez que lo hiciste en mi casa —bromeó Win, bebiendo su café.

                     
—No... La primera vez que me entrego completamente a alguien a quien deseo.

                     
La sonrisa de Win se desdibujó lentamente, y bajó su taza hasta depositarla sobre el platillo, abandonando la vista dentro de ella, su respiración agitándose levemente. Fue como si la sombra de una nube hubiera caído sobre ellos, ocultándolos de la tibieza del sol que habían disfrutado hasta entonces.

                     
—¿Entonces es verdad...? —preguntó, aunque sabía que no necesitaba respuesta. Su rostro se encendió, los labios apretados con fuerza. Una ola de celos y odio pareció invadirlo como un viento frío, estremeciéndolo—. No es posible que lo ames.

                                 
             
                   
—Salvó mi vida, es mi padre, ¿cómo piensas que no puedo amarlo?

—Ese hombre no es tu padre —exclamó de pronto, en un tono bastante elevado que de inmediato intentó disimular—. Además... ¿es verdad que... te tomó cuando todavía eras un niño?

Bright suspiró. La maldita historia otra vez. Pero tendría que contarla de nuevo en algún momento de todos modos.

—A los once años, sí. Y en este mismo país.

—¡Oh, por Dios, Bright! ¡Es un enfermo! ¿Cómo puedes permanecer con él luego de eso? ¿Estás loco o qué rayos tienes en la cabeza?

—Habla quien permaneció con un golpeador toda su vida hasta que por poco lo mata —respondió el ruso abandonando su taza, mirándolo con firmeza—. Al menos Bennet me ama y me trata con cariño.

—Pero... ¡es un enfermo! Por favor, alguien que hace eso a un niño merece la muerte.

—Pues muerto habría estado yo de no ser por él.

—¡Bright, no justifiques una atrocidad semejante!

—¡No la justifico, maldita sea! ¿Qué piensas que soy? ¿Acaso crees que estoy tan desquiciado como para hacerlo? Solo Dios sabe lo que he sufrido, las cosas que he tenido que soportar como un hombre siendo un niño.

—¡Pero permaneces junto a él! Estás siguiendo su juego, haciendo lo que él quiere.

—¿Tú también vas a darme un discurso sobre eso? —preguntó, bastante cansado de tener que cargar siempre él con la culpa de que aquella pesadilla no tuviera fin—. No festejo lo que hace, solo estoy diciendo que le debo la vida. ¡Mi vida! ¿Qué precio tiene eso? ¿Acaso tú sabes decírmelo? Me encantaría que no me valiera el trasero todos los días, pero si esa es la forma en que él desea que se lo pague, no puedo hacer nada más que aceptarlo.

—No, no puedes aceptar eso —Win parecía desesperado, echando atrás su cabello con ambas manos en un gesto de exasperación—. No lo entiendes, no le debes nada, nada justifica lo que te hizo, lo que te sigue haciendo. Debes dejarlo, alejarte de él lo antes posible. Deberías enviarlo a la cárcel y que se pudra allí.

—No sabes lo que dices. No sabes nada.

—¡Eso mismo te dije yo a ti, Bright, y ya ves lo equivocado que estaba! Tú me demostraste eso, fuiste tú quién me enseñó que se debe parar a tiempo antes de que sea una tragedia.

—¿Enviarlo a la cárcel? ¿Acaso crees que podría hacerle algo así a Bennet?

—¡Pero se lo merece!

—No puedo pagarle con traición todo el amor que me ha dado. Tú estás loco.

—¿Amor? ¡Eso no es amor! No hay nada más alejado al amor que el abuso, Bright. ¡Es un degenerado! Maldito desgraciado, qué patrañas te habrá dicho para que encima creas que eres tú el que está en deuda. Once años... no puedo creer que sea tan hijo de puta, merecería morir de la peor manera. Ojalá que sufra hasta lo impensable, mal nacido.

—¡No hables así de él! ¡No lo conoces! —Bright se había puesto furioso, ciego a razones en su afán de mantener la ilusión de normalidad en su vida. Con un gesto nervioso había hecho el ademán de levantarse, pero Win, más rápido que él, se le había echado al cuello, besándolo con la misma desesperación de antes, como si temiera perderlo de un momento a otro. Afligido, había luego descansado la cabeza sobre su hombro, sin dejar de abrazarlo.

—Déjalo... Déjalo, ahora me tienes a mí.

—No puedo descartarlo como a un juguete roto porque ahora tenga uno nuevo.

           
             
                   
—¡Y yo no puedo soportar que él te toque y abuse de ti! ¿qué tengo que hacer para que lo abandones?

—Nada, no tienes que hacer nada. Por favor, esto ya es demasiado difícil para mí, no me lo compliques más.

—Te ayudaré a librarte de él —insistió, tomándolo del rostro para obligarlo a mirarlo a los ojos—. Haré lo que sea para alejarlo de ti.

—No hay nada que puedas hacer, no insistas.

Los ánimos se habían elevado demasiado. El silencio que los sobrevino no traía paz, sino una tensa pausa.

—Sí, si puedo —dijo entonces Win, soltándose con gesto cansado, como si hubiera perdido una batalla librada hasta ese momento consigo mismo—. Sí puedo. Y aunque no quería hacerlo... veo que no me dejas alternativa.

Bright volvió su mirada hacia él.

—¿De qué hablas?

Pero Win no respondió. Con una extraña expresión, se puso de pie y salió del cuarto. Bright aguardó. ¿A dónde había ido? Pero luego de unos minutos lo vio regresar, trayendo con él una pequeña caja con candado. Volvió a sentarse al frente y permaneció en silencio unos momentos más, como si estuviera buscando las palabras más adecuadas para expresarse.

—La última vez que hablaron, tú le dejaste un encargo a mi madre, algo que querías que investigara por ti —dijo entonces con tono abatido. Con un notorio cambio de expresión, Bright volvió hacia él toda su atención. Win lo observó un momento, y luego continuó hablando—. Ella lo hizo. Trabajó con ahínco en tu pedido durante varios meses, y aunque le fue difícil, descubrió muchas cosas.

—¿Y bien?

—Bright... no sé cómo decirte esto.

—Diciéndolo.

Win permaneció en silencio mientras veía a Bright con lástima.

—No reciben un centavo de todo el dinero que les envío, ¿verdad? —aseguró con amargura, como si hubiera leído su mente—. Bennet no les remite ningún cheque... ¿Es eso?

—Eso... es verdad. No les envió jamás nada de dinero.

Bright hundió el rostro entre las manos en un gesto de profunda angustia.

—Yo ganando de a miles y ellos hundidos en la miseria... No pudieron perdonarme, lo sé, por eso no me hablan. Luego de todos los sacrificios que hicieron por mí... ¿Pero por qué no hablaron conmigo? No, mi madre jamás me llamaría para pedirme dinero, y mi padre nunca se lo permitiría. Dios... deben odiarme.

—La verdad es que no lo sé, Bright. Y creo que nunca lo sabremos...

—¿A qué te refieres?

Win bajó la vista, acongojado. Una extraña punzada de dolor repercutió en el pecho de Bright. ¿Qué más le estaba ocultando?

—¿Qué hay en la caja? —preguntó pausadamente, sin siquiera mirarla. —Habla Win.

Siguió insistiendo pero el ojiverde parecía pensar con cuidado lo que diría.

—¡Habla de una maldita vez!

—Si no responden tus llamadas no es porque estén enojados, ni porque no tengan dinero... Ellos simplemente no pueden... no lo harán...

—¿Qué quieres decir...?

De nuevo volvió esa mirada de lástima que Win le había dado unos segundos atrás.

—¡¿Qué demonios quieres decir?! —exclamó tomándolo por los hombros, sacudiéndolo enérgicamente. Win lo miró, agitado.

—Tu familia... lo siento... pero ellos están muertos.

           
             
                   
Bright lo soltó de inmediato, como si de pronto el cuerpo que sujetara le hubiese dado una descarga eléctrica, y estiró el brazo hacia atrás, intentando asirse de algo y recuperar el equilibrio que un repentino vértigo le había hecho perder. Su respiración comenzó a agitarse, su mirada era de incredulidad.

—¿Qué dices? —susurró negando con la cabeza, aturdido.

—Lo siento.

—Pero ellos... cómo... no es posible...

—Lo lamento mucho.

—No pueden... haber muerto, no todos... Mi hermana... ella... —Bright balbuceaba palabras desarticuladas, intercalándolas con susurros en ruso, mientras sus ojos se inundaban cada vez más. Parecía perdido, atontado, incapaz de terminar de asimilar la noticia—. ¿Un accidente?

—No, no un accidente... Un asesinato.

Bright se llevó la mano al pecho, allí donde su corazón acababa de detenerse bajo el esmerado diseño rojo y plateado de su hermoso traje. La punzada fue aún más profunda y dolorosa que la que había sentido en el hielo.

—No puede ser cierto —susurró casi sin aire, mientras las lágrimas al fin comenzaban a rodar por sus mejillas. Win se acercó a él, acariciándolo, dispuesto a consolarlo pero también a decírselo todo.

—Sé que esto es terrible para ti, no quería causarte este dolor pero debías saberlo. Y entenderás por qué te lo dije ahora y no esperé otra oportunidad... Fueron asesinados, los tres, a manos del mismo homicida... Bright—murmuró, besando sus lágrimas y sus labios con suavidad—, quien los mató fue Bennet.

—Mientes... —Bright presionó más su pecho, con los ojos fuertemente cerrados como si ya no pudiera respirar—. ¡Mientes! —gritó de pronto, tomando a Win con fuerza y arrojándolo contra la cama sin ninguna delicadeza. Una taza se derramó sobre el cobertor, la otra cayó al suelo haciéndose añicos. Inmovilizándolo, detuvo el puño a centímetros de distancia de su rostro, con el suyo propio distorsionado por el estallido de ira, tembloroso, tenso, y bañado en lágrimas—. Maldito mentiroso —gimió con los dientes apretados—, lo dices para inculparlo, para que yo lo odie y lo abandone... ¿Cómo te atreves, cómo puedes decir que mi familia está muerta y acusar a Bennet de haberlos asesinado? ¿Cómo osas mentirme así? Vuelve a decirlo y te destrozaré. ¡Atrévete a repetirlo!

Win evaluó su situación, inmóvil. El puño de Bright, por más tembloroso que estuviera, no era algo para tomar en broma; era un hombre fuerte y enérgico, y él, aunque no estuviera recuperado de ninguna herida, jamás habría podido ganarle en fuerza. De todos modos, y a pesar de la violenta amenaza, con la determinación en la mirada y la voz firme, decidió continuar adelante

—Tu madre, tu padre, tu hermana... —dijo con calma, aunque su pecho se agitaba y sus ojos luchaban por ocultar el miedo al riesgo que estaba tomando—... los asesinaron a todos, con cuchillos, toscos cuchillos de carnicero. Fue en su casa, tu casa allí en Novosibirsk. Tu padre fue el primero en morir: lo degollaron y abandonaron su cadáver tendido en la sala de entrada. A tu madre la apuñalaron repetidas veces en la cocina y la dejaron allí hasta que murió desangrada. A tu hermana la hallaron en su cuarto. Era la que más heridas tenía: en el pecho, en el abdomen, en la espalda... al parecer fue la que más batalla presentó a su atacante. Cuando la sorprendió te estaba escribiendo una carta a ti... te contaba que estaba embarazada...

Bright abrió el puño amenazador para cubrir su boca y así evitar que sus gritos ensordecieran al mundo. Permaneció unos interminables segundos inmóvil, asimilando con retraso cada una de las macabras palabras, hasta que finalmente estalló en violentos sollozos que lo hicieron caer casi desvanecido sobre el pecho de Win. Se convulsionaba, tembloroso, mientras las lágrimas caían sin cesar por sus mejillas y entre sus dedos, mojándole el pelo y los labios, con un llanto sonoro y desgarrador que se incrementaba cada vez más. Todas las lágrimas contenidas por tanto tiempo, las que jamás había derramado aunque muriese de ganas, tal vez las de toda su vida, se atragantaban ahora en su pecho, anudándose en su garganta, desbordando en sus ojos. Ninguna pena anterior a ésta le pareció tan grande, ninguna herida tan honda. De pronto todas sus quejas desaparecían bajo el peso de esta desgracia. La muerte había llegado de improviso y simplemente lo había deshecho.

           
             
                   
Win se mordió los labios, abrazándolo con fuerza, sus lágrimas también a punto de derramarse. No quería pensar en esa gente muerta, en esos padres quebrados de dolor por el alejamiento de su hijo, en esa joven que nunca llegaría a ver el rostro de su bebé, en ese niño que jamás saborearía la copa de la vida. No, no quería pensar en toda esa sangre derramada, en esa casa teñida de muerte... Sabía que si retenía esas imágenes en su mente acabaría perdiendo la razón. Prefería concentrarse, aunque fuera igual de difícil, en confortar a Bright. No creía haber visto a alguien más dolido y desconsolado en toda su vida. ¿Por qué lo había tomado por sorpresa su reacción? ¿Acaso no era un joven recibiendo la peor noticia del mundo? Siempre había tenido una imagen tan fuerte de él, lo veía tan fuerte, imbatible, resistente... desde siempre lo había idealizado tanto que casi olvidaba que solo era un muchacho, como él, como cualquiera. No era ese monstruoso enemigo al que había que derribar a cualquier precio, como siempre le había dicho su padre. Lo había odiado tanto, y ahora, protegiéndolo entre sus brazos, se sentía tan culpable...

—Fue Bennet, por más que no quieras creerme —aseguró en voz baja cuando sintió que se calmaba un poco—. Si necesitas pruebas... aquí las tienes, velas por ti mismo —apuntó, estirando una mano hasta levantar la tapa de la pequeña caja.

Los sollozos dieron paso a profundos suspiros de dolor. Bright había dejado de llorar, pero aún continuaba abandonado contra el pecho de Win, con los ojos fijos y tan perdidos como sus pensamientos. Daba la impresión de que permanecería por siempre allí, aletargado, pero luego de unos minutos volvió el rostro y la mirada hacia la caja

—¿Qué encontraré allí? —preguntó con voz débil, como si realmente ya no le importara nada en el mundo. Los ojos de Win también se desviaron hacia la caja, y la miraron sin verla.

—Tan solo la verdad...

🐺🐰

Durante la siguiente media hora Bright se dedicó a revisar, con lágrimas en los ojos, las pruebas que quitaban una a una las vendas que lo habían cegado hasta aquel momento a la realidad. Win tenía razón. Su familia había muerto tal cual su relato, según los informes forenses que databan la horrible masacre hacía cuatro años atrás... Cuatro años, y él nunca había sido comunicado por nadie...

"Al menos seis vecinos dicen haber escrito cartas a Bright para comunicarle lo sucedido" decían unas notas tomadas a puño y letra por la misma July Opas-iamkajorn. Por supuesto Bright no era tan ingenuo para creer aquello sin más, pero la mención de aquellos vecinos, de nombres que él recordaba muy bien desde su infancia, le parecieron prueba suficiente. No era un simple cuento escrito por la madre de Win. Los informes de las autopsias eran oficiales, y junto a las pulcras traducciones al inglés estaban las copias de los originales en ruso, que como él mismo podía comprobar, contaban exactamente la misma macabra historia.

No eran esos relatos lo único perturbador. Todo allí parecía ser una pesadilla. La letra de Bennet aparecía una y otra vez: en cheques firmados sin su consentimiento, en notas haciéndose cargo y dando indicaciones para los funerales, en agradecimientos a condolencias que jamás había recibido, comprando parcelas en el cementerio, arreglando sucesiones y herencias en su nombre, incluso falsificándole la firma en los papeles que lo requerían obligatoriamente. Poderes que nombraban a Bennet como el encargado de administrar y decidir sobre cualquier tema relacionado con su familia, aunque más no fuera para recibir los boletines oficiales de la causa judicial que la policía había enviado en los primeros tiempos, investigación que después habían terminado en la nada.

Era la letra de Bennet, allí no había engaño posible. Era su letra, y le había estado mintiendo por más de cuatro años...

Pero, aunque angustiante, nada fue tan doloroso como lo que halló en el fondo de aquella caja. Una maltratada hoja de papel minada de atroces manchas de sangre, donde la bella caligrafía de su hermana aún se hacía notar con bastante claridad a pesar de los oscuros rastros de muerte. Con las pupilas dilatadas y casi en estado de transe, Bright tomó entre sus manos aquella carta tardía y comenzó a leer.

           
             
                   
Querido Bright:

Sigo escribiéndote con la esperanza de que alguna vez recibas mis cartas. Quiero creer que no te entregan mi correspondencia, ni te avisan cuando llamamos por teléfono, y que la casilla de correo electrónico a la que envié tantos mensajes no la abres tú. Me convenzo de que no te enteras de todos los intentos que hacemos por estar contigo hermano mío, porque me niego a creer que sabes de nuestra desesperación por verte y nos vuelves la espalda.

Si mamá y papá se enteraran que te reprocho estas cosas no me lo perdonarían, porque intentan convencerme (aunque ellos aún no lo hayan hecho) de que Bennet tiene razón y que lo mejor es que desaparezcamos de tu vida. Ya sabes, él habló con nosotros. Nos contó lo feliz que eres allí en San Petersburgo, lo fantásticos que son tus entrenamientos, y que por primera vez estás realmente complacido con lo que tienes. No sabes cómo nos alegramos por ti mi querido, todos los días ruego a Dios para que te dé toda la alegría que mereces y que sigas ganándolo todo como hasta ahora. Jamás fue nuestra intención, como nos dijo que tú crees, el truncar tus sueños ni interferir con tus planes. No queremos que sacrifiques nada por nosotros, sólo deseamos estar contigo. Él dice que si te amamos de verdad debemos olvidarnos de ti para siempre, que es lo que tú esperas, pero ¿cómo podríamos? No lo logramos Bright, por más que intentamos pensar que es tu deseo y queramos tu bien.

Sé que, según nos cuenta Bennet, te irrita la idea de que vayamos a verte, pero aún así no nos perdemos ni una sola competición en la que te presentas. Deberías vernos, los tres alrededor de la televisión atraídos como insectos a la luz. Me pone muy feliz, pues es la única forma que tengo de verte, pero me agradaría más si mamá no llorara tanto cuando apareces en pantalla, y si papá no saliera a caminar por horas una vez que termina la transmisión. Él también llora a escondidas, lo he escuchado.

Bright ¿es que no nos extrañas? ¿no te interesa volver a vernos? Nuestros padres están destrozados, pero insisten tercamente en que es lo mejor para ti. Repiten el discurso de Bennet como si estuvieran bajo su hechizo, diciendo que estás mejor sin nosotros, que sólo te llevaríamos preocupaciones, que arruinaríamos la feliz vida que llevas. Yo no pienso lo mismo. Y no me gusta Bennet. Estoy segura de que es él quien desvía nuestra correspondencia, el que jamás pasa nuestras llamadas. Sé que será él quien lea estas líneas y las arroje a la basura antes de dártelas, pero no puedo rendirme. No puedo resignarme a perderte como si nunca hubieras formado parte de la familia. Aún eres mi hermanito, me niego a creer que nos has olvidado, que te avergonzamos, que ya no nos amas.

No ambiciono compartir tu fortuna porque es solo tuya, la has ganado con todo el sacrificio, pero no puedo sacarte de mi mente ni de mi corazón. Mucho menos ahora, que me siento más sensible que nunca. Todos me han prohibido molestarte con esto, pero ya estoy demasiado ansiosa como para continuar guardando el secreto. Si todo sale bien, en dos meses serás tío mi querido Bright. Sí, Mark y yo estamos muy felices, aunque él deberá seguir trabajando en el sur por varios meses más. Lo extraño, pero necesitamos juntar dinero para el bebé y además-

En este punto la carta se interrumpía. Un rayón inesperado y extraño al resto de la prolija escritura se extendía hacia abajo, atravesando varios reglones y se perdía hacia la derecha en vuelo directo hacia la nada. Y eso era todo...

El ensangrentado papel tembló momentáneamente en sus manos, y luego cayó sobre el cobertor como si su peso se hubiera tornado insostenible.

—Bright... ¿a dónde vas? —preguntó Win cuando lo vio levantarse, decidido, y salir de la habitación sin decir palabra—. ¡Bright, espera! ¿Dónde vas?

Pero ya era demasiado tarde. La puerta principal se cerró de un golpe y un segundo después la figura de Bright cruzaba la calle para perderse dentro del primer taxi que se atravesó en su camino.

Win permaneció de pie largo rato junto a la ventana. Con la sien apoyada contra el marco parecía meditar, abstraído, sobre lo que había sucedido aquel día: desde la mañana, cuando había sido testigo de aquella increíble hazaña artística, hasta aquel momento en que la tarde moría, donde había pasado a ser el protagonista de la acción más dulce y más intensa que había vivido jamás.

Arrullándose en la suavidad de la cortina, distraídamente se acarició los labios, cerrando los ojos en un gesto ensoñador. Suspiró. No era lo mismo, luego de Bright ya nada era lo mismo.

Casi inconsciente de sus movimientos, dio unos pasos hacia la cama y se recostó sobre las sábanas revueltas, respirando profundo entre ellas. La almohada olía aún al cabello de Bright. Se aferró a ella con fuerza, con los ojos cerrados. Sí... el calor de su piel, el perfume de su cuello, su pelo...

Apenas entreabriendo los ojos, como si quisiera dormirse y soñar, divisó la carta abandonada. La sangre, aunque seca, continuaba allí, latente, eterna. La observó unos momentos con la mente en blanco. Y luego, hundiendo el rostro entre sus brazos... se echó a llorar.








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Sangre Sobre Hielo Adapt.BrightWinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora