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Abraham Opas-iamkajorn había descendido las escalinatas con paso lento y las manos en alto, mirándolos con una sonrisa burlona, el desprecio pintado en sus ojos, y se había detenido en el borde de la pista, aún considerando la manera de escapar.
                   
—Acércate más, Opas-iamkajorn —ordenó Bright con la voz peligrosamente suave
                     
—Oh, pero ¿acaso no sabes que no se debe ingresar al hielo sin patines? —preguntó sin abandonar su tono de burla—. Lo dice el cartel de las reglas.
                     
—Ven aquí o te disparo. Lo juro Abraham, la próxima no habrá advertencia.
                     
—Y él sí tiene buena puntería, te lo aseguro...
                  
—Cállate Bennet.
                     
Abraham lanzó un resoplido que intentaba ser una risa sarcástica, pero ante la tangible posibilidad de una bala en el cuerpo, avanzó de mala gana hasta donde Bright le había indicado.

                     
—Ahora dime qué demonios estás haciendo aquí, basura.

                     
—Me divierto viendo cómo te disparan.

                     
Bright no se molestó en responder; simplemente quitó el seguro del arma. Abraham elevó más las manos con una sonrisa nerviosa.

                     
—¡Ey! ¡Creo que estás algo tensionado, necesitas relajarte, campeón! No puedes ir disparándole a la gente sólo porque no te gusta, como hace tu entrenador... ¿Qué es lo que te pasa? ¿Fue el estrés de los Olímpicos o es mi hijo que no te satisface como quieres? ¡Ok, ok! —agregó al ver que Bright volvía a elevar su arma, calculando el lugar del impacto—. ¿Qué hago aquí? Sólo respondo a una cita... claro que debió haber un error... porque ninguno de ustedes es Mery, ¿o sí?
                     
—Mentiroso.
                     
—Es verdad, tenía una cita —insistió, pero esta vez no fue la voz de Abraham la que habló, sino la de Bennet. Los tres se volvieron a verlo. Lejos de su nerviosismo anterior, ahora lucía tan tranquilo que el sólo verlo exasperaba—. Y no hubo ningún error, yo te cité, Opas-iamkajorn. Y hubiera sido un encuentro estupendo, realmente, si no hubieras llegado tarde. Era de prever que fueras impuntual.

                     
—¿Un encuentro estupendo? Qué pretendías, Bennet, ¿violarme?

                     
—Duerme tranquilo, no tengo tan mal gusto.

                     
—No me hables de tus gustos. En verdad me repulsa imaginarte chupando una...

                     
—Basta —los detuvo Bright, pero Abraham se echó a reír groseramente.

                     
—Eres increíble, Vachirawit. No te importa que te penetren por el trasero, ni hacer vaya uno a saber qué sarta de inmundicias con este viejo, pero te escandalizas al escuchar malas palabras.

                     
—Es curioso —continuó Bennet, como si no hubieran sido interrumpido, mientras un profundo rubor cubría las mejillas de Bright —, tú no tienes que hacer nada para darme asco. Eres tan vulgar que simplemente verte allí parado ya es desagradable.

                     
—Ya, basta de idioteces. ¿Qué querías conmigo, entonces? ¿A qué se debía tanto misterio, Mery?

                     
—Digamos que quería matar dos pájaros de un tiro.

                     
—Que ingenioso...

                     
—¡Silencio, los dos! ¡Basta! Si no quieren que los llene de agujeros van a hacer lo que yo les diga... —Bright estaba furioso, apuntando a uno y a otro con el arma, intentando asumir el control de la situación. Win, en cambio, parecía nervioso y agitado, como si sólo deseara escapar de allí—. Bennet, tú quédate donde estás. Opas-iamkajorn, muévete hacia allá, vamos. ¡Muévete! ¡Ahora!

                     
Abraham obedeció a regañadientes, disparando miradas cargadas de rencor. Sus posiciones formaron un rombo, con él y Bennet en los extremos más alejados, Bright y Win, uno frente a otro, separados por unos pocos pasos.

                                 
             
                   
—Nunca esperé nada interesante de ti, Bennet, pero debo admitir que no me hubiera imaginado jamás la grata sorpresa de verte disparar a tu mocoso.

—Quería matar al tuyo, por si no te diste cuenta.

—¿Y qué más da? Los dos me importan una mierda.

—¡Cállense! —intervino Bright.

—Claro —insistió Bennet, ciego a cualquier amenaza, tal era el odio que lo impulsaba—, si mataba a tu hijo te hacía un favor, ¿no es así? Te habría ahorrado el trabajo de terminar lo que empezaste hace un año.

—Oh, por supuesto... pero si fueras tan eficiente como dices, él estaría bajo tierra y no aquí parado.

—¡He dicho que se callen! —cuando el arma apuntó a sus rostros, ambos guardaron silencio. Win se mostraba más dolido de lo que hubiera sido prudente.

—No me importa —dijo desafiando a su padre, tal vez por primera vez en su vida. Aún en aquellas circunstancias parecía aterrado por tener que enfrentarlo—. No me importa lo que digas, no me importa que no me quieras... Yo ya tengo quien me ame y me proteja —afirmó mirando a Bright, que seguía concentrado en apuntar su arma—. Ya no necesito más de tus limosnas de paternidad, guárdatelas junto con todo lo que me robaste y aléjate de mí para siempre. No te tengo miedo —aseguró, aunque cada gesto de su cuerpo indicara lo contrario—, ahora estoy con quien me quiere de verdad, a mí, por lo que soy y no por lo que hago. Alguien que nunca me lastimará como tú lo has hecho.

—Qué ingenuo eres, hijo, siempre fuiste medio idiota —se burló Abraham con aquella desagradable risa suya—. Te dan una palmada en la cabeza y vienes meneando el trasero como un perro abandonado. Cuando eras normal no importaba tanto, porque al menos podías patinar. Pero ahora que ya no sirves para nada ... no sé qué será de ti.

—Déjalo, Bright, olvídalo —suplicó Win forcejeando para aferrar a su amante, que encendido de rabia se había abalanzado sobre Abraham dispuesto a deshacerle la cara a golpes—. No vale la pena, déjalo.

—¿Y te haces el ofendido, "pobre víctima"? ¿Acaso te estás enterando de algo nuevo? —continuó Abraham, al parecer disfrutando de las lágrimas que inundaban los ojos de su hijo—. No, no te quiero —aseguró con malicia—. ¿Quién podría querer a un asqueroso homosexual como tú? Maricón, afeminado, me avergüenza que sepan que eres mi hijo. Y encima de todo ahora eres un maldito inválido. De haberlo sabido en aquel entonces... te habría rematado en el hospital.

—¡Hijo de puta!

—No, Bright , no —rogó Win, interponiéndose delante de él, de espaldas a su padre, con la doble intención de ignorarlo y evitarse la humillación de que viera sus lágrimas—. Estoy acostumbrado a esto. En verdad no me importa, que diga lo que quiera. Todos sabemos ya la clase de basura que es.

—¿Perdón? —Abraham parecía incapaz de contenerse—. ¿"Que es" has dicho? ¿Hablas en singular? Oh, vaya, vaya, ¡El sr. Inocencia ha hablado!

—Cállate —soltó Win, girándose cargado de ira.

—No, no voy a callarme —insistió Abraham. El arma que volvía a apuntar en su dirección no parecía intimidarlo—. ¿Acaso tienes miedo de lo que pueda decir? Sí, sí lo tienes ¿verdad? —Win permaneció en silencio, vuelto de espaldas. Su rostro estaba tenso, pálido—. ¿Qué pasaría si tu amorcito se enterara de ciertas cosas? Apuesto a que ya no te tendría tanta simpatía si conociera tus secretos... Oh, sí, porque ustedes dos, tortolitos, no son muy sinceros el uno con el otro, ¿verdad? Empezaremos por ti, Win. ¿Por qué no le cuentas a Bright a qué fuiste a su hotel aquella noche en Alemania?

           
                                 
La atención de los dos rusos se volvió instintivamente hacia al chico de ojos verdes. Win entreabrió sus labios, como si no pudiera creer que su padre hubiera mencionado aquel hecho. Como empujado por la fuerza de aquellas miradas, se deslizó unos pasos hacia atrás, lívido. Abraham sonrió, triunfal.

—Bien, si así lo prefieres, se lo contaré yo. Aquella noche Win no fue a tu habitación a entregarte el trasero, Vachirawit , aunque luego su asquerosa perversión haya sido más fuerte que él y lo haya hecho con gusto. Tampoco fue a pedirte ayuda de ningún tipo, como tú crees, según declaraste en todos lados. No me importa si en verdad te dijo eso, de todos modos es mentira... —El silencio era tal que podría haberse escuchado una mosca en la última fila de asientos. Bright aguardaba con el ceño fruncido, Bennet expectante, como si estuviera a punto de recibir un regalo inesperado—. El único fin que Win perseguía esa noche... era eliminarte. Llevaba una navaja en el bolsillo de su abrigo y estaba bien dispuesto a clavártela en la garganta con tal de quitarte de en medio y quedar él como el campeón en las competencias. Pero por lo visto las ganas de que se la metieras por atrás fueron más fuertes que las de ganar las medallas por las que tanto luchamos...

Bright sonrió y luego se echó a reír, divertido, volviéndose hacía Win esperando que desmintiera aquella estupidez sin sentido. Pero Win no reía. De hecho, jamás había visto su rostro tan serio como en aquel momento. La sonrisa del rizado se desvaneció, cargada de incredulidad.

—Ya lo ves —concluyó Abraham, cruzándose de brazos—, nuestro Win no es tan estúpido como parece.

Por un momento ninguno se movió, nadie dijo nada. Bright no podía despintar el escepticismo de su rostro. Win simplemente lo miraba.

—Lo siento, Bright—susurró avergonzado.

—No es cierto...

—Perdóname.

—Vamos... Win, vamos, dime que es mentira y te creeré...

El arma aún apuntaba a Abraham, pero los ojos de Bright estaban clavados en el menor. No iba a creerlo, no quería hacerlo, había depositado toda su confianza en él y ahora...

—Es verdad. Es verdad, estaba enloquecido, desesperado, y fui con todas las intenciones de lastimarte ¡Necesitaba ganar! —explicó Win con lágrimas en los ojos—. No podía hacerlo de otra forma, no había manera de ganarte, no en el estado en que me encontraba... Pero no pude hacerlo, amor, jamás habría podido. Quise pensar que la presencia de aquellas chicas había truncado mi plan, pero no fue así. En cuanto me senté a tu lado supe que no iba a poder hacerlo, jamás.

—¿Fuiste a matarme?— dijo Bright, ido.

—Fue una locura, sólo quería evitar que te presentaras al día siguiente.

—Fuiste a matarme —repitió, incrédulo de lo que escuchaba.

De pronto Bright pareció perdido. ¿Qué pasaba en su mundo que todo en lo que confiaba acababa explotando como una pompa de jabón? Así de efímeros y frágiles parecían todos los pilares en los que se apoyaba. Pero entonces, la voz que tantas veces había sido su refugio, respuesta a tantos problemas, se escuchó a su lado, tan clara como si estuviera arrullándolo, tan tangible como un abrazo.

—¿Lo ves, amor? —un brillo nuevo había nacido en los ojos de Bennet—. ¿Ves la clase de basura que son éstos dos? Bright... mi niño, mi vida... vuelve a mí. Yo siempre te protegí, siempre te amé y te cuidé con esmero. Éste que dice quererte intentó matarte y siguió la parodia del amante perfecto, mintiéndote, ocultándote algo tan importante como lo que acabamos de escuchar... Ven aquí mi amor, tu lugar está conmigo, como siempre ha sido, yo jamás te haría daño.

           
             
                   
—No, Bright, cometí un error, ¡pero te amo! —se defendió Win, casi implorando—. ¿Qué caso tendría confesarte esto ahora si mi intención no fuera serte sincero? Fue hace tanto tiempo, yo era un estúpido, me dejaba influenciar con facilidad y tenía tanto miedo que no podía pensar con claridad. Pasaron tantas cosas entre nosotros luego de eso... Te amo, puedes estar enojado conmigo, pero no dudes de mi amor por ti.

Bright parecía tan perdido como antes. Al único que apuntaba seguía siendo a Abraham, pero la postura de su cuerpo había cambiado. Lentamente se había alejado de Win y, tal vez inconscientemente, acercado más a Bennet, un gesto que no pasó desapercibido para ninguno de los dos.

—Sí, mi pequeño, ven a mí. Ven a mis brazos y estarás a salvo de todo, ya no tendrás nada por lo que preocuparte.

—¡Bright, te amo! ¿Acaso lo que sentimos no es más fuerte que un estúpido error que estuve a punto de cometer hace más de un año? Por favor, no me castigues por una idiotez de la que me arrepentí antes de llevarla a cabo. ¿Nunca has cometido un error? ¡Perdóname!

Por un momento los profundos ojos se refugiaron tras las tupidas pestañas, cerrando su visión al mundo. Los labios apenas entreabiertos exhalaron un aliento cálido que dibujó siluetas de vapor en el frío aire. Estaba solo dentro de sí mismo, caminando a orillas de su conciencia, remojando sus pasos en recuerdos salpicados de pecado. Con una mano en el corazón presionó su pecho. Bajo su palma la silueta de la cruz colgando de su cuello le dolió como un estigma del mismo crucificado. ¿Cómo podría no perdonarlo?

—Bright... —la voz de Bennet rompió su silencio interior, devolviéndolo al frío de la realidad— pequeño mío... Ven y seremos felices, te prometo que...

—¡Ya basta! —explotó Bright volviéndose violentamente a él. El silencio se hizo como obedeciendo a su deseo—. No voy a dejar a Win. Nada de lo que digan me hará cambiar de opinión, así que basta de decir estupideces. No, no hablemos más de esto —indicó con un dulce gesto de silencio, cuando Win intentó decir algo más, sus ojos llenos de lágrimas—. No ahora.

—¿Y por qué no? —preguntó entonces Abraham con una sonrisa maligna—. ¡Si estoy disfrutando esto como no he disfrutado nada en años! ¿Qué tal si pasamos al siguiente secreto?

—No me importa nada de lo que tengas que decir. Cierra la boca.

—Oh, pero si te gustó esa bobería que conté, ¡te encantará saber esto! ¿A que no sabes lo que hizo tu lindo Win con...?

—¡He dicho que cierres tu mugrosa boca, maldito hijo de puta! ¡Cállate, cállate, cállate! —exclamó Bright fuera de sí, acercándose velozmente, apuntando el arma con los brazos estirados, apretando los dientes, tembloroso.

Abraham no fue el único que lo observó, sorprendido ante su reacción. Pero sí fue el único que, en lugar de guardar un conveniente silencio, sonrió de la forma más irritante.

—Muy bien —aceptó con calma—, si no quieres saber más de Win, no diré nada más de él.... —hizo una pausa demasiado obediente para ser auténtica, entrecruzando sus dedos, golpeando rítmicamente sus pulgares. Había una satisfacción contenida luchando por surgir a carcajadas, haciendo brillar sus ojos de forma extraña—... mejor hablaré de ti, de ustedes —corrigió, incluyendo a Bennet con la mirada, sonriendo perversamente, dispuesto a no detenerse—. Escucha muy bien esto Win, porque te fascinará. No eres el único que guarda secretos, ¿sabes? No... pero me temo que eres el único imbécil que no lo sabe, hijo. El único idiota que aún cree que...

La frase murió en el aire... al igual que él. Fueron milésimas de segundo que parecieron siglos, en la proyección de la cámara lenta más aterradora que hubieran vivido jamás: el momento en que abría la boca en la más pura expresión de sorpresa; en que echaba los ojos hacia atrás, temblorosos, poniéndolos en blanco; cuando se desplomaba de espaldas, sin reflejos, como un pesado saco de piedras... Un disparo lo había derribado. Un disparo que había entrado por su frente y había hecho estallar la parte posterior de su cabeza en cientos de pequeñas esquirlas humanas, rociándolo todo con su espeso contenido ...

Uno atónito, el otro horrorizado, Bennet y Win volvieron sus miradas desencajadas hacia Bright, que observaba como hipnotizado el curso de la sangre esparciéndose sobre el hielo, un río serpenteante y caudaloso que parecía encausarse curiosamente en su dirección, sediento de una venganza ambiciosa y voraz.

—¡Oh, por Dios! —exclamó Win, llevándose una mano a la boca con gesto nauseabundo, tal vez con la doble intención de no gritar y mantener dentro de sí lo que su estómago luchaba por expulsar. Bennet, en cambio, parecía maravillado.

—Mi profecía se cumplió —murmuró, mirando el horroroso espectáculo cual si fuera la mejor obra de arte que viera en su vida—. Su sangre fue derramada delante de mí...

La escena era macabra, pero Bright no podía dejar de mirarla. La viscosidad del órgano destrozado parecía estar viva, deslizándose como un molusco por la límpida superficie, y la sinuosidad de su movimiento lo mantenía como hipnotizado bajo las redes de un hechizo siniestro.

Agitado, con las manos temblorosas, dejó escapar un jadeo y se volvió hacia Win esperando un ataque de locura y odio. Pero sólo lo miraba aturdido y boquiabierto, tanto o más estupefacto que él mismo. Miraba la sangre y el cuerpo yugulado, abría los ojos al extremo y aún así no podía creerlo, aunque el cadáver estuviera desangrándose ante su atónita mirada.

—Win... —susurró Bright apenas en un hilo de voz. No tenía palabras, no las encontraría jamás.

Consternado, observó el arma en sus manos. Se veía tan silenciosa e indefensa como antes de destrozar la cabeza de aquel hombre. "Ojalá pudiera sentirme tan imperturbable como ella", pensó contemplándola como si pudiera obtener alguna respuesta, "después de todo fue Abraham, nadie que valiera la pena...". Sintió asco de sus propios pensamientos, de su falta de remordimientos. Se preguntó si sería así de ahora en adelante, sin culpa, con ese silencio sordo, con ese vacío en su interior. Y entonces la realidad lo golpeó de frente con la fuerza de una maza, y era tan simple y concreta como el hielo bajo sus pies: le había quitado la vida a una persona..., y tendría que vivir con ello el resto de su vida.

Casi sin pensarlo, arrojó el arma lejos de él. Como había hecho antes al escapar de las manos de Bennet, ésta resbaló por el hielo, hasta detenerse a los pies de Win. Bright miró sus manos. Sus guantes eran negros, pero podía imaginar sus palmas rojo sangre. El rojo de la culpa. Todo a su alrededor olía a pólvora. El mundo seguía exactamente igual, pero no, ahora él era un asesino... Dios Santo... era un asesino...













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Sangre Sobre Hielo Adapt.BrightWinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora