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Tenía la esperanza de que Bright no estuviera en casa, pero con lo primero que se topó a modo de irónica bienvenida, fue con el Volkswagen negro mal estacionado frente a la puerta. Primera mala señal: Bright amaba a ese auto, nunca hubiera consentido dejarlo afuera sin protección; mucho menos aún salirse del camino y avanzar hasta allí, arrasando a su paso con el cantero de rosas amarillas, las preferidas de su madre.

                     
Intentando ignorar aquel pequeño desastre, Win subió sin prisa los escalones del pórtico. Al entrar, comprobó que la luz de recibidor estaba encendida, al igual que la de la gran escalera de madera que comunicaba con los pisos superiores. A su derecha, la enorme sala del hogar estaba en penumbras, iluminada solamente por las intermitentes luces del árbol de Navidad que reinaba en un rincón. En su base aún podían verse varios regalos, brillantes paquetes adornados con bonitos moños, que habían prometido desenvolver en la intimidad de una noche junto al fuego, luego de haberse amado hasta desfallecer de placer.

                     
Deseando vaciar su mente de todo pensamiento, Wib desvió la mirada antes de que aquella visión le rompiera el corazón. Subió la escalera sin hacer ruido, rogando tener la fortaleza para tomar sus cosas y partir lo más pronto posible. No quería más peleas, no tendría el valor de soportar un solo golpe más.

                     
La luz del dormitorio estaba encendida, pero Bright no se encontraba allí. La puerta del baño se hallaba cerrada, y podía verse claridad bajo ella. Win suspiró. Mejor, así no tendría que verlo.

                     
Rápidamente hizo una lista mental de las pocas cosas que se llevaría. Dinero, documentos, artículos de higiene personal y ropa. Poca, tal vez nada o lo más indispensable; mientras menos cosas conservara de esta vida que abandonaba como una víbora deja su piel, mejor.

                     
De un vistazo recorrió la habitación. Había un desorden extraño que por alguna razón no acababa de encajar por completo: la ropa de Bright tirada en el piso, las puertas del closet abiertas, cajones revueltos, una botella de vodka prácticamente vacía sobre el escritorio bajo la ventana. Lentamente se acercó a la cama. Desparramadas por todo el acolchado, las cientos de fotos tomadas a lo largo de aquel año. Aquí y allá caras sonrientes, besos, abrazos, bosques y montañas nevadas de trasfondo... Le dieron ganas de llorar. Pero antes de que se acercara conmovido a rozar las fotos con sus dedos, algo en el suelo junto a la mesa de luz llamó su atención. Se inclinó para verlo mejor... era su pasaporte hecho trizas.

                     
Win lo observó boquiabierto. ¡Ahora no podría salir del país! Histérico, se puso de pie, se dirigió al baño y sin pedir permiso abrió la puerta hecho una furia, dispuesto a descargar con violencia la catarata de reproches que bullía en su interior. Pero el pálido brazo que colgaba fuera de la bañera y la sangre que escurría de la muñeca cortada alimentando el arroyo que se esparcía por el blanco suelo del baño... le indicaron que ya era demasiado tarde.

                     
🐺🐰

                     
Semanas más tarde Win aún intentaría recordar los detalles de aquella noche funesta

                     
No importaba cuánto intentara, no podía unir las piezas, no acababa de encajarlas en el rompecabezas de su memoria para relatarse entera la perversa historia escrita con la sangre de quien más amaba. No recordaba con exactitud cómo había rescatado el exangüe cuerpo de la bañera, aunque aún podía sentirse resbalar una y otra vez en el mar de sangre bajo sus pies. Tampoco tenía muy claro cómo había logrado envolverlo en una manta y descender con él las escaleras, cuando Bright era mucho más alto y pesado, más aún en ese momento en que la cabeza le colgaba exánime hacia atrás, y el resto caía en lánguido abandono desde el sostén de sus brazos.

                     
Muchos recuerdos caían en las sombras, pero uno de los misterios más grandes era entender cómo había logrado conducir hasta el hospital, teniendo en cuenta que sólo había manejado una vez en su vida antes de aquella. Horas más tarde, cuando intentó volver a hacerlo para regresar a su casa, no tuvo forma de mantener el control del vehículo; simplemente había sido su instinto el que lo había guiado por el oscuro y peligroso camino hacia el centro de la ciudad, la desesperación, la mano que había dirigido la suya en esa loca carrera contrarreloj.

                                 
             
                   
Tal vez no pudiera recordar cómo había maniobrado aquel auto, sin embargo no olvidaría jamás la última mirada de Bright. Fue un regalo macabro que el destino le obsequió a modo de burla, una rosa llena de espinas, tan hermosa como lacerante, tan frágil como asesina. En medio de ese viaje fugaz, hecho entre la inconsciencia y la realidad, el rostro mortalmente pálido, arrebujado entre los pliegues de la manta ensangrentada, revivió por unos segundos para revelar sus dos cristalinas ventanas del alma. Un efímero instante de paz que le permitió a Win perderse por última vez en aquellos ojos de fuego, ahora totalmente extinguidos y débiles. Terriblemente débiles.

La verdad se presentó desnuda y cruel ante la aterrada mirada del ojiverde, y fue tan clara como los ojos que la anunciaban: Bright moriría. Sin pausa, la vida se le escapaba gota a gota; a pesar de respirar, ya no pertenecía a éste mundo.

—¡Bright! —se escuchó gritar, acariciando el frío rostro para recuperar la conciencia que lentamente se apagaba—. Aguanta Bright, ¡Aguanta!

Pero los párpados cayeron con suavidad, y ya no hubo grito en el mundo capaz de despertarlos.

Los detalles se perdían en los grises matices del tiempo y el miedo, pero con la indeleble persistencia de los malos recuerdos, retenía en su memoria la nítida desesperación de entrar en la sala de emergencias con aquel cuerpo pálido y laxo en sus brazos, pidiendo a gritos que alguien lo ayudara; el rostro de las enfermeras que lo miraron sin entenderle una palabra, los gritos y órdenes indescifrables al ver los profundos cortes en las muñecas de Bright, y la insondable sensación de soledad cuando se lo arrebataron de los brazos para arrojarlo en una camilla y huir con él a la carrera, dejándolo solo, de pie y exhausto en esa fría recepción.

No recordaba haberlos llamado, ni siquiera haber pensado en ellos, pero sí el momento en que Dew y su esposa arribaron al hospital; lívido y silencioso, ella llorando contra su pecho, cuando un médico alto y con cara de agotamiento se quitó la mascarilla para hablarles. Sí, muchas cosas pasaron aquella noche que nunca recordaría, pero pocas que jamás podría olvidar, como el rostro de Dew, contorsionado de dolor y odio al emerger como un huracán por la puertas tras las que había desaparecido Bright.

—Убийца! (Ubiítsa! / ¡Asesino!) —le había gritado, señalándolo inequívocamente a él, mientras avanzaba en su dirección—. Убийца! —volvió a llamarle con la voz hecha sangre, cuando Tu se le arrojó al cuello presa de un llanto histérico, intentando retenerlo—. Убийца! —continuó resonado en la conciencia de Win mientras salía corriendo del hospital, tapándose los oídos para no escuchar el grito acusador, incapaz de acallar su propia voz interior que lo perseguía y amedrentaba con la justiciera insistencia de la culpa.





La penetrante voz de Dew continuó torturándolo sin respiro hasta que, como si atravesara el umbral hacia otro mundo, el silencio de la gran casa vacía aplacó la dolorosa acusación hasta reducirla a un mortificante murmullo en su interior. Debió regresar en taxi, pues el Volkswagen negro se había negado a obedecerle de nuevo, como si lo considerara un extraño, como si fuera una mascota fiel que supiera que él había hecho daño a su dueño. Algo parecido percibió en la mirada de los perros, que se acercaron a recibirlo no con la efusividad de siempre sino con una delicada cautela, meneando sus colas en silencio, olisqueándole la ropa en donde la sangre de Bright había dejado su huella indeleble.

Win se abrió paso entre ellos sin acariciarlos siquiera, caminando pesadamente hacia la escalera, donde siguió el camino de sangre que se abría irregular escalones arriba y se adentraba en la habitación, impregnado ya para siempre en la suave alfombra color arena. Las fotos seguían allí, sobre la cama, en el mismo desorden encantador en que las había encontrado horas atrás, como si hubiese retrocedido en el tiempo, como si aún no hubiera descubierto su pasaporte hecho pedazos en el piso ni a su amor desangrado en el baño.

           
             
                   
Cerró los ojos, tragando con dificultad. Quizás fuera así. Tal vez en un iluminado rapto de premonición había visto las imágenes de lo que vendría a continuación. Si se daba prisa y entraba al baño en ese momento seguramente podría ganar preciosos segundos de vida, o al menos actuar de forma más sensata de lo que lo había hecho, llamando de inmediato a emergencias, dedicándose a recuperar la energía de ese cuerpo helado, animándolo, o el en peor de los casos, disfrutar plenamente de esos últimos momentos juntos... Pero abrió los ojos, resignado. Era inútil torturarse así. Lo hecho, hecho estaba, y nada en el mundo podría volver el tiempo atrás. Nada.

Con paso errático avanzó hasta el escritorio donde la botella vacía se erguía como último legado de su artista. Se acercó con la caprichosa idea de tomarla y rozar su borde con los labios, tal vez así pudiera saborear algo de la última boca que la había bebido, pero entonces hizo un hallazgo inesperado: una nota, con trazo irregular y tembloroso, escrita de puño y letra por Bright.

"Siempre te amé, desde aquella noche hasta hoy, y sé que te amaré toda mi maldita vida, no puedo contra eso. Pero ahora ya no puedo permitirlo, no debo hacerlo. Y no tengo otra forma de evitarlo."

Win dejó caer la nota de sus manos, resignado, cerrando los ojos mientras una lágrima moría en la comisura de sus labios. ¿Cómo había hecho el destino para asestar un golpe tan tremendo? ¿Cómo había logrado destrozar su vida en cuestión de minutos? No entendía en qué momento el pequeño paraíso que había logrado crear con su amante se había vuelto un infierno. ¿Acaso era ilícito sentir tanta felicidad? Tal vez Bright tenía razón con eso de Dios. Quizás sí existía y se había propuesto demostrárselo castigándolo por todos sus pecados. ¿Pero qué rayos le importaba a él Dios o el diablo? Nada, sin Bright ya absolutamente nada le importaba.

Permaneció allí parado quién sabe cuántos minutos. Tenía la mente en blanco y el alma en tinieblas, pero el vacío que lo invadía por dentro le impedía siquiera moverse. Cuando al fin despertó del trance, arrastró sus pasos hasta el baño. Todo el piso de la inmaculada habitación estaba cubierto por sangre y agua, y las huellas de sus propios zapatos aparecían aquí y allá, contando la muda historia de esa noche de pesadilla: la desesperación y la prisa, las veces que había resbalado y caído intentando rescatar el cuerpo desmayado, el camino al arrastrarlo, manos rojas en las paredes y espejos...

Abandonado ya al dolor, Win avanzó despacio pero despreocupado, y sin la trivial precaución de quitarse la ropa primero, se sumergió en el agua sanguinolenta que rebalsaba la bañera. Estaba fría como nieve, y aún así no tanto como su alma. No le importaba impregnarse de sangre ajena, no le interesaba encontrarle un sentido ni buscaba una metáfora, ni siquiera quería pensar en que aquello era un acto insano y asqueroso. Sólo deseaba tener el valor de sumergir la cabeza y la fortaleza para no volver a sacarla, hundirse para siempre y no sufrir más.

Con un suspiro, echó su cabello mojado hacia atrás, abrazó sus rodillas y ocultó el rostro entre sus brazos deseando morir. Pero entonces, navegando suavemente como un barco de papel, algo llegó flotando hasta chocar y detenerse contra su ropa. Una fotografía. Erick la observó un momento y luego la tomó en sus manos, desganado. Para su sorpresa, sus propios ojos le devolvieron la mirada. Sí... él. Retratado en épocas mejores, cuando si alguien le hubiera dicho que algún día volvería a verse en condiciones tan terriblemente distintas, se habría echado a reír, incrédulo. El último rostro que Bright había querido ver antes de dejar éste mundo. Él.

Me viste por última vez en el auto, después de todo, pensó cubriendo su llanto con una mano. Sí, ojalá haya sido él el último rostro que su amor se llevara a la tumba, y no el de algún desconocido en el hospital. Tal vez aún le quedaba vida para registrar a alguna enfermera, o al médico de guardia, quizás hasta llegó a ver a Dew...

La lucidez le cayó encima como una gota fría en la espalda. Fue ahí, en algún vago instante durante aquellas cavilaciones, que la ridícula y peligrosa idea surgió en su mente. ¿Y si aún quedaba una posibilidad, una remota e imposible posibilidad de que no hubiera muerto?

Sus pulsaciones comenzaron a acelerarse, al igual que su respiración. Se sentía corriendo una carrera, la más importante de su vida, aunque no se había movido de su sitio. La vida no podía ser tan despiadada. Si le había concedido a él la gracia de no dejarlo morir en Munich, salvándolos así a ambos, como había dicho Bright, también podía darle una chance ahora y darles una segunda oportunidad.

Quien fuera que escribiera su historia no podía ser tan cruel...

Patinando en la consistencia resbaladiza del agua, salió de la bañera casi corriendo hacia el dormitorio, donde tomó el teléfono derribando todo a su paso.

—Un milagro, un pequeño milagro—suplicó al Dios que estuviera de turno en el universo esa noche, mientras con los ojos nublados por las lágrimas marcaba el número del teléfono celular de los Vélez—. Por favor... por favor...

El llamado no tenía fin. Casi no podía controlar el ritmo de sus latidos, el corazón le dolía dentro del pecho.

—Tu —suspiró aliviado al escuchar al fin la voz femenina al otro lado de la línea. Su milagro, sí, obtendría su milagro—. ¿Qué pasó? —preguntó temblando, casi con un hilo de voz.

No obtuvo respuesta. Nada, excepto un sollozo y luego un llanto desgarrador.

—¡Tu, qué pasó con Bright! —repitió, desesperado. Pero sólo escuchó más llantos y luego la voz de Dew, igual de congestionada, atendiendo el teléfono.

Win mordió su puño, los ojos llenos de lágrimas. En el improbable caso de que el ruso aceptara hablarle, eso no garantizaba que pudiera mantener una conversación con él.

—Крис, где Джоэл? (Dew,  Bright? / ¿Dew, dónde está Bright?) —preguntó con la voz estrangulada, mientras escuchaba el desconsolado llanto de Tu de fondo. Tal como había supuesto, no iba a obtener ninguna respuesta, a pesar de que su pregunta había sido entendida perfectamente—. Крис, счет... (Dew, schet / Dew, por favor) —suplicó Win, y ya sin poder contenerse, se echó a llorar desbordado por la angustia—. Счет...

Y entonces Dew respondió. En inglés y de forma tan clara que hubiera sido imposible no entenderle.

—Está muerto —dijo, y junto a su esposa, él también comenzó a sollozar—. Está muerto —repitió quebrándose en llanto, mientras Win dejaba caer el teléfono, aturdido, destrozado.

Se había equivocado; quien manejaba sus destinos era perverso y cruel como el mismo demonio. No habría milagros para él, ni ahora ni nunca. Y mientras caía de rodillas al suelo, deshaciéndose en lágrimas, la voz de Bright le llegó desde otros tiempos, confirmándoselo.

En la vida no hay magia como en las paredes de tu cuarto, no te engañes.

Ninguno de esos magos que lees vendrá a arreglarlo todo con su varita mágica, no hay mundos de fantasía en los que puedas refugiarte.

  











Sangre Sobre Hielo Adapt.BrightWinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora