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—¡Bright! ¡Bright!

                             
A pesar de sus profundas heridas, Win dejó claro que todavía tenía buenos pulmones. La gente comenzó a mirarlo de mal modo aún antes de que derribara a un anciano al piso y que casi tumbara a tres personas más al abrirse paso hacia la calle. Los gritos y reproches no se hicieron esperar, pero fueron inútiles; se había vuelto totalmente ciego y sordo al mundo que lo rodeaba.

                             
Cuando el viento frío del exterior golpeó su rostro, entornó los ojos en busca de su único objetivo. Lo vio al final de la gran escalera de piedra, y de inmediato se echó tras él, saltando los escalones de tres en tres para acortar la distancia que los separaba.

                             
—¡Alto ahí, maldito! —gritó a todo pulmón, mientras bajaba como un huracán. Bright se detuvo en seco, pero no se volteó a verlo—. Enfréntame, hijo de puta —lo enfrentó al llegar, aferrándolo violentamente de un brazo para volverlo hacia él.

                             
Bright se deshizo de su mano con un gesto brusco y la expresión más homicida que jamás le hubiera visto. Un fuego asesino llameaba en el interior de sus ojos, volviéndolos hielo ardiente, una energía tan incontenible como peligrosa, a punto de estallar de un momento a otro.

                             
—No te atrevas a volver a tocarme —lo amenazó con una voz que no era suya, y luego de sostenerle la mirada por unos segundos interminables, continuó bajando las escaleras en dirección al auto estacionado. Win lo siguió con la mirada, agitado, los dientes apretados. No iba a dejarlo ir, aunque para detenerlo tuviera que asesinarlo allí mismo.

                             
—¿Te vas? ¡¿Te escapas, cobarde?! —comenzó a hostigarlo, echándose a andar tras él, mientras Bright buscaba las llaves en su bolsillo, ignorándolo—. ¿Qué va a hacer? ¿Vas a ir a buscar tus patines para atacarme de nuevo o irás a lloriquear a los brazos de tu amiguito Dew? — Bright se detuvo un instante, clavándole una mirada envenenada, pero continuó girando el manojo de llaves en sus manos. Win sonrió, un brillo insano bailando en sus ojos—. Eso te gustaría, ¿verdad? —insistió maliciosamente—. Que te consuele y de paso que te la meta hasta la garganta... Vamos, ve, ¡hazlo! Acuéstate con él, con su esposa, ahógate en vodka, ¡has lo que quieras! Sólo adviérteles el pequeño detalle... ¡que puedes asesinarlos luego! ¡Hijo de puta!

                             
La gente en la calle, más los que habían salido del templo alertados por los gritos y el pequeño caos que habían armando Win en la puerta, los miraban sin disimulo. Murmullos como "patinador" y "campeón olímpico" comenzaron a llegar a oídos de Bright; era evidente que los estaban reconociendo.

                             
—Deja de gritar y sube al auto —ordenó en un susurro cargado de odio, mirando de reojo a su alrededor, con las mejillas ardiendo por el rencor y la vergüenza.

                             
—¡¿No quieres que grite, eh?! —exclamó Win aún más fuerte—. ¡¿Temes que se enteren de lo que hiciste?!

                             
—¡¿Quieres que yo comience a gritar lo que tú hiciste?! —rugió entonces Bright, tan violento y sorpresivo que Win se tenso mirándolo. Ahora cuatro o cinco personas se habían detenido a observarlos de cerca, mientras los cuchicheos entre los demás se extendían como reguero de pólvora—. Créeme que no te conviene. No cuando ellos pueden entenderme a mí y a ti no. Así que cierra la maldita boca y sube al auto. Ahora.

                             
Sin esperar la respuesta, Bright abrió la puerta de su auto y se subió sin decir una palabra más. Win miró a su alrededor. Las miradas de desprecio se iban multiplicando, y todas en su dirección. Maldijo, primero en susurros y luego a los gritos. Hasta que finalmente rodeó el auto y subió azotando la puerta.

                             
Retomaron el camino sumidos en un frágil mutismo. Win se mantenía en su asiento a duras penas, preso de una cólera que deseaba descargar a puñetazos, convertir su ira en dolor ajeno, tomar a su acompañante y molerlo a golpes hasta ya no poder mover sus nudillos ensangrentados.

                                         
             
                   
Bright, en cambio, aunque temblaba de pies a cabeza, mantenía la mirada fija al frente y las manos firmes sobre el volante. Su aparente calma era una farsa evidente. No necesitaba gritar para expresar su rabia, ni mudar su expresión indiferente para mostrar la violencia que lo consumía. Igual que una cobra, cuanto más inmóvil permanecía, más peligroso era.

—No puedo creerlo —dijo al fin, como si pronunciar cada palabra fuera una tarea titánica—. No logro entender cómo puede existir alguien tan mal nacido como tú.

—¿No te parece irónico que seas justamente tú quien diga eso? —replicó Win con los ojos encendidos, indignado.

—¿Cómo... cómo fuiste capaz de hacerme algo semejante? —gimió Bright con los ojos inundados.

—Insisto, ¿y tú lo preguntas?

—¡Cómo te atreves a comparar tu actitud con la mía! Maldito, ¡maldito asesino! Yo... no puedo... ni siquiera encuentro palabras para describirte. Me hiciste daño desde el comienzo, incluso antes de que te dirigiera la palabra... Mi familia, ¿cómo pudiste matar a mi familia? ¡Cómo pudiste ser tan cruel! Y yo preocupándome por ti, hijo de puta —sollozó Bright, apretando los ojos con fuerza al recordar cómo había comenzado su acercamiento luego de aquella presentación en Alemania, donde ese chiquillo maltratado por su padre había despertado su compasión más profunda—. Yo pensando en tu salud y tú me habías dejado huérfano...

—No quieras jugar el papel de virgen violada. Que de casualidad no hayas logrado matarme no te hace menos asesino que yo.

—¡Yo no te había hecho nada!

—¿Acaso sabías que yo sí? ¿Qué razones tenías tú en ese entonces para lastimarme, para...

—¡Cállate! —bramó Bright, interrumpiéndolo—. ¡Cierra tu maldita boca! Guardarás silencio y escucharás todo lo que se me antoje decirte —amenazó, apuntándolo con un dedo, desviando la vista del camino por primera vez para clavarla sobre él como puñales al rojo vivo. El auto se salió de control por un momento, y Win permaneció en silencio por miedo a que la discusión derivara en un choque—. ¡¿Por qué?! —volvió a gritar, tembloroso—. ¡¿Qué diablos te había hecho yo para que me arruinaras la vida de esa forma?! ¡¿De qué era culpable entonces?! —los sollozos de Bright eran violentos y el llanto tan abundante que dificultaba su visión para conducir—. Yo sólo patinaba sin hacerle mal a nadie —se lamentó con dolor, secándose las lágrimas con el dorso de la mano, hipando como un niño—. Triunfaba por mis propios méritos, jamás dañé ni boicoteé a ninguno de ustedes para ganar. ¡Maldita sea Win, si ni siquiera tenía en cuenta que existías! Eras uno más... uno más de tantos otros...

La velocidad seguía aumentando. Win, agitado, apretaba las mandíbulas observando las inestables manos del rizado sobre el volante y la saña con que presionaba el acelerador. El recuerdo de la cantidad de alcohol que éste había bebido aquella noche le obligó a tragarse sus palabras.

—¿Disfrutaste matando a mi familia?

—Deja de decir idioteces.

—¿Cómo lo hiciste?

—Detén el auto.

—¡Dime cómo demonios lo hiciste!

—¿Acaso no leíste tú mismo el informe del forense?

—¿Y acaso no acabas de decirme que fue todo una farsa armada por ti y la perra de tu madre? —repreguntó Bright con el rostro encendido. Win resopló, apretándose las sienes con fuerza.

—Eso es verdadero... los documentos son verdaderos... sólo que la forma de obtenerlos fue otra...

—Y me imagino que las notas tomadas por tu abnegada madre también son verdaderas, ¿no es así? Oh, sí, no lo dudo... era una hija de puta, igual que tú... Dios, con esos dos padres, ¿por qué no ibas a ser igual de mal nacido que ellos? Cómo pude ser tan estúpido, Señor, era evidente que el fruto de esa mierda sería una calaña como tú.

           
             
                   
—Por lo visto no siempre sucede eso. Tus padres parecían buena gente, y mira la basura traicionera que tuvieron por hijo.

—¡Si te parecieron tan buena gente por qué los mataste, hijo de puta!

El auto ya era un huracán negro circulando desbocado por las calles de la ciudad. Win añadía a los nervios de la discusión la visión de verse estrellados contra algún poste de iluminación. Por suerte, los escasos automovilistas que se habían cruzado en su camino se habían desviado, o Bright los había esquivado a una distancia tan corta que daba espanto.

—Mi padre no, él era un hombre fuerte, jamás podrías haberlo vencido —aseguró el ruso con los ojos rojos y los dientes apretados—. Pero mi hermana y mi madre... ellas eran un blanco fácil para ti, ¿verdad? A ellas sí las asesinaste tú —aventuró, sin saber que con su lógica había llegado a la verdad—. Mujeres indefensas... tú sí que eres valiente, maldito seas... te encantó asesinarlas, ¿no es así?

—¡Ya basta, Bright, basta! ¡No soy un psicópata ni un depravado, no soy una bestia sin sentimientos, deja de decir eso! —exclamó Win de súbito, y los ojos le brillaron por las lágrimas contenidas—. No sentí placer haciéndolo, ¡qué diablos crees que soy! No sabes cómo he sufrido, no tienes idea de lo que ha significado esto para mí... me destrozó por completo. Mi humanidad murió con ellos, no he vuelto a tener un momento de paz en la soledad de mi alma desde ese día. ¿Por qué crees que no quería venir a Rusia? Porque no soportaba la idea de volver a éste país, porque todo me recordaría a ellos, a aquel día, a tu casa, a sus ropas, sus voces... He pasado años intentando borrar esas imágenes de mi mente, convenciéndome de que nunca fueron reales, y por algún tiempo lo logré... pero los ojos doloridos de tu madre quedaron impresos a fuego en mi alma; el llanto, los gritos y las súplicas de tu hermana me perseguirán por siempre... No Bright, las cosas no fueron tan sencillas como tú piensas, no sabes lo que fue, y sigue siendo, lidiar con esa culpa.

—¡No, yo sólo sé lo que es lidiar con el dolor de que me hayas quitado a mi familia! No seas sádico, Win, no pretendas que te tenga lástima. ¿Qué vas a decirme, que tu padre te obligó a hacerlo? ¡Tú mismo dijiste ser el que ideó el plan, el que tuvo la idea de matarlos!

—¡Sí, lo hice, pero también es verdad que mi padre me obligó! Sí... me obligó al dejarme inconsciente a golpes cada vez que tú me ganabas, me obligó al repetirme tu nombre cada vez que fallaba en algo, me obligó al exigirme hasta no poder más sólo porque tú constantemente llegabas más lejos que yo. Siempre fuiste la representación de mi fracaso, Bright, nunca entenderás hasta qué punto mi padre me torturaba contigo.

—Y eso justifica que yo tuviera que sufrir.

—No, claro que no... pero entiende que él me forzaba continuamente a buscar la forma de derribarte, de sacarte del camino para siempre, de destruirte.

—Y no se te ocurrió mejor idea, ¿no?

—Pensé que devastándote emocionalmente te haría fracasar en el hielo. Nunca entendí por qué no funcionó —admitió, recordando la perplejidad de entonces—. Sólo en Munich, cuando hablaste con mi madre en el bar, ella descubrió por una pregunta que te hizo, que no sabías nada de lo que había sucedido. De alguna manera habían logrado ocultártelo, así que todo había sido en vano. Fue entonces cuando se le ocurrió la idea de armar una falsa investigación con los datos que teníamos, para poder defendernos y hundir a Bennet al mismo tiempo, en caso de que tú te enteraras de la verdad.

—¿Lo hiciste sólo para... para poder ganarme en las competiciones?

—Sé que todo fue una locura —continuó Win, al ver la cara de abatida incomprensión —, pero estaba desesperado, Bright. Tenía 15 años, ¿acaso crees que poseía plena conciencia de lo que estaba haciendo? ¿Que pude comprender en ese momento las consecuencias irremediables con las que cargaría el resto de mi vida?

—No, si puedo imaginarme la situación: un pobre niño inocente que no tenía más remedio que obedecer a su malvado padre —afirmó Bright, su voz cargada de sarcasmo y dolor—. Igual que en Munich, ¿verdad? Cuando fuiste a mi hotel a matarme a sangre fría, como habías hecho antes con mi familia... Pero claro, aún entonces eras muy pequeño para distinguir el bien del mal, ¿no es así? Vaya, no sé cómo pude acostarme esa noche con un niño tan inocente. Tal vez lo hayas hecho por no tener religión, me imagino que al no leer la Biblia nada sabías de ese pequeño mandamiento que dice "no fornicarás", ¿lo conoces? Está cerca de "no matarás".

—No vengas a darme clases de moral, Bright.Hablas de sangre fría, ¿acaso olvidas que te vi destrozarle la cabeza a mi padre de un balazo, sólo para que no divulgara tu crimen? Mira quién habla de ser sádico... me dejaste tirado en el piso, medio muerto, abandonado a mi suerte, y luego te paraste en el hospital a mi lado a darme ánimos para vivir. Estás enfermo, totalmente loco si en verdad te crees más inocente sólo por el hecho de que sobreviví de milagro a lo que me hiciste... Y ya baja de una vez la maldita velocidad —murmuró, tensionado, viendo con temor lo rápido que dejaban atrás a los otros autos, pequeñas luces rojas apareciendo ante ellos, y en un santiamén, perdiéndose en la oscuridad.

Lejos de hacerle caso, Bright apretó con más fuerza el acelerador.

—¿Sabes que las estadísticas indican que para éstas fechas festivas es cuando más se incrementan los accidentes automovilísticos? —preguntó de pronto, con la voz peligrosamente suave—. Las prisas, el alcohol, el exceso de velocidad...

La respiración de Win comenzó a agitarse, sus ojos fijos en la pequeña porción de pavimento iluminado frente a ellos a cada paso que daban. Si no aminoraban la velocidad, convertirían esa estadística en un dato espantosamente real. En un gesto casi automático se quitó los lentes y afirmó su cinturón de seguridad.

—El asiento más inseguro de todo auto es el del acompañante —continuó Bright, comentando tranquilo, como si en aquella ruleta rusa él no estuviese también en peligro mortal—, sobre todo en uno como éste, donde el conductor es el único que tiene bolsa de aire...

Por la contracción de sus facciones, al parecer Win no estaba enterado de ese pequeño detalle. Muy lentamente, intentando ocultar su expresión de terror, volvió el rostro hacia la derecha. Bright lo miró, y su sonrisa no por pequeña fue menos demencial. Un electrizante escalofrío lo hizo estremecer.

—¿Qué vas a hacer? —llegó a preguntar, pero ya era demasiado tarde para una respuesta. Acrecentando su extraña sonrisa, Bright tomó el volante de lado y con un movimiento brusco viró en contramano, adentrándose en una de las avenidas más concurridas de San Petersburgo...

Podrían haber muerto en ese instante de no ser por los reflejos del conductor con el que se encontraron de frente, que desvió su trayectoria a último momento, subiéndose a la acera, arrasando con el escaparate de varios comercios.

—¡Qué demonios estás haciendo! — chilló Win, desesperado, sujetándose de donde le era posible, gritando como un condenado ante la visión aterradora de decenas de luces avanzando de frente a ellos, un concierto de bocinas y frenadas, haces luminosos pasando a su lado como relámpagos. Bright, sin embargo, enfrentaba a esa temible horda de acero con la mirada concentrada y firme, sin aminorar la velocidad ni cambiar de rumbo, decidido a estrellarse de lleno contra el primero que no se moviera, y a llevarse a quien fuera necesario en su loca carrera hacia la muerte.

—¡Sal de aquí! ¡Sal ya! —seguía gritando Win, enloquecido por obligarlo a cambiar de rumbo, y al mismo tiempo buscar la manera de protegerse de la inminente e inevitable colisión que sin dudas le costaría la vida.

—Como gustes...

Bright dio otro violento volantazo que hizo a Win golpear su costado duramente contra la puerta. Las enceguecedoras luces fueron reemplazadas en un instante por una densa oscuridad, y de pronto... la frenada, tan súbita que la chirriante fricción de las llantas obligó al ojiverde a protegerse el rostro con los brazos, preparándose para el impacto...




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Sangre Sobre Hielo Adapt.BrightWinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora