14

150 21 1
                                    

—Ha sido un error de identidad. Era un prisionero sin identificación y acusado de graves delitos.

                     
—¿Un error? ¡No hubo ningún error! ¿Espera que crea eso? Los demandaré por esto, pagaran todos, desde el primero al último de ustedes.

                     
La voz de Bennet se hacía más fuerte a medida que avanzaba y retumbaba por el frío corredor.

                     
Cuando el oficial que lo acompañaba se detuvo frente a una puerta y la abrió con desgano, los ojos negros del ruso recorrieron la habitación rápidamente, ofuscado por no encontrar lo que buscaba. Pero al volver la vista a uno de los rincones... su expresión cambió por completo.

                     
—¡Bright! —exclamó, y en un segundo se arrojó a su lado—. Mi ángel...

                     
Pero su ángel parecía perdido en algún limbo lejano, sentado en el suelo, acurrucado en el ángulo más alejado, abrazando sus rodillas con la mirada fija al frente y la expresión más indiferente que nunca. Bennet acarició su pelo y le echó los brazos al cuello, pero apenas si obtuvo un parpadeo como respuesta.

                     
—Qué te han hecho, mi vida... —No era una pregunta. Era la confirmación a sus temores más profundos. Bright fijó en él sus ojos muertos y suspiró, agotado.

                     
—Llévame a casa, Bennet... Quiero irme de aquí.

                     
Su deseo fue más que una orden. Como un tigre enfurecido, Bennet lo tomó en brazos y logro sacarlo de aquel lugar. Ya en el coche rumbo a la seguridad de su hotel no dejó ni por un momento de abrazar a su pequeño, que se pasó el viaje en silencio observando cómo poco a poco la ciudad despertaba para recibir a un tímido sol que no parecía querer terminar de asomar.

                     
Una hora después Bright no había dicho mucho, pero lo justo fue suficiente para que su tutor comprendiera a la perfección todo lo que había sucedido dentro de aquellas infames paredes. Así era su pequeño: pocas palabras, conciso y al núcleo, por más fuerte y difícil que fuera la realidad. Sin derramar ni una lágrima, sin quebrar su voz siquiera había relatado lo que creyó necesario, y ahora descansaba tendido en la cama, tapado con las mantas hasta el cuello, con la mirada resignada y perdida en la claridad del nuevo día que ya se presentaba nublado y gris como su propia alma.

                     
Bennet, en cambio, se paseaba eufórico por la habitación, fumando como un poseso y despotricando contra su teléfono celular mientras hablaba con el principal de sus abogados.

                     
—¡Sí, Yael, sí, te digo que lo golpearon! No, no tanto como para acabar en el hospital, pero lo hirieron. Sí... sexo oral. No... no, dice que no... Si él lo dice, le creo, no necesito ningún médico que me lo confirme. ¡Te digo que lo maltrataron mucho! ¡Tenemos que hacer algo, no voy a permitir que esto quede así! ...No, no puedo tranquilizarme, han herido a mi niño, ¿cómo esperas que me ponga? No lo sé, le preguntaré... ¿No se puede evitar eso? ... Bien, pero te advierto que si él no quiere nadie lo tocará, ¿me oyes? Sí, ya sé que es mejor para nosotros, pero ya lo han humillado lo suficiente como para hacerlo pasar por esto también. Está bien, te llamaré. Adiós.

                     
Visiblemente irritado, cortó el teléfono con tanta fuerza que crujió entre sus manos. Arrojándolo a un lado se acercó a la cama de Bright y tomó asiento junto a él, acariciando sus manos con preocupación y ternura.

                     
—Yael quiere que te revise un médico, así podrá constatar que lo que dices es cierto. No me mires a mí, mi ángel, yo te creo hasta la última palabra, pero dice que necesitaremos las pruebas o será tu palabra contra la de ellos.

                     
Bright suspiró, agotado.

                     
—¿Para qué? ¿Qué pruebas pretenden hallar? Te digo que no lo hicieron ellos, sino con ...—la oración quedó inconclusa. Los ojos se le llenaban de lágrimas de furia—. Tal vez hubiera sido mejor si lo hubieran hecho, si al menos uno me hubiera...

                                 
             
                   
—No, no digas eso, ni siquiera lo pienses. Suficiente con lo que te hicieron.

—Al menos tendríamos pruebas contra ellos.

—Tenemos pruebas.

—¿Qué? ¿Signos de penetración? Vamos Bennet, lo único que confirmaría eso es la imagen que quiere dar Opas-iamkajorn de mí... un pervertido, un maldito homosexual que no pasaría ni el test más básico de virginidad.

—No hables así.

—Es la verdad.

—¡No, no es la verdad! —exclamó Bennet, alzando la voz, sus ojos brillantes y encendidos—. No es verdad. Tú no eres un pervertido, ni siquiera puede decirse que seas homosexual... No, no me estoy burlando. ¿Acaso alguna vez te di la oportunidad de preguntártelo? ¿Te di la chance de descubrir tu propia sexualidad? No. Te llevé de la mano por este camino antes de que supieras que podías elegir, antes incluso de que entendieras de qué se trataba todo esto. Me siento tan culpable...

—Bennet... —quiso detenerlo con un gesto de su mano. No quería escuchar aquel discurso, le dolía lo suficiente la cabeza y el cuerpo para prestarse a remover viejas heridas. Las nuevas sangraban demasiado como para tener que cargar con ambas.

—No, déjame hablar. Te he amado tanto, me he obsesionado de tal forma contigo que perdí la noción del daño que te he causado. Anoche sentí tanto miedo de perderte, tanto... Nunca me sentí tan abandonado en toda mi vida como cuando cruzaste esa puerta... Y mientras te buscaba en aquel condenado lugar, tenía tanto miedo de no volver a verte que pensé que iba a morirme allí mismo...

La estilizada mano de Bright reposaba tranquila entre las fuertes y regordetas de su entrenador. Sus ojos cafes seguían perdidos en la ventana, pero algo en su gesto ausente indicaba que escuchaba con atención cada una de aquellas palabras.

—Sé que estás enojado conmigo, que estás cansado y harto de mí. Sé que te lastimo, pero no puedo evitarlo... Trata de entenderme, mi amor —suplicó Bennet, llevando la pálida mano a sus labios, besándola con devoción—. Si no te tengo en mis brazos me desespero, si no te siento en mi boca me falta el aire. ¿Cómo hago para que entiendas la angustia que es dormir sin ti? ¿El dolor que siento cuando no estoy dentro tuyo...? No pretendo que te enamores de mí, que me desees. Ni siquiera que me aprecies una cuarta parte de lo que yo te adoro. Solo te ruego que me dejes amarte. No tendrás que hacerme nada, tú solo... permíteme amarte y que yo te complazca, déjame hacer eso y seré feliz. Pídeme la vida y te la daré, amor, pero no me pidas que me vaya. Mátame si vas a dejarme, porque moriré. Moriré el día que no te tenga.

Las palabras eran dichas con tanta dulzura, tanta sinceridad... Bright había sido demasiado maltratado en aquellas últimas horas, física, pero sobre todo emocionalmente. Había deseado tanto un abrazo, un beso, una mano amiga que lo protegiera de aquellas bestias... Y Bennet parecía ser todo lo que necesitaba, como siempre, desde aquel lejano día y todos los que siguieron.

—Si me das la oportunidad, prometo llevarte a casa, alejarte de este infierno y protegerte con mi vida. Regresaremos a Rusia, a nuestra querida patria, y volverás a tu cuarto y a tus cosas, a tu pista, a tus mascotas. Saldrás con muchas chicas a pasarla bien, y disfrutarás del tiempo con tus amigos. Volverás a tu vida normal, irás a donde se te antoje, te compraré todo lo que desees. Todo será como tú lo sueñes, mi amor, cumpliré todo lo que pidas... pero te ruego, te suplico Bright... que no me alejes de tu lado.

Un profundo suspiro. Bright se veía agotado y conmovido. Inclinándose, rodeó con sus brazos el abultado vientre de Bennet, descansando la cabeza contra su pecho robusto. Estaría atado a ese hombre de por vida, lo sabía, y aunque era consciente de toda la entrega y sacrificio que eso significaba, no podía evitar sentir el consuelo que era saberse amado y protegido de ese modo. Después de todo, las reglas habían estado claras desde el principio, la jaula siempre había estado sin llave y sin embargo él no había escapado nunca. No quería hacerlo. Con Bennet se sentía en casa, él era su padre, su hogar, su refugio. Al fin y al cabo, nadie jamás lo amaría tanto como él...

Lo abrazó con más fuerza, cerrando fuertemente los ojos mientras las manos conocidas se deslizaban por su sedoso cabello. Quería decirle que no lo odiaba tanto como parecía, que había dicho esas cosas porque estaba molesto con él, sólo para lastimarlo. Quería confesarle que a veces sentía la necesidad de herir a los que lo amaban, tal vez con la retorcida intención de ver que tan profundo llegaba ese amor, hasta donde lo perdonaban. Que detestaba muchas cosas, pero que estaba agradecido por muchas otras. Que a veces no soportaba la situación, pero que no quería abandonarlo. Quería decir muchas cosas. Pero no dijo nada.

Bennet, sin embargo, pareció leer el silencio como un pentagrama, y acunando aquel cuerpo amado, besó el cabello con pasión.

—¿Recuerdas la noche en que nos conocimos? Yo no podré olvidarla mientras viva. Te veías tan indefenso en aquel abrigo rojo, acurrucado en la calle, mojado por la nieve, aterido de frío, medio muerto de hambre... Nunca había visto ojos tan dulces y tristes como los tuyos, y cuando los clavaste en mí supe que sería tu esclavo para siempre. Eras tan pequeño... Cuando te envolví dentro de mi abrigo, cuando presioné tu cuerpecito contra el mío, yo... Oh, Dios, si cierro los ojos puedo sentir el escalofrío que me recorrió entonces, fusión de mi calor al contacto con tu piel helada... Siempre fuiste una criatura deliciosa... ¿Lo recuerdas mi vida?

Por supuesto que Bright lo recordaba, esos y muchos detalles más. Pero no mencionó ni media palabra, por más que las lágrimas ahora rodaran silenciosas por su rostro, semi oculto contra aquel pecho tibio, mecido por los mismos brazos que lo habían rescatado aquella noche.

Cómo olvidarlo, si aquel día lo había salvado de la muerte.

Cómo olvidarlo si le había dado una nueva vida.

—Volveré a crear un mundo perfecto para ti, te lo prometo —aseguró Bennet sin dejar de acariciarle la cabeza—. Superarás esto como has hecho con tantas otras cosas, eres indestructible Bright. Lo vencerás y volverás a ser el triunfador de siempre. Y vivirás tranquilo, mi cielo, pues nadie te lastima y vive para contarlo, que te quede claro.

Bright parpadeó, desconcertado por un momento.

—¿Qué piensas a hacer? —preguntó, elevando un poco el rostro.

—De eso tú no debes preocuparte.

—Bennet...

—No Bright, no lo dejaré pasar. Seré un degenerado, un pervertido y todo lo que quieras pensar de mí...pero eres mi niño, y no permitiré jamás que lastimen. No sin pagar por eso.

Por segunda vez la devoción de su tutor le infundía temor. Envuelto por aquellos brazos fuertes se sintió a la vez protegido y atrapado. Once años juntos y por momentos tenía la sensación de que no conocía a aquel hombre con el que había compartido la intimidad más profunda. Si era capaz de deshacerse de esos hombres, también sería capaz de deshacerse de Win si sentía que eso lo alejaba de él. ¿Hasta qué punto él, Bright,no era la potencial causa de muerte de su amado? ¿Estaba arrastrándolo a la muerte cada vez que se le acercaba? Tal vez debería alejarse de él... De él y de todos los que amaba...

"No eres nada más que una lacra que apesta la tierra que pisa"

—¿Y bien, mi niño? Tienes que decirme qué has decidido, así se lo comunico a Yael. ¿Te someterás a una revisión médica?

Revisión, exploración, registro... Revivir esa pesadilla una y otra vez, mientras fotografiaban su cuerpo maltratado, volviendo a invadirlo para recolectar pruebas inútiles, buscando rastros, indicios, marcas... No, claro que no quería, quién en su sano juicio querría hacerlo.

—Sé que es difícil para ti, pero piensa que eso nos ayudará a volver más rápido a casa —susurró Bennet sobre su oreja, para besarla luego con mucha suavidad.

Bright se encogió aún más en el regazo de su entrenador, rodeando la ancha cintura, y cerró los ojos. Quería dormir, tenía tanto sueño. Quería recostarse en el lecho, aunque fuera atrapado por aquellos brazos, y poder soñar. Soñar con Win... ¿Pero cuándo en su vida había tenido la opción de hacer lo que quería en pos de lo que debía? Nunca. Y por supuesto, esta vez no sería la excepción.

—¿Lo harás, Bright?

Abandonó la cabeza, relajándose en la comodidad de aquel cuerpo blando y tibio, disfrutando del pequeño placer de esos dedos deslizándose por entre su cabello. Y asintió en silencio, intentando no pensar en lo que vendría.









Mas rato les subo mas cap 💫

Sangre Sobre Hielo Adapt.BrightWinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora