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El dragón del otoño se alzaba por los cielos, al tiempo que las cenizas del olvido flotaban sobre los escombros mantenidos desde hace años, esas ruinas que todavía permanecían como los recuerdos en su mente.

El brillo en sus ojos, en su sonrisa en su cabellera, aquella dulce voz que lo llamaba por su nombre, esas suaves manos que brindaban el amor que tanto extrañaba.

La última vez que volvió a ver a su madre esta lo hizo ocultarse en el campo de trigo, mismo que ahora era de un color oscuro muerto.

Había creído que jamás la vería de nuevo, creía que había muerto ese día, y aún creía que probablemente ya estaría muerta en los calabozos del infierno. Las llamas aún se sentian en su piel, lo quemaban, lo lastimaban. Oyó los ladridos, y se giró con el corazón al borde de la desesperación.

Corrió junto con ambos de sus Samoyedos.

- ¡No, no, no! - Cayó de rodillas frente a su fiel y peludo amigo, este ya había enfermado hace unas cuantas semanas, sus otros dos hermanos también sabían que pronto su hora de partir llegaría.

Pero era algo que a MoonJo no le gustaba aceptar. Eran el único regalo que te tenía de su madre, quienes lo acompañaron el día del ataque hasta el día de hoy. Para ser justos entonces él tenia que quedarse para ellos hasta el último segundo. Acarició la patita de su peludo y blanco amigo y con su otra mano acarició sus suaves y esponjosas orejitas, apretó sus labios y contuvo sus propias lágrimas, pues su querido amigo lo miraba atento, preocupado y triste por tener que hacerlo presenciar su muerte.

Los animales también sienten, y la mayoría sabe lo que conlleva la muerte, sabe el dolor que causa a los seres a quienes aman, por eso prefieren morir solos antes de ser observados partir.

- Fuiste increíble.... Llevaste cargas pesadas, me ayudaste a cazar.... me salvaste la vida..... Así que no pienses que te voy a dejar agonizando solo, ¿me oíste? No te atrevas a gruñirme para que me vaya... - Lágrimas se asomaron de sus ojos y efectos el Samoyedo le gruñó - No te dije...

El perro soltó un leve gemido, MoonJo lo acomodó entre sus piernas y lo acarició.

- Shh... Duerme un poco, ¿sí? Ya hiciste mucho.... debes estar cansado....

Lo estaba. Sentía todo su cuerpo pesar, ya no podía comer, y apenas podía avanzar con sus débiles patitas, MoonJo plantó un suave beso en su nariz y el canino movió la cola por una última vez, devolviendo una lamida en la muñeca de su mejor amigo, del niño que cuidó y vio crecer por años.

Vivieron más de lo que debían. Y MoonJo sabía que eso haría que el dolor se triplicara cuando tuviera que despedirse de tres adorables perritos que hicieron de su vida toda una aventura.

- Descansa, Peludo..... - Susurró, viendo al animal cerrar sus ojos y dejar su alma - El cielo de los perritos te espera...

Entonces sus otros dos hermanos aullaron su perdida, mientras que MoonJo acariciaba el pelaje de su difunto mejor amigo.

Lo enterró horas después en ese mismo lugar, cavó con ayuda de los otros dos animales hasta que fue suficiente y dejó descansar el frío cuerpo de la criatura sobre la tierra. Enterrarlo fue lo difícil.

Y ni en mil años MoonJo podría llegar a comérselo, aunque existieran platos con carne de perro, no podría jamás probar esa carne.

Suspiró intentado tomar toda su fuerza de voluntad para dejarlo ir. Tardó un poco, que los otros perritos tuvieron que intentar mover la tierra para hacerlo reaccionar y finalmente despedirse para acabar el trabajo.

No volvió a casa. Y no era sorpresa para su padre y JungHwa, MoonJo era demasiado reservado, y había veces en las que no volvía por días, y llegaba como si nada, sin explicaciones ni excusas, el día transcurría normal y volvía a desaparecer.

MoonlightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora