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La media noche marcaba el nuevo día. La nueva vida, el nuevo nacimiento. Marcaba la hora justa de su bienvenida al mundo. Aquella misma hora donde ninguno se encontraba en su hogar, si no que vagaba, vagaban en penumbra con los pies pesados arrastrándose incrustados en el piso, cayendo al suelo para arrastrarse de rodillas y deshacerse de su propia carne, con una sed enorme de sangre, de esa sangre espesa, cálida, la cual se consigue mediante las propias garras sumergidas sobre el abdomen de un nadie en especial, jugando con sus órganos abrasados incendiando la frialdad de las manos, retorciendo los cartílagos sobre aquel sistema.

Matar.

Se supone que ese era su trabajo.

Matar, destruir y hasta devorar.

Su cuerpo estaba sucio y ni siquiera un baño de luna en el río lo purificaria, ya era suficiente. Su alma estaba condenada eternamente. No habría un bosque puro que cruzar, ni tampoco una mano acompañante que tomar. Solo la fría sensación de un cadáver en tu cama, encadenando a las llamas del infierno, destinado al sufrimiento eterno.

Muerte.

La muerte era solo el comienzo a un nuevo bucle de desesperación, donde nadie te toma en serio, te conviertes en un simple bufon.

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Vida.

Probablemente eso es lo que ha querido experimentar desde el inicio. Una vida. El aliento, la respiración, disfrutar el oxígeno, disfrutar la calidez del agua, la calidez de una piel, la calidez simple que otorga el amor. El amor a la vida.

Pero probablemente, nunca será amado. Por nadie. Siempre será abandonado.

Cuando su hermano cayó dormido, esperó.

Dejó una carta incluso, con una bonita caligrafía, clara y entendible.

No iba a volver y sentía mucho tener que abandonarlo. Pero ya no había otra opción.

Era su destino.

El destino de una maldición es terminar acabada de la forma más dolorosa posible.

A las puertas del palacio, yacía, la luna ensangrentada arrastrándose como una desconfiada serpiente venenosa a punto de ser cazada por la realeza.

Lo atraparon.

Finalmente atraparon al asesino.

JongWoo corrió por la tierra, cruzando el jardín muerto del palacio, llegando a los calabozos, empujando con cierta fuerza a los guardias, tomando una espada y golpeando con el mango la cabeza de uno de ellos.

- ¡¿Qué mierda hicieron?! ¡No es él! - Gritó con furia.

- Su majestad, él... - Cayó a otro guardia de un golpe, para luego patearlo.

Fue entre todos, que Hwan lo detuvo, sujetando su muñeca, tensando su mandíbula soltando una simple respuesta.

- Él se entregó.

Un extraño regalo de cumpleaños que ni siquiera pidió. Ni siquiera lo deseaba.

- Voy a matarlo yo mismo... - Soltó en un sollozo involuntario, adentrándose al calabozo.

Teniendo el paso firme, pero a la vez débiles, amenazando con caer ante el dolor.

Golpeó las barras al llegar.

- ¡¿Puedes explicarme qué mierda fue eso?!

- Quizás tenían razón.

- ¡¿Entonces es verdad?! ¡¿Eres tú el asesino?!

MoonlightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora