Capítulo 8

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—Ella no está bien —le susurró Luna. —Su mente está dispersa y nublada. No sé por qué—.

Una garra de hielo recorrió la espina dorsal de Invierno al ver a su hermana tambalearse hacia la luz gris. Sus ojos azul ártico estaban inyectados en sangre, con venas azul oscuro venas, y los arañazos que se había hecho en la pelea de la Montaña de Jade todavía aún no se habían curado. Estaba manchada de barro y sangre, no sólo de su propia sangre azul oscuro, sino salpicaduras de color rojo oscuro que debe haber venido de el Ala Nocturna que había matado.

Las escamas de Carámbana siempre habían sido más blancas que las de los demás: sus garras más afiladas, sus dientes brillantes y sus púas inmaculadas incluso después de matar a una morsa a golpes. Se sumergía en el gélido océano seis veces al día porque creía que un Ala Helada que brillaba como los diamantes era un Ala Helada más amenazante. En la visión del mundo de Carámbana, los dragones mugrientos y aburridos merecían ser del Séptimo Círculo.

Invierno nunca la habría imaginado con un aspecto tan lamentable.

Se aferró al borde del túnel con sus garras delanteras, apoyándose en la pared rocosa y lo miró fijamente.

—¿Carámbana? —dijo. —¿Estás -?—

—¿Por qué estás aquí? —escupió. —¿Para arruinar otro de mis planes? ¿No te sientes satisfecho porque ya has garantizado la muerte de Granizo?—

—¿Qué te pasa?—Kinkajú soltó. —Tienes un aspecto terrible—.

—Podría ser peor—gruñó Carámbana. —Podría parecerme a ti—.

—Quiero ayudarte a encontrar a Granizo —dijo Invierno. —Si realmente sigue vivo - —

—No necesito tu ayuda, de todos los dragones —dijo Carámbana con un siseo, cojeando avanzando un paso. —No tienes las garras para hacer lo que hay que hacer—. Ella se tocó la cabeza, limpiando un hilillo de sangre de uno de sus cuernos. —Y probablemente ya lo habrá matado—.

—¿Qué dijo Escarlata? —Preguntó Invierno. Extendió sus alas, bloqueando su camino. —¿Cuando se enteró de que Nocturno y los demás seguían vivos?—

—No he hablado con ella—. Carámbana se balanceó un poco sobre sus pies. —No puedo - no quiero verla - para admitir que he fallado - tu culpa - pero que si ella lo mata delante de mí - o que si él ya está muerto ... y ella me muestra su cuerpo ...—

Dio otro paso tambaleante e Invierno alargó la mano para atraparla, pero ella retrocedió, chasqueando los dientes hacia él.

—Pero cómo has - —empezó

—No ha dormido —dijo Luna con asombro. —No desde la Montaña de Jade—.

—Si no duermo —murmuró Carámbana triunfante, —entonces ella no puede llegar a mí. No puede visitar mis sueños si no tengo ninguno. ¡Ja, ja!—

—¡Pero si han pasado días! —gritó Kinkajú. —¿No has dormido en días? ¿No te te sientes mal?—

—No necesito dormir —dijo Carámbana. —Siempre que me canso, me tumbo junto a la lava hasta que el dolor me despierta—. Extendió sus alas, e Invierno vio con un escalofrío que tenía ampollas y pequeñas quemaduras burbujeando en puntos en sus escamas.

Esto lo podía imaginar, con demasiada facilidad: su intrépida y testaruda hermana, quemándose a sí misma, acuchillando el dolor en el cuerpo que la traicionaba al atreverse a estar cansada.

Y él también entendía por lo que ella estaba pasando. Había vivido con la culpa de perder a Granizo durante los últimos dos años.

—Carámbana, necesitamos saber si ella lo ha matado —dijo.

—Apostaría unos cuantos camellos a que no lo ha hecho —dijo Qibli. —Le sirve más como moneda de cambio que como cadáver. No son muy útiles los cadáveres, por lo general. Muy bien, ya me callo,—añadió, captando la mirada que le lanzaba Luna.

—¿Tienes idea de dónde está? —preguntó Invierno a Carámbana. —Si podemos llegar a ella y encontrarlo - —

—Si fuera tan fácil, lo habría hecho —espetó Carámbana. —He considerado todas las opciones, créeme. Sólo hay una manera de salvarlo, y es matando a la reina Ala Lluviosa—.

—No voy a dejar que mates a la Reina Gloria —dijo Kinkajú con firmeza.

Carámbana soltó una carcajada. —¿Y cómo vas a detenerme, tú dragona rosa absurda?—

Kinkajú se abalanzó sobre Carámbana, pasando volando junto a Invierno en un borrón rojo y naranja antes de que se diera cuenta de lo que estaba pasando. La pequeña Ala Lluviosa derribó a Carámbana sobre su espalda y envolvió sus garras alrededor de la garganta del Ala Helada.

—¡Nadie amenaza a mi reina!— Kinkajú gritó.

—¡Oye! —Invierno gritó.

—¡Suéltame! —Carámbana se enfureció. Ella giró su cola hacia las alas de Kinkajú, pero falló. Sus feroces garras se levantaron, los bordes dentados brillando peligrosamente, preparadas para un golpe mortal en el vientre de Kinkajú.

—¡Kinkajú! —gritó Luna, saltando hacia ellos.

Pero antes de que pudiera alcanzarlos, antes de que Carámbana pudiera atacar, antes de que Invierno pudiera hacer algo, algo pequeño llegó silbando por el aire y se estrelló contra el cuello de Carámbana.

Carámbana soltó un grito ahogado y se echó hacia atrás. Kinkajú saltó de ella con un grito y miró al cielo.

Invierno siguió su mirada hacia las nubes y luego observó cómo el gris se derretía y se transformaba, como los dragonets que brotan de la nieve, en nueve dragones en tonos rojos, dorados y verdes.

—Carámbana de las Alas Heladas —anunció la Reina Gloria, —estás bajo arresto por asesinato e intento de asesinato—.

—¡No! —Carámbana rugió, arañando su cuello. Se dio la vuelta y se levantó pero sus piernas se tambaleaban y su cabeza empezaba a caer.

—¿Qué me has hecho? ¿Qué está pasando?—

—Es sólo un dardo tranquilizante —dijo Mortífero, volando hacia abajo para aterrizar junto a ellos. —Descubrimos que hace que el transporte de prisioneros sea mucho más sencillo. Te despertarás bien en unas horas—.

—¡No!— Carámbana chilló. —¡No puedo dormir! No me hagas dormir!— Ella se lanzó a Invierno, clavó sus garras en sus hombros, y lo sacudió con toda su con todas sus fuerzas. —Invierno, detenlos - ayúdame - diles que no puedo - ¡ella me encontrará! ¡me encontrará! ¡Ella me dirá que está muerto y entonces todo habrá terminado y él se habrá ido! Invierno, ¡mantenme despierta!—

—Es demasiado tarde —dijo Mortífero, estudiándola con una expresión de desconcierto.

—No es tan malo, el dardo tranquilizante—.

Carámbana se desplomó lentamente sobre Invierno, sus garras se abrieron y cerradas como si tratara de volver a despertarse. —Ella vendrá por mí —susurró Carámbana.

—Pues que venga —dijo Invierno. Se agachó mientras el peso de su hermana lo presionaba hacia abajo, acercando su boca a su oído. —Sigue durmiendo, Carámbana. De todos modos, no puedes estar despierta para siempre. Habla con Escarlata y dile que aún puede conseguir lo que quiere—.

—Pero no puede—. La voz de Carámbana era apenas un murmullo ahora. —Estaré - prisión -—

Invierno miró las caras que les rodeaban. Nadie podía oír lo que él y Carámbana se susurraban. A no ser que pudieran leer la mente.

Bueno, esta era una forma de averiguar si el fuego celeste realmente funcionaba.

Se inclinó más hacia Carámbana, lo suficientemente cerca como para que la bolsa de fuego celeste tocara sus escamas y las suyas. Y entonces, mientras los ojos de su hermana se cerraban, susurró: —Dile a Escarlata que si puede demostrar que Granizo sigue vivo... yo mismo mataré a Gloria por ella—.

Alas de Fuego #7: El cambio de InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora