♦ Príncipe Heinley parte I

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Heinley se encontraba en su habitación mirando por la ventana como Lady Rashta caminaba junto a sus damas de compañía

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Heinley se encontraba en su habitación mirando por la ventana como Lady Rashta caminaba junto a sus damas de compañía.

Cuando piso tierras orientales nunca pensó que sus planes podrían tener modificaciones y que los rumores que rondaban por el palacio del Oriente fueran a tan diferente a lo que pasaba realmente.

Su principal objetivo era acercarse a la Emperatriz y lo había logrado, en su forma de ave se acercó a la Emperatriz Navier cuando esta paseaba a las afueras del palacio. Sin embargo, días después se encontró con una inusual jovencita encendida entre los árboles y llorando.

El príncipe Occidental sonrió recordando el momento.

—¡Ja! Perfecto si tengo que esperar cien años para que nazca un prodigio en la magia

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—¡Ja! Perfecto si tengo que esperar cien años para que nazca un prodigio en la magia. ¡Mañana ya estaré en la guillotina por solo respirar! —exclamó la joven de cabellos plateados —. ¡Me voy a volver loca! ¡Esto no me ayuda a relajarme ni un poco! ¡No quiero estar aquí! —sus ojos empezaron a aguarse—. ¡Incluso empecer a hablar sola porque no tengo amigos!

En ese momento, los ojos plateados de la joven se encontraron con sus ojos. Teniendo en cuenta que estaba en su forma de ave, no estaba para nada alarmado que lo hubiera descubierto mirándola.

Sabía que aquella joven era la concubina del Emperador y que por los rumores que había escuchado de esta, no esperaba encontrarla a punto de llorar escondida entre los árboles. Sus palabras eran un poco confusas, pero por lo poco que podía entender era que no quería estar ahí y se sentía sola.

—¡Ahh! —gritó la joven levantándose rápidamente mientras que el revoloteaba por su repentino grito, pero sin irse de allí—. ¡Hijo de nazi! —observo como la concubina se colocaba la mano en el pecho intentando regularizar su respiración—. ¡¿Acaso quieres matarme del susto?! —le reclamó ella mientras que el chillaba en forma de respuesta—. ¡No me contestes! Tu eres el que me acosaba —ante la repentina declaración de esta, hizo un gesto de indignación, pero no estaba del todo desacertada—. ¿Enserio te enojaste? Yo debería estar así. ¡Perfecto, ahora estoy hablando con un ave!

Luego la joven que sabía que se llamaba Rashta se quedó en silencio mirándolo hasta que sin previo aviso la vio correr alejándose del lugar.

¿𝓢𝓮𝓻 𝓡𝓪𝓼𝓱𝓽𝓪? 𝓝𝓸, 𝓰𝓻𝓪𝓬𝓲𝓪𝓼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora