Capitulo Veintitrés.

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Kai se estremeció con fuerza.

Tenía seis años de nuevo, estaba de pie en el callejón trasero del restaurante, con la lluvia torrencial cayendo sobre él y colandose dentro de su ropa. Sus pequeñas manitos se aferraban a su sueter de lana rojo mientras se abrazaba a si mismo. Estaba comenzando a oscurecer, el estrecho espacio entre ambos edificios parecía solitario y terrorifico para alguien de tan pequeño. El sonido de sus dientes castañando era lo único que acompañaba la lluvia golpeando el pavimento y el trafico un poco más allá.

Sorbiendo su pequeña nariz, intentó reprimir el sollozo atascado en su garganta con toda su fuerza. Le dolía el rostro, sus mejillas estaban totalmente rojas y casi insensibles por el frío. Las lágrimas habían quedado atrapadas en sus pestañas, donde parecían haberse congelado.

Parpadeando, miró la puerta frente a él a través de su empañada visión antes de tropezar el par de pasos que lo separaba de ella y levantar sus manitos, golpeandolas sobre la madera de la misma—. ¡Papá! ¡Mamá! —su voz sonó congestionada por el frío y el llanto—. ¡Por favor, dejenme entrar, por favor! ¡Seré bueno, ya no diré más cosas!

Nada.

Sollozó con fuerza, su cuerpito temblando por frío.

—¡Seré un buen niño japones, lo prometo! —gritó. Intentó con fuerza recordar algunas de las palabras que su abuela le había enseñado en su idioma natal, pero no pudo recordar ninguna—. ¡Tengo frío, mami, por favor! ¡Papi! ¡Por favor!

Acercandose más a la puerta, intentó esconderse contra ella, acurrucandose en el suelo para huir del frío que parecía estar congelando sus huesos. Toda la situación había comenzando luego de que Kai había repetido una frase que uno de sus compañeros de colegio había pronunciado frente a él. Ni siquiera sabía que significaba en realidad, pero parecía divertida, así que la repitió.

Sus padres habían estado tan enojados con él. No había entendido el porqué, en un momento ellos solo estaban trabajando tranquilamente alrededor de la cocina del restaurante y, al siguiente, estaban furiosos con él. Su papá lo había tomado del brazo muy fuerte y había exigido saber donde había escuchado esa frase. Kai le contó sobre su compañero, cuando le preguntó porque lo había repetido, él respondió que le había parecido divertido.

Eso pareció empeorar todo.

Su papá había enfurecido. Él le había dado varios azotes antes de comenzar a arrastrarlo por el pasillo hacia la puerta trasera. Le había pedido a su madre ayuda, estaba aterrado, pero ella lo había ignorado, permitiendo a su padre que lo arrojara fuera del local a través de la puerta trasera del mismo.

¡Si quieres volver a entrar, comportate como un verdadero niño japones! —había gritado. Kai lo había observado totalmente aterrado y confundido, su vocecita había susurrado un "¿Papi?", pero había sido totalmente ignorado—. No eres britanico, Kai, nunca lo serás y mientras actues como ellos, no te quiero dentro de mi casa.

Y la puerta se había cerrado.

Y Kai había pasado horas bajo la lluvia, estremeciendose por el frío mientras lloraba y gritaba, pidiendo que lo dejaran entrar de nuevo.

Una fuerte sacudida lo arrancó de ese sueño, donde seguía acurrucado contra la puerta, empapado y llorando mientras rogaba.

—¡Kai! —la voz traspasó la neblina de somnolencia—. ¡Kai!

Abrió los ojos de golpe. Nee estaba a su lado, una de sus grandes manos aun cubría el hombro de Kai, por donde lo había sacudido para despertarlo. Tenía el cabello revuelto, el ceño fruncido y arrugas de preocupación rodeando sus labios firmemente sellados mientras lo observaba. Kai le devolvió la mirada, confundido por la situación. Abrió la boca, dispuesto a decir que estaba bien, a apartar esa expresión del rostro del castaño, pero las palabras nunca salieron y en su lugar un doloroso sollozo inundó la habitación.

Desde que te vi |Nilo/Kai|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora