Refugio para tres

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—¡Por favor, déjenme salir! ¡Tengo que ver que esté bien! Chicos, por favor, déjenme ir. ¡Esto es injusto!

Zoro la escuchó pedir aquello por enésima vez. El refugio se suponía que debía ser un lugar tranquilo, muchas personas batallaban sólo por llegar hasta allí y esa loca mujer tenía toda la tarde pidiendo que la dejaran marcharse.

¿Qué tan desagradecida podía ser? Por lo que escucharon, la habían encontrado inconsciente en la calle y la habían llevado para que estuviera a salvo del feroz huracán que estaba haciendo estragos por todo el lugar, pero sólo hizo abrir los ojos y no se había callado.

Frunció el ceño, irritado.

Sacó una pequeña cantimplora de metal en la que tenía alcohol, aquello lo ayudaría un poco a sobrellevar el estrés. Notó que, por el momento, todos los refugiados parecían estar bien, tenían cobijas, alimento y ropa seca, así que aprovechó que el siguiente camión de provisiones todavía no había llegado para tomarse un descanso de unos minutos. Cuando iba de camino, la notó hablando con alguien más, esta vez parecía un poco más calmada. Dos de sus compañeros lo acompañaron.

—Si tanto quiere irse, ¿por qué no la dejan? —preguntó, sin poder evitar sonar un poco harto.

—El jefe dijo que no la dejáramos irse —habló uno de los que no conocía, se giró a verlo.

—¿Y eso por qué? Si es adulta, puede hacer lo que quiera, ¿no?

—Sí sabes quién nos contrató, amigo, ¿verdad? Es Crocodile, el magnate dueño de este edificio. Y esa es su ex-esposa.

—Ex —puntualizó, y el hombre se encogió de hombros.

—Sí, ex. Pero él quiere que esté a salvo.

—Supongo que sólo quiere proteger a la que fue madre de su hijo —dijo Sanji, encendiendo un cigarrillo cuando se acercaban a la zona cercana a la puerta.

—Y son buenas intenciones, pero ella es adulta, no le pertenece. Y a nosotros nos pagaron para descargar las provisiones y entregarlas al equipo de rescate, no para ser niñeros. Si quiere ir a su casa, deberían dejarla en paz, si le pasa algo es porque se lo buscó.

—Típico de un energúmeno como tú —opinó su amigo—. ¿Cómo puedes decir eso? ¿De verdad dejarías que una señorita como ella camine sola hacia su posible muerte?

—Tsk... ¿Siquiera le han preguntado por qué quiere ir?

—Sólo ignorala, amigo —dijo el tercero—. Es un capricho de gente rica como ella, quiere ir a ver algo a su casa, como siempre sólo se aferran a sus posesiones. Pero no es importante, sólo es una riquilla haciendo una rabieta. Nos pagaron por desmontar las provisiones, eso es verdad, pero tampoco quiero que el jefe se moleste conmigo, si puedo conseguir trabajo en el futuro esto será buena experiencia para mi cv.

Los tres se quedaron en el garaje donde solían llegar los camiones llenos de provisiones, sentados en sillas armables de las que se usan en la playa y revisando el teléfono en busca de actualizaciones. El huracán parecía estar en su fase más activa, su turno finalizaba en 1 hora, pero con lo peligroso que era llegar a casa, lo mejor era quedarse allí. Un rato después el tercero regresó, ya que su turno apenas empezaba, así que se quedaron sólo él y Sanji.

—Hay algo raro con esa linda mujer, ¿no es verdad? Tú también te diste cuenta —dijo su amigo rubio, rompiendo el silencio de varios minutos que se había formado, y aprovechando la ausencia del desconocido.

—Definitivamente hay algo raro. La están tratando prácticamente como una prisionera, y si tiene tanto afán en irse, debe ser por algo importante, ¿no?

Acero y floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora