Problemas de comunicación (Parte 2)

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Mientras tanto, afuera, Zoro pudo observar a la mujer en la barandilla. La alcanzó y le robó un beso apasionado que ella correspondió, deseosa, y feliz porque al fin él había parecido entenderlo. Se preguntó si tenía que ver con el hecho de que tanto él como Sanji se habían demorado en entrar al desayuno en la mañana. La abrazó con fuerza, y terminó el beso con un mordisco de su compañera en su labio inferior, dejó un par de besos en su rostro y luego hizo lo mismo con el dorso de su mano.

—Te amo, Robin, ¿lo sabías? —susurró, aún con sus narices rozando, lo que la hizo sonreír. Él no solía decirlo a menudo, así que se emocionó.

—Y yo.

Sin embargo, el momento les duró poco. ¿Cómo podía llevársela a la habitación? ¿Cómo hacerlo sin parecer tan obvio? ¿Cómo decirle sin matar el momento? La arqueóloga susurró en su oído y él se estremeció.

— ¿Vamos al nido del cuervo? Así nadie nos molestará.

A ver, ¿cómo lo hago? "Robin, quiero que hagamos el amor, pero jamás lo he hecho y necesito que me ayudes"... No, eso es muy estúpido. ¿Y si me la llevo y ya? No, pensará que quiero hacerlo y ya, y aún debemos hablar. Aunque el cejillas dijo que lo mejor es hablar después, cuando esté satisfecha. Pero, ¿y si no queda satisfecha? Debo decírselo antes de que hagamos cualquier cosa.

—C-claro. Ya te alcanzo.

A ella le inquietó un poco su nerviosismo, pero no perdió la calma. Se dirigió al nido del cuervo, y se sentó a esperarlo. Pensó en remover algunas prendas, pero pensó que era mejor no adelantarse a los hechos.

Zoro, por su parte, entró a la cocina nuevamente, y se llevó las miradas de sus compañeros.

— ¡Marimo de mierda, ¿qué coño haces aquí?! ¡¿Acaso piensas cagarla de nuevo?!

—Sake —le respondió el, tragando en seco—. Necesito sake.

— ¡Pero serás imbécil! —Sanji se puso de pie, exasperado, y buscó una botella de sake, casi chocándola contra su pecho. — ¡Ahora lárgate!

Zoro se quedó mirándolo un momento, inmóvil. Bajó su vista a la botella, y se dio la vuelta lentamente, pero se quedó con la mano en la perilla de la puerta. Respiró profundo. Nami vio cómo Sanji frunció el ceño y encendió un cigarro, teniendo que presionar el botón del encendedor dorado varias veces por la molestia, y finalmente gruñó y tomó a Zoro del brazo, sacándolo de la cocina. Robin, que miraba atentamente la puerta de la cocina desde el nido, notó cómo ambos discutían, aunque desde allí ella no escuchaba a Zoro decirle que no tenía idea de cómo abordarla y a Sanji gritarle que no fuera tan estúpido. Unos largos minutos después, prefirió asumir que nada sucedería, así que, molesta, bajó del nido del cuervo y se dirigió a su habitación, dándole una mirada molesta esta vez, y Sanji se puso una mano en la cara.

—Mierda... Ya la cagaste, idiota.

—Robin... ¡Robin, espera!

Fue tras ella, que cerró la puerta con fuerza, y tocó varias veces, pero ella no abrió.

—Kenshin-san, lamento importunarte, pero, ¿podrías por favor dejarme sola?

—Robin. Perdóname, soy un idiota. Déjame explicarte, por favor.

—Por favor, Zoro, hablemos más tarde. No me siento muy bien.

—De acuerdo. Estaré en el nido si me necesitas.

Dejó caer los hombros y bajó a cubierta, para luego subir al nido. Pateó un barril de sake vació que había en una esquina y se sentó, enojado consigo mismo.

Acero y floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora