El cliché de los borrachos (Parte 1)

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Ninguno de los dos jamás se imaginó estar en aquella posición.

Sonrojados, sudorosos y avergonzados, el espadachín y la arqueóloga se miraban fijamente, tratando de ocultar sus cuerpos bajo las sábanas, y alejándose tanto como podían el uno del otro sin llegar a caer de la pequeña cama.

—Ro-- ¡Robin! ¡¿Qué mierda pasó ayer?!

—Créeme, recuerdo tanto como tú —respondió ella, tratando de mantener su usual serenidad.

—O sea, nada —dijo, y se cubrió la cara con ambas manos.

—Exacto. Tengo unas imágenes vagas, pero nada claro.

—Dime por favor que nosotros no--

—Sí, sí lo hicimos.

Se esforzó en no dejar lugar a dudas. Tenían que aceptarlo, ninguno sentía nada por el otro, pero era verdad, habían tenido sexo. Y no había sido una simple noche de sexo, fue una salvaje y descontrolada, una que, una vez volvieran los recuerdos, si es que volvían, jamás podrían olvidar. O al menos eso pasaría con la sola idea. Hubo unos segundos de silencio tortuosos en los que el peliverde luchaba contra su propia mente, pensando en cómo salir del lío en el que se había metido y en cómo había llegado hasta la cama de la mujer, mientras que ella, un poco más consciente de los hechos, determinó que era mejor dejarlo pasar por el momento, al menos hasta la amnesia pasara. Después de todo, era mejor pensar con la cabeza fría. Se puso de pie, y se percató de que Zoro la vería. Sabía que él ya lo había visto todo, pero de todas formas no quería hacerlo más incómodo de lo que ya era.

—Zoro, ¿te importaría...?

—C-claro.

Se volteó, permitiéndole ponerse de pie y tomar una toalla, y soltó un suspiro cuando la mujer cerró la puerta, de camino al baño. Se sentó, él nunca tenía resaca, pero esta vez la cabeza le dolía muchísimo, pensó que lo mejor era bañarse, para ver si se le quitaba lo pegajoso del sudor del cuerpo, y se puso de pie para buscar su ropa, que pronto descubrió estaba prácticamente hecha trizas. Notó que lo mismo le había pasado a la falda de la pelinegra y a su ropa interior.

¿Qué demonios se supone que hice? No voy a poder ver a esa mujer a la cara nunca más...

La esperó, usando una toalla para cubrirse, y se fue a la habitación, encontrándose con que estaba vacía. Supuso que sus nakama estaban en el comedor. Una vez que el baño estuvo libre entró a darse una ducha, una bien fría, y algunos flashes comenzaron a aparecer en su mente, lo que estaba recordando no le estaba gustando nada.

Ella, por su parte, recogía todo el desastre que había en la habitación. Pensó que Nami estaría furiosa, y que los demás seguro habían de haber escuchado todo, no tenía idea de cómo enfrentarlos. Se puso una camiseta negra simple y unos pantalones cortos de color azul marino, con estampado de rayas blancas, y unas sandalias. Pensó en trenzarse el pelo, y recordó al espadachín tomarla de la trenza que llevaba la noche anterior, lo que la hizo sonrojarse, optó por hacerse una simple cola.

Al salir con dirección a la cocina, sintió alguien tomándola del brazo. Se giró con calma, era Zoro.

— ¿Y bien? ¿Pretendes que sigamos como que nada sucedió?

— ¿Qué esperas, Kenshin-san? Ninguno de los dos recuerda mucho. Yo, al menos, lo único que recuerdo es entrar al bar, derrotar esos bandidos, y luego de eso unas pocas escenas antes de despertar contigo en mi cama. Total, no creo que el hecho de que nos acordemos cambie en algo la situación, ¿o sí?

—N-no, pero, debes saber... Jamás quise algo como esto, no sé si tú lo querías, pero no se puede volver a repetir.

—Eso está claro, Zoro. Mira, dejémoslo pasar por ahora, tengo mucha hambre, los dos gastamos mucha energía anoche. Luego del desayuno hablamos con más calma.

Acero y floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora